/ domingo 17 de marzo de 2024

Opinión | Los divinos detalles

No me gustan los novios que parecen esposos, pero me encantan los esposos que parecen novios.

Los primeros, cuando se casen, no tendrán ya nada nuevo que experimentar, y lo único que añadirán a su matrimonio será deberes. ¿O qué otra cosa le podrán añadir si ya se lo han dicho todo, han visto todo y han hecho de todo?

Recuerdo el caso de una jovencita que me decía hace no mucho con lágrimas en los ojos:

-¡Soy tan desdichada! Cuando Manuel y yo éramos novios, aquello era la gloria. ¡Éramos tan felices! Salíamos, bailábamos, veíamos pelis y estábamos todo el tiempo el uno junto al otro. Pero, con el matrimonio, todo cambió, y para mal. Casarse, ¿no será de mala suerte?

-¡Que va a serlo, hija! ¡Que no, que no! Lo que pasa es otra cosa…

Dejé la frase en suspenso, para picar su curiosidad; luego sonreí maliciosamente y le dije:

-Es que ahora le quitas la quincena, y antes no se la quitabas.

La cosa era más clara que el cielo de aquel día: cuando ella y Manuel eran novios, ya tenían relaciones sexuales, es decir, todos los privilegios de un matrimonio, pero sin sus deberes. ¡Y qué bueno era aquello! Ahora que están ya casados es lo mismo, pero con las cargas, con infinidad de cargas, y eso no le hace a Manuel maldita la gracia.

Otra joven me decía también:

-Yo le digo a Oscar que nos casemos. Cinco años de noviazgo me parecen más que suficientes.

Claro que eran suficientes. ¡Cinco años! Me parecía que ésta era una cantidad razonable…

-¿Y por qué no quiere? –le pregunté haciéndome el tonto y como si no diera con la clave del misterio.

-Lo peor es que no me lo dice. ¡Se saca de la manga diez mil excusas, ninguna de las cuales me convence!

-Si quieres, yo te lo digo. Pero antes deberás responderme con sinceridad: ¿tienen ya relaciones sexuales?

La muchacha se puso del color de un camarón y dijo que sí. Y ahí estaba la explicación del enigma. ¡Claro! ¿Para qué iba a querer casarse Oscar si ya de ella lo tenía todo, todo, todo?

No, no me gustan los novios que parecen esposos: sus relaciones se han vuelto demasiado complicadas; pero en cambio, como he dicho, me encantan los esposos que parecen novios.

Cuando éstos salen juntos siguen mirándose a los ojos y, cuando pueden, se regalan flores. Caminan tomados de la mano y se hablan todavía con cariño -quiero decir, con el cariño de siempre-. Ella se arregla para él y él para ella, como cuando eran críos. Quieren seguirse conquistando, y quienquiera que los ve a lo lejos, dice: “Son un par de enamorados”.

“El primer desencanto –escribió el doctor René Biot (1889-1966) en uno de sus espléndidos libros-, el agente destructor de la unidad y de la felicidad de la pareja, se inicia más a menudo de lo que uno cree por razones insignificantes, por nada.

“Agradar a quien se ama es una fuente de alegría, y eso se hace tan naturalmente, que uno lo advierte en lo más mínimo. Pero no es menos cierto que esas mil cosillas son las que cimentan el amor, y que, por el contrario, la ausencia de esas muestras de delicadeza es la que lo roe lentamente”.

Sí, me gustan los esposos atentos a eso que un psicoanalista francés llamó “los divinos detalles”; que, cuando se prestan pequeños servicios, siguen dándose las gracias y no se olvidan nunca de las grandes solemnidades de sus respectivos calendarios personales.

“Cuántos maridos, ¡ay! –sigue diciendo el doctor Biot-, son menos solícitos que en los tiempos del noviazgo. Pequeños obsequios: un día, una flor; otro, una atención, una cosilla de nada, pero que indica que se ha pensado en el otro –la frase es muy expresiva en sí misma: una atención-: he aquí lo que a menudo es el secreto de una sólida felicidad…

“Que no diga ninguno de los dos: estamos tan seguros de nuestro amor que no nos tomamos la molestia de decírnoslo. A fuerza de no oírselo decir, cada uno de los dos sentirá menos lo que hay de extraño y maravilloso en un amor cumplido. Falta de cuidados, la delicada planta se marchita…

“De esos esposos felices que llaman la atención por una vida que es perpetua luna de miel, se diría de la mejor gana: ‘No tiene nada de extraño que sigan dándose tan conmovedoras muestras de ternura: se aman, tal es la razón de sus atenciones…’. ¿No creéis que sería más exacto trocar los términos de la frase?; ¿qué su amor, lejos de marchitarse, se confirma porque tienen cuidado de mostrárselo mutuamente con palabras, con sonrisas, con algunas caricias, con menudas atenciones?

“Ignorancia, negligencia o timidez mal entendida: no permitamos que estos enemigos del amor destruyan la felicidad y la firmeza de nuestros hogares!”.

¡Y pensar que estas palabras fueron escritas a finales de los años 40 del siglo pasado! Han pasado desde entonces ochenta años. Pero aunque hubiesen pasado mil, seguirían siendo actuales, pues el corazón humano permanece idéntico a sí mismo y el hambre de cariño no se ha aplacado desde entonces.

Que los novios sean sólo novios; y que los esposos, aunque ya lo sean, sigan siendo novios. Amén.

