/ domingo 31 de marzo de 2024

Opinión | “LOS ENVÍO COMO CORDEROS”…

Era de madrugada cuando Abraham se encaminó a la montaña del sacrificio. Dios le había dicho: “Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moria, y ofrécemelo en sacrificio, en la montaña que yo te indicaré”… Se levantó Abraham, aparejó el asno, partió la leña para el sacrificio, tomó a Isaac y, sin decir ni una palabra a Sara, su mujer, empezó a alejarse de su hogar. ¿Qué pensaba mientras cortaba la leña? Sören Kierkegaard (1813-1855), el filosofo danés, se lo imagina orando de la siguiente manera: “Señor del cielo, te doy las gracias. Preferible es que me crea sin entrañas, antes de que pierda su fe en ti”. Preferible que me crea sin entrañas, a que crea que tú careces de importancia.

Y allá van, a la región de Moria. Isaac, por supuesto, no sabe nada de lo que está a punto de suceder. Sabe que van a realizar un sacrificio, pero no sabe que el sacrificado será él. “Abraham tomó la leña del sacrificio y la cargó sobre su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos; Isaac dijo a Abraham, su padre: ‘¡Padre!’. Él respondió: ‘Aquí estoy, hijo mío’. Isaac preguntó: ‘Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?’” (Génesis 22, 6-7). ¡Cómo sufriría Abraham al oír hablar así a su hijo! ¿Dónde estaba el cordero para el sacrificio? “El cordero eres tú, hijo mío”, pensaría Abraham; pero sólo lo pensó; en cambio, dijo: “Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío” (Génesis 22, 8).

Estas palabras dichas por Abraham eran una profecía, y no sólo porque Dios proveyó en aquella ocasión singular, sino porque Jesucristo es el Cordero que Dios ha provisto para que muera en lugar de Isaac y de toda su descendencia. Para que el hombre no muera, morirá el Cordero. En la vigilia pascual, cuando las luces están apagadas y sólo brilla la luz de la luna, surge de la oscuridad un pregón que dice: “¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!”.

Sí, el es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; Jesús es el verdadero cordero del sacrificio…¿Sabía Juan lo que decía cuando exclamó al ver a Jesús: “Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1, 29)? Pues bien, sí, él es el Cordero de Dios: el Cordero que Dios provee.

Los estudiosos del evangelio de San Juan han hecho un descubrimiento sumamente interesante, y es éste: “Jesús murió el día 14 de Nisán, el día de la preparación de la Pascua, a la hora en que sacrificaban los corderos del Templo” (Juan Manuel Martín-Moreno SJ, Personajes del cuarto evangelio). En efecto, cuando los corderos eran sacrificados en el templo, Jesús moría en la cruz. A la misma hora y el mismo día. Nada en la vida de Jesús, ni tampoco en su muerte, es azaroso o fortuito. Todo tiene una honda significación. Mientras en el Templo morían los cordero, en la cruz expiraba también el Cordero de Dios.

El cordero es un animal manso. De un cordero no puedes esperar que te ataque o se te eche encima. Es llevado al matadero en silencio. Y cuando Jesús, poco antes de la Pasión, fue interrogado por el Sanedrín en pleno, el sumo sacerdote se puso de pie y le dijo: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti? Pero Jesús seguía callado” (Mateo 26, 62-63).

Y lo mismo sucedió con Pilato, el procurador romano: “Volvió a entrar Pilato en el pretorio y dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’. Pero Jesús no le dio respuesta. Le dice Pilato: ‘¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?’” (Juan 19, 9-10). Pero, como los corderos, Jesús no se defiende, ni abre la boca para protestar. Es llevado al matadero sin una sola protesta de su parte.

