Dios Jesucristo hacia el año 64, dirigió, por conducto del apóstol San Pablo, un mensaje para sus fieles cristianos, a fin de mantenerse firmes en su fe, como sigue: “¡Palabra fiel es esta: si somos muertos con Cristo Jesús, también viviremos con El; si sufrimos, también reinaremos con El”, según 1 Timoteo 2:11.
El mensaje precedente que sigue vigente aquí ahora, porque la palabra de Dios permanece para siempre, según 1 Pedro 1:25, podemos, si queremos, hacerlo nuestro sin que nada ni nadie pueda impedirlo, para relacionarlo con el llamado por el cual también Cristo nos hace saber que: “La paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es Vida Eterna en Cristo Jesús Señor Nuestro”, según Romanos 6:23.
Por lo tanto, es evidente que, no podemos permanecer en el pecado, el cual hacemos nuestro en forma voluntaria, a partir de nuestra juventud, desligándonos de Dios, según Génesis 8:21, y por ende, nos es necesario morir a dicho pecado, lo cual acontece cuando acudimos ante Cristo para arrepentirnos ante El de todo pecado, aceptándolo como Salvador, según Juan 3:16, quien al momento nos perdona, para que hagamos nuestra la Muerte Preciosa de su Cuerpo Divino, hecha una vez para siempre, para limpiar de toda maldad a sus creyentes conversos y salvos en El, quien incluso nos Bautiza y Sepulta con El, para Resucitar con El y andar en Vida Nueva, según Romanos 6:3-4.
En consecuencia, muy urgente nos es recibir a Cristo como Salvador, porque los seres humanos como pecadores, estamos muertos espiritualmente ante Dios, porque: “No hay justo ni aún uno, y por cuanto todos pecamos (somos muertos espirituales), estamos destituidos de la Gloria de Dios; pero si arrepentidos, nos acercamos a Jesús, El nos Justifica (perdona) gratuitamente por su Gracia (Amor y Bondad Divinas), mediante Su Redención (Rescate para Salvación), y nos da Vida con El, según Romanos 3:10 y 23-24.
Estimado Lector: Te invita Cristo a ser salvo en El, desde el momento en que decidas Vivir en El y con El, y a Reinar con El, a partir del instante en que mueras a tus pecados, con sólo decirle con valentía, reflexión y decisión:
“Jesucristo, Señor mío y Dios mío, ¡SALVAME!, me arrepiento ante Ti de mis pecados, perdóname, y límpiame con tu Sangre Divina derramada en la cruz del Calvario, creo en Ti y te recibo como Unico, Suficiente y Perfecto Salvador Personal”.
Si Dios permite, continuaremos el viernes siguiente.