DIOS JESUCRISTO, desde hace unos 2,000 años nos muestra: ¡Su Grandiosa Resurrección!, al tercer día, luego de su Crucifixión y Muerte; porque al ser buscado en su sepulcro por María Magdalena y otras mujeres, sin que lo encontraran, dos ángeles del Cielo les advirtieron: “¿Por qué buscáis entre los muertos Al que Vive? ¡No está aquí; Cristo ha Resucitado!”, según Lucas 24:1-12 de la Biblia.
Por lo tanto: ¡Dios Cristo, Murió entonces para hacer suyos los pecados de todos sus creyentes, y Resucitó para darles a tales pecadores Su Vida Espiritual como Señor y Salvador, según Juan 3:16; porque Jesús restableció Su Vida en Su Cuerpo Perfecto, Divino y Precioso de Forma Humana que le hizo Dios Espíritu Santo, luego de Sacrificarse y Morir en la cruz del Calvario, renovando así su Vida Física por Sí Mismo, por tener Poder para ello, conforme a mandamiento de Dios Padre, según Juan 10:17-18.
Cristo, por ende, con su Muerte y Resurrección, dio cumplimiento a su promesa hecha en la eternidad, ante Dios Padre y Dios Espíritu Santo, para aplastar la cabeza de Satanás, como generador del pecado, a partir de Adán y Eva, y de a todo el género humano subsiguiente, según Génesis 3:15 y Romanos 3:10 y 23, recibiendo, a cambio Cristo, “una herida en su calcañar” (talón del pie), consistente en dicho Sacrificio y Muerte de su Cuerpo Precioso en la cruz del Calvario, para salvar a sus creyentes; pero recuperando su Vida Física, al tercer día, porque este Cristo Salvador: ¡Resucitó Gloriosamente!, para dar a sus creyentes salvos, de todos los tiempos las seguridades de su Gracia, que es Amor Supremo Perfecto, cuando cimentamos en El nuestra Fe mediante Su Resurrección, según 1 Corintios 15:1 a 58. Y, en consecuencia, cuando hablamos del Poder de la Resurrección de Jesús, nos referimos al milagro que El transmite a sus creyentes salvos, para que Mueran y Resuciten con El, porque solamente Jesús puede resucitarnos de la muerte de nuestros pecados, según Hechos 4:12.
Estimado Lector: te llama Dios Cristo a estar en: ¡El Poder de Su Divina y Gloriosa Resurrección!, si le dices con toda valentía, decisión y reflexión:
“Jesús, Señor mío y Dios mío, ¡SALVAME!, me arrepiento ante Ti de mis pecados, perdóname, y límpiame con tu Sangre Divina derramada en la cruz del Calvario, creo en Ti y te recibo como Unico, Suficiente y Perfecto Salvador Personal”.