Un misionero en Alaska –el jesuita Segundo Llorente (1906-1989)- explicaba un día a los nativos de aquellas tierras gélidas que Jesús era el Cordero de Dios. Pero había un problema, y era que los esquimales nunca habían visto un cordero, de manera que no lograban entender la catequesis. Entonces el jesuita echó a volar su imaginación y dijo en su alocución algo como esto: “Los corderos eran para la cultura de Jesús lo que las focas lo son para la nuestra: animales nobles que no atacan pero que sí se dejan atacar. Así que imagínense usted que lo que dijo Juan Bautista fue: ‘Ésta es la foca de Dios que quita el pecado del mundo’ ”…

Todo esto es muy bello. Y, sin embargo, hay algo grave, y es que lo que dijo Jesús a sus discípulos al enviarlos a predicar la buena nueva: “¡Pónganse en camino! Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lucas 10, 3).

Los envío como corderos…

En la Edad Media, San Bernardo de Claraval (1090-1153) dijo: “El cordero es entre los animales lo que la paloma entre las aves: inocencia, dulzura, sencillez”. ¡La dulzura! Hay que saber practicar esta virtud que Cristo poseía a manos llenas. Entre ser dulces y ser amargos, prefiramos lo primero. Y para conseguir la dulzura espiritual, San Francisco de Sales (1567-1622) daba en sus cartas y tratados los siguientes consejos: “Tratad con extrema dulzura y caridad al prójimo aunque os causen cierta aversión o disgusto… Os lo digo claramente sin permitir ninguna excepción: no os enojéis por nada y, si es posible, no admitáis ningún pretexto para abrir la puerta de vuestro corazón a la ira. Por esto, apenas os deis cuanta de que se os ha escapado un acto de cólera, reparad la falta con un acto de dulzura hacia la persona contra la cual os habéis irritado… Debemos soportar a los otros, pero hay que comenzar por soportarse a sí mismo y tener paciencia de ser imperfectos… No descuidéis la dulzura. Reprimid los arranques del carácter vivo y ardiente que es el vuestro”.

Si el cordero representa la inocencia, la dulzura y la sencillez, y Cristo es el Cordero de Dios, entonces los que amamos a Cristo debemos parecernos a él. “Yo los envío como corderos”…

Era de madrugada cuando Abraham se encaminó a la montaña del sacrificio. Dios le había dicho: “Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moria, y ofrécemelo en sacrificio, en la montaña que yo te indicaré”… Se levantó Abraham, aparejó el asno, partió la leña para el sacrificio, tomó a Isaac y, sin decir ni una palabra a Sara, su mujer, empezó a alejarse de su hogar. ¿Qué pensaba mientras cortaba la leña? Sören Kierkegaard (1813-1855), el filosofo danés, se lo imagina orando de la siguiente manera: “Señor del cielo, te doy las gracias. Preferible es que me crea sin entrañas, antes de que pierda su fe en ti”. Preferible que me crea sin entrañas, a que crea que tú careces de importancia.

Y allá van, a la región de Moria. Isaac, por supuesto, no sabe nada de lo que está a punto de suceder. Sabe que van a realizar un sacrificio, pero no sabe que el sacrificado será él. “Abraham tomó la leña del sacrificio y la cargó sobre su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos; Isaac dijo a Abraham, su padre: ‘¡Padre!’. Él respondió: ‘Aquí estoy, hijo mío’. Isaac preguntó: ‘Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?’” (Génesis 22, 6-7). ¡Cómo sufriría Abraham al oír hablar así a su hijo! ¿Dónde estaba el cordero para el sacrificio? “El cordero eres tú, hijo mío”, pensaría Abraham; pero sólo lo pensó; en cambio, dijo: “Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío” (Génesis 22, 8).

Estas palabras dichas por Abraham eran una profecía, y no sólo porque Dios proveyó en aquella ocasión singular, sino porque Jesucristo es el Cordero que Dios ha provisto para que muera en lugar de Isaac y de toda su descendencia. Para que el hombre no muera, morirá el Cordero. En la vigilia pascual, cuando las luces están apagadas y sólo brilla la luz de la luna, surge de la oscuridad un pregón que dice: “¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!”.