No me gustan los novios que parecen esposos, pero me encantan los esposos que parecen novios.

Los primeros, cuando se casen, no tendrán ya nada nuevo que experimentar, y lo único que añadirán a su matrimonio será deberes. ¿O qué otra cosa le podrán añadir si ya se lo han dicho todo, han visto todo y han hecho de todo?

Recuerdo el caso de una jovencita que me decía hace no mucho con lágrimas en los ojos:

-¡Soy tan desdichada! Cuando Manuel y yo éramos novios, aquello era la gloria. ¡Éramos tan felices! Salíamos, bailábamos, veíamos pelis y estábamos todo el tiempo el uno junto al otro. Pero, con el matrimonio, todo cambió, y para mal. Casarse, ¿no será de mala suerte?

-¡Que va a serlo, hija! ¡Que no, que no! Lo que pasa es otra cosa…

Dejé la frase en suspenso, para picar su curiosidad; luego sonreí maliciosamente y le dije:

-Es que ahora le quitas la quincena, y antes no se la quitabas.

La cosa era más clara que el cielo de aquel día: cuando ella y Manuel eran novios, ya tenían relaciones sexuales, es decir, todos los privilegios de un matrimonio, pero sin sus deberes. ¡Y qué bueno era aquello! Ahora que están ya casados es lo mismo, pero con las cargas, con infinidad de cargas, y eso no le hace a Manuel maldita la gracia.

Otra joven me decía también:

-Yo le digo a Oscar que nos casemos. Cinco años de noviazgo me parecen más que suficientes.

Claro que eran suficientes. ¡Cinco años! Me parecía que ésta era una cantidad razonable…

-¿Y por qué no quiere? –le pregunté haciéndome el tonto y como si no diera con la clave del misterio.

-Lo peor es que no me lo dice. ¡Se saca de la manga diez mil excusas, ninguna de las cuales me convence!

-Si quieres, yo te lo digo. Pero antes deberás responderme con sinceridad: ¿tienen ya relaciones sexuales?

La muchacha se puso del color de un camarón y dijo que sí. Y ahí estaba la explicación del enigma. ¡Claro! ¿Para qué iba a querer casarse Oscar si ya de ella lo tenía todo, todo, todo?

No, no me gustan los novios que parecen esposos: sus relaciones se han vuelto demasiado complicadas; pero en cambio, como he dicho, me encantan los esposos que parecen novios.

Cuando éstos salen juntos siguen mirándose a los ojos y, cuando pueden, se regalan flores. Caminan tomados de la mano y se hablan todavía con cariño -quiero decir, con el cariño de siempre-. Ella se arregla para él y él para ella, como cuando eran críos. Quieren seguirse conquistando, y quienquiera que los ve a lo lejos, dice: “Son un par de enamorados”.

“El primer desencanto –escribió el doctor René Biot (1889-1966) en uno de sus espléndidos libros-, el agente destructor de la unidad y de la felicidad de la pareja, se inicia más a menudo de lo que uno cree por razones insignificantes, por nada.

“Agradar a quien se ama es una fuente de alegría, y eso se hace tan naturalmente, que uno lo advierte en lo más mínimo. Pero no es menos cierto que esas mil cosillas son las que cimentan el amor, y que, por el contrario, la ausencia de esas muestras de delicadeza es la que lo roe lentamente”.

Sí, me gustan los esposos atentos a eso que un psicoanalista francés llamó “los divinos detalles”; que, cuando se prestan pequeños servicios, siguen dándose las gracias y no se olvidan nunca de las grandes solemnidades de sus respectivos calendarios personales.

“Cuántos maridos, ¡ay! –sigue diciendo el doctor Biot-, son menos solícitos que en los tiempos del noviazgo. Pequeños obsequios: un día, una flor; otro, una atención, una cosilla de nada, pero que indica que se ha pensado en el otro –la frase es muy expresiva en sí misma: una atención-: he aquí lo que a menudo es el secreto de una sólida felicidad…

“Que no diga ninguno de los dos: estamos tan seguros de nuestro amor que no nos tomamos la molestia de decírnoslo. A fuerza de no oírselo decir, cada uno de los dos sentirá menos lo que hay de extraño y maravilloso en un amor cumplido. Falta de cuidados, la delicada planta se marchita…

“De esos esposos felices que llaman la atención por una vida que es perpetua luna de miel, se diría de la mejor gana: ‘No tiene nada de extraño que sigan dándose tan conmovedoras muestras de ternura: se aman, tal es la razón de sus atenciones…’. ¿No creéis que sería más exacto trocar los términos de la frase?; ¿qué su amor, lejos de marchitarse, se confirma porque tienen cuidado de mostrárselo mutuamente con palabras, con sonrisas, con algunas caricias, con menudas atenciones?

“Ignorancia, negligencia o timidez mal entendida: no permitamos que estos enemigos del amor destruyan la felicidad y la firmeza de nuestros hogares!”.

¡Y pensar que estas palabras fueron escritas a finales de los años 40 del siglo pasado! Han pasado desde entonces ochenta años. Pero aunque hubiesen pasado mil, seguirían siendo actuales, pues el corazón humano permanece idéntico a sí mismo y el hambre de cariño no se ha aplacado desde entonces.

Que los novios sean sólo novios; y que los esposos, aunque ya lo sean, sigan siendo novios. Amén.