/ domingo 28 de abril de 2024

Un camino hacia Dios | «Detalles de su infancia» Moisés Lira Serafín, próximo beato

Teresa Eugenia García Castro

Art. 905

En 1905 encontramos a Moisés con su papá en Tlatlauquitepec, Puebla. Vivian ambos en la casa Cural al lado del Sr. Cura Francisco Javier Hernández. “Aquí Moisés asistía a la Escuela Católica donde su padre daba clases, y a la vez era monaguillo de la Parroquia”.

En ese mismo año Moisés y su papá se volvieron a Zacatlán donde estuvieron “trabajando unos meses el cultivo de sus propias tierras: maíz y frijol”.

Moisés tuvo la oportunidad de ver de nuevo su casa, saborear aquella paz inalterable de la naturaleza, recordar su Padre Nuestro que rezó con tanto fervor y que le había valido el premio de coger sin dificultad alguna aquel conejito en pleno campo cuando llevaba a pastar a su chivita. Tuvo la oportunidad de convivir con su hermana Jovita, sus demás hermanos, primos y amigos de la infancia. Él, ya mayorcito, doce años, gustaba de mecer en el columpio improvisado con un lazo en la rama de un árbol, a los niños y niñas menores y se gozaba en hacerlo lo más fuerte que podía con el consiguiente susto y gritos de algunos de ellos.

En el juego de canicas, según platicó doña Jovita, ganaba siempre a despecho de los demás; era muy vivo y por su rápido ingenio, cuando veía que iba a perder, entorpecía el juego de alguna manera, pero acababa por hacer reír a todos y desquitarse con puntapiés al balón tras el cual corrían todos. Sin embargo, alguna vez hizo llorar y también lloró él, sobre todo cuando se sentía humillado, pues Don Pedro quería mucho a Moisés, pero también era enérgico y sabia corregirlo cuando lo merecía. El mismo padre Moisés platicaba:

«En una ocasión le di con las piedras de una resortera a un chiquillo. Me acusaron con mi papá y me dio una paliza delante de todos los demás chiquillos».

Se llegó el año siguiente, 1906, el Sr. Cura Hernández había sido trasladado a Huejotzingo, Puebla y volvió a llamar a Don Pedro como lo había hecho en otras ocasiones; Moisés fue también en esta ocasión con su padre a Huejotzingo, que se encuentra a 16 kms de San Martín Texmelucan, famoso por su convento-fortaleza, construido por los franciscanos en 1550 y que tiene una rica mezcla de arte gótico, renacentista y barroco.

El rio Huejotzingo, en los pequeños sauces, es el mismo rio Atoyac que toma el nombre del antiguo e histórico pueblo, como en Texmelucan recibe también este nombre. Tales cambios se deben a los habitantes de cada lugar. Se produce ahí una sidra excelente y entre sus artesanías destacan los jorongos y alfombras de lana. Su carnaval es el de más renombre y el más vistoso del país, siendo sus características la alegría, la animación, el bullicio y el entusiasmo popular, que fomenta en el adolescente su amor patrio y su atracción por la milicia, pues el tema es la escenificación de unas de las etapas de la intervención francesa.

Teresa Eugenia García Castro

Art. 905

En 1905 encontramos a Moisés con su papá en Tlatlauquitepec, Puebla. Vivian ambos en la casa Cural al lado del Sr. Cura Francisco Javier Hernández. “Aquí Moisés asistía a la Escuela Católica donde su padre daba clases, y a la vez era monaguillo de la Parroquia”.

En ese mismo año Moisés y su papá se volvieron a Zacatlán donde estuvieron “trabajando unos meses el cultivo de sus propias tierras: maíz y frijol”.

Moisés tuvo la oportunidad de ver de nuevo su casa, saborear aquella paz inalterable de la naturaleza, recordar su Padre Nuestro que rezó con tanto fervor y que le había valido el premio de coger sin dificultad alguna aquel conejito en pleno campo cuando llevaba a pastar a su chivita. Tuvo la oportunidad de convivir con su hermana Jovita, sus demás hermanos, primos y amigos de la infancia. Él, ya mayorcito, doce años, gustaba de mecer en el columpio improvisado con un lazo en la rama de un árbol, a los niños y niñas menores y se gozaba en hacerlo lo más fuerte que podía con el consiguiente susto y gritos de algunos de ellos.

En el juego de canicas, según platicó doña Jovita, ganaba siempre a despecho de los demás; era muy vivo y por su rápido ingenio, cuando veía que iba a perder, entorpecía el juego de alguna manera, pero acababa por hacer reír a todos y desquitarse con puntapiés al balón tras el cual corrían todos. Sin embargo, alguna vez hizo llorar y también lloró él, sobre todo cuando se sentía humillado, pues Don Pedro quería mucho a Moisés, pero también era enérgico y sabia corregirlo cuando lo merecía. El mismo padre Moisés platicaba:

«En una ocasión le di con las piedras de una resortera a un chiquillo. Me acusaron con mi papá y me dio una paliza delante de todos los demás chiquillos».

Se llegó el año siguiente, 1906, el Sr. Cura Hernández había sido trasladado a Huejotzingo, Puebla y volvió a llamar a Don Pedro como lo había hecho en otras ocasiones; Moisés fue también en esta ocasión con su padre a Huejotzingo, que se encuentra a 16 kms de San Martín Texmelucan, famoso por su convento-fortaleza, construido por los franciscanos en 1550 y que tiene una rica mezcla de arte gótico, renacentista y barroco.

El rio Huejotzingo, en los pequeños sauces, es el mismo rio Atoyac que toma el nombre del antiguo e histórico pueblo, como en Texmelucan recibe también este nombre. Tales cambios se deben a los habitantes de cada lugar. Se produce ahí una sidra excelente y entre sus artesanías destacan los jorongos y alfombras de lana. Su carnaval es el de más renombre y el más vistoso del país, siendo sus características la alegría, la animación, el bullicio y el entusiasmo popular, que fomenta en el adolescente su amor patrio y su atracción por la milicia, pues el tema es la escenificación de unas de las etapas de la intervención francesa.