Sí, el es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; Jesús es el verdadero cordero del sacrificio…¿Sabía Juan lo que decía cuando exclamó al ver a Jesús: “Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1, 29)? Pues bien, sí, él es el Cordero de Dios: el Cordero que Dios provee.

Los estudiosos del evangelio de San Juan han hecho un descubrimiento sumamente interesante, y es éste: “Jesús murió el día 14 de Nisán, el día de la preparación de la Pascua, a la hora en que sacrificaban los corderos del Templo” (Juan Manuel Martín-Moreno SJ, Personajes del cuarto evangelio). En efecto, cuando los corderos eran sacrificados en el templo, Jesús moría en la cruz. A la misma hora y el mismo día. Nada en la vida de Jesús, ni tampoco en su muerte, es azaroso o fortuito. Todo tiene una honda significación. Mientras en el Templo morían los cordero, en la cruz expiraba también el Cordero de Dios.

El cordero es un animal manso. De un cordero no puedes esperar que te ataque o se te eche encima. Es llevado al matadero en silencio. Y cuando Jesús, poco antes de la Pasión, fue interrogado por el Sanedrín en pleno, el sumo sacerdote se puso de pie y le dijo: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti? Pero Jesús seguía callado” (Mateo 26, 62-63).

Y lo mismo sucedió con Pilato, el procurador romano: “Volvió a entrar Pilato en el pretorio y dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’. Pero Jesús no le dio respuesta. Le dice Pilato: ‘¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?’” (Juan 19, 9-10). Pero, como los corderos, Jesús no se defiende, ni abre la boca para protestar. Es llevado al matadero sin una sola protesta de su parte.

Un misionero en Alaska –el jesuita Segundo Llorente (1906-1989)- explicaba un día a los nativos de aquellas tierras gélidas que Jesús era el Cordero de Dios. Pero había un problema, y era que los esquimales nunca habían visto un cordero, de manera que no lograban entender la catequesis. Entonces el jesuita echó a volar su imaginación y dijo en su alocución algo como esto: “Los corderos eran para la cultura de Jesús lo que las focas lo son para la nuestra: animales nobles que no atacan pero que sí se dejan atacar. Así que imagínense usted que lo que dijo Juan Bautista fue: ‘Ésta es la foca de Dios que quita el pecado del mundo’ ”…

Todo esto es muy bello. Y, sin embargo, hay algo grave, y es que lo que dijo Jesús a sus discípulos al enviarlos a predicar la buena nueva: “¡Pónganse en camino! Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lucas 10, 3).

Los envío como corderos…

En la Edad Media, San Bernardo de Claraval (1090-1153) dijo: “El cordero es entre los animales lo que la paloma entre las aves: inocencia, dulzura, sencillez”. ¡La dulzura! Hay que saber practicar esta virtud que Cristo poseía a manos llenas. Entre ser dulces y ser amargos, prefiramos lo primero. Y para conseguir la dulzura espiritual, San Francisco de Sales (1567-1622) daba en sus cartas y tratados los siguientes consejos: “Tratad con extrema dulzura y caridad al prójimo aunque os causen cierta aversión o disgusto… Os lo digo claramente sin permitir ninguna excepción: no os enojéis por nada y, si es posible, no admitáis ningún pretexto para abrir la puerta de vuestro corazón a la ira. Por esto, apenas os deis cuanta de que se os ha escapado un acto de cólera, reparad la falta con un acto de dulzura hacia la persona contra la cual os habéis irritado… Debemos soportar a los otros, pero hay que comenzar por soportarse a sí mismo y tener paciencia de ser imperfectos… No descuidéis la dulzura. Reprimid los arranques del carácter vivo y ardiente que es el vuestro”.

Si el cordero representa la inocencia, la dulzura y la sencillez, y Cristo es el Cordero de Dios, entonces los que amamos a Cristo debemos parecernos a él. “Yo los envío como corderos”…