/ domingo 25 de marzo de 2018

Artículo Dominical

Cada persona es única. Y por eso, es inútil tratar de ser como es el otro; porque aquel no eres tú. Nos ahorraríamos muchos sufrimientos, si dejáramos de estar comparándonos con los demás, y tuviéramos el valor de ser nosotros mismos.

Es importante que aceptemos nuestra identidad; y dejemos de sufrir, al no poder hacer lo que el otro hace. Algunos quisieran que todos fueran iguales para no sentirse solos. Pero eso, es inútil: somos iguales en dignidad, pero distintos en cualidad. Y cada quien tiene su destino; y en ese camino, nadie te puede acompañar. A cada quien le fue encomendada una misión. Y esa, es única; si se nos dieron algunas cualidades, no es para presumirlas, sino para que nos ayuden a cumplir con la misión encomendada.

Nadie debe sentirse triste, por no ser como es el otro, ni por no tener las cualidades que el otro tiene. Porque esas cualidades, son para servir y cumplir la propia misión. Y por eso, nadie puede presumir de sus atributos; ni sentirse superior por tener otros talentos. Todo se nos dio como un préstamo para sacar adelante la encomienda.

Pero luego, nos asalta la tentación de querer ser como el otro; y en ese intento, nos traicionamos a nosotros mimos. El demonio le propuso a Eva, hacer lo prohibido con la oferta de llegar a ser como Dios. Y ahí, está la desgracia del hombre: en querer ser como el otro; y vivir sufriendo por no ser, ni tener lo que el otro tiene. No cabe duda, que el pecado nos empuja a vivir en el absurdo.

Cuando Jesús nos aconseja el “aborrecernos a nosotros mismos en este mundo”, no nos pide que nos odiemos; sino que quitemos todo lo que no va con nosotros. Porque en el camino de la vida, vamos tomando actitudes y pensamientos que no van con nuestro ser. Y eso, nos va a resultar muy incómodo.

Si Jesús dice, “que el que se ama, se pierde”. Con estas palabras, nos hace ver que el amor propio nos puede cegar. Y ante esa oscuridad vamos a hacer cosas, que a la larga, acabaran por lastimarnos. Ya que todo lo que no es para ti, termina haciéndote daño.

Por algo decía Ortega: “La vida es un hacer, que da mucho qué hacer, más cuando no se es lo que se tiene que ser”. Dejar de ser nosotros mismos, nos va a dar mucho qué hacer. Porque le añadimos a nuestro ser, algo que no va con nosotros; para luego, tener que desprendernos de lo que no es nuestro, eso nos va a dar mucho qué hacer.



Cada persona es única. Y por eso, es inútil tratar de ser como es el otro; porque aquel no eres tú. Nos ahorraríamos muchos sufrimientos, si dejáramos de estar comparándonos con los demás, y tuviéramos el valor de ser nosotros mismos.

Es importante que aceptemos nuestra identidad; y dejemos de sufrir, al no poder hacer lo que el otro hace. Algunos quisieran que todos fueran iguales para no sentirse solos. Pero eso, es inútil: somos iguales en dignidad, pero distintos en cualidad. Y cada quien tiene su destino; y en ese camino, nadie te puede acompañar. A cada quien le fue encomendada una misión. Y esa, es única; si se nos dieron algunas cualidades, no es para presumirlas, sino para que nos ayuden a cumplir con la misión encomendada.

Nadie debe sentirse triste, por no ser como es el otro, ni por no tener las cualidades que el otro tiene. Porque esas cualidades, son para servir y cumplir la propia misión. Y por eso, nadie puede presumir de sus atributos; ni sentirse superior por tener otros talentos. Todo se nos dio como un préstamo para sacar adelante la encomienda.

Pero luego, nos asalta la tentación de querer ser como el otro; y en ese intento, nos traicionamos a nosotros mimos. El demonio le propuso a Eva, hacer lo prohibido con la oferta de llegar a ser como Dios. Y ahí, está la desgracia del hombre: en querer ser como el otro; y vivir sufriendo por no ser, ni tener lo que el otro tiene. No cabe duda, que el pecado nos empuja a vivir en el absurdo.

Cuando Jesús nos aconseja el “aborrecernos a nosotros mismos en este mundo”, no nos pide que nos odiemos; sino que quitemos todo lo que no va con nosotros. Porque en el camino de la vida, vamos tomando actitudes y pensamientos que no van con nuestro ser. Y eso, nos va a resultar muy incómodo.

Si Jesús dice, “que el que se ama, se pierde”. Con estas palabras, nos hace ver que el amor propio nos puede cegar. Y ante esa oscuridad vamos a hacer cosas, que a la larga, acabaran por lastimarnos. Ya que todo lo que no es para ti, termina haciéndote daño.

Por algo decía Ortega: “La vida es un hacer, que da mucho qué hacer, más cuando no se es lo que se tiene que ser”. Dejar de ser nosotros mismos, nos va a dar mucho qué hacer. Porque le añadimos a nuestro ser, algo que no va con nosotros; para luego, tener que desprendernos de lo que no es nuestro, eso nos va a dar mucho qué hacer.