/ domingo 14 de abril de 2024

Un camino hacia Dios | « Primera infancia de Moisés Lira Serafín, próximo beato»


María Socorro Pérez Coss y León, mcmi

Moisés pasó su primera infancia en Tlatempa, en el tran#quilo y perfumado ambiente del campo con su tierra roja en contraste con el verdor del fértil suelo que alegra la vista. En esa paz alterada sólo por la brisa del viento y el cantarín río que pasa cerca de la casa y cae más abajo formando una pequeña, pero espumosa cascada que arrulla a los habitantes.

Este buen cristiano, Don Pedro, tuvo la pena de perder a su esposa. Empezó ella a estar enferma y las hijas mayores, Jovita y Hermelinda, la suplieron en los quehaceres de la casa y en el cuidado de los hermanitos menores, pero llegó el día en que la muerte cortó la vida de Doña Juliana, el 14 de septiembre de 1898, quedando Moisés y sus hermanos huérfanos de madre. Sus hermanas mayores, de corazón sencillo, heredaron lo piadoso de su madre y, el afecto fraterno tomó un tinte maternal, sobre todo hacia Moisés, el benjamín de la familia.

En este sencillo ambiente, pero de una gran fe, Moisés recibe las primeras enseñanzas de la religión, de modo especial por su hermana Hermelinda, que fue la que sustituyó para él a la mamá y le enseñó a rezar y a amar a Dios. Años después, ya siendo Moisés sacerdote recordaba:

«Una vez que mis hermanas me llevaron a la Parroquia a Misa, recé un Padre nuestro con mucho cariño y confianza. Tenía en ese tiempo una chivita que me había dado mi papá y la llevaba a pastar, y ese día, estando en el campo, vi un conejito que vino muy cerca de mí y lo cogí sin dificultad alguna. Me dio tanto gusto haberlo cogido tan fácilmente, que pensé era en premio de mi Padre nuestro de por la mañana. ¡Me sentía tan contento en esa paz inalterable del campo! »

Desde niño tuvo una tierna y amorosa imagen del Padre Celestial en su propio papá que lo quería de modo particular por ser el más pequeño y haber quedado huérfano a tan temprana edad, pues, Don Pedro lo llevó siempre consigo a las diversas poblaciones a donde iba para seguir dirigiendo la Escuela Parroquial al lado del Sr. Cura Don Fco. Javier Hernández, quien lo llamaba siempre a donde él era destinado como Párroco. «Aunque Don Pedro tenía sus tierritas, toda su vida fue institutor», apunta el P. Félix Rougier acerca de Moisés que fue la primera vocación que Dios le deparó para la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo.

Acostumbraba Don Pedro hacer largas caminatas a pie atra#vesando la serranía y llevaba consigo, como siempre, a Moisés. En una ocasión, al atardecer, previendo que se avecinaba la noche, el papá se preocupaba por el niño, pues no tendrían donde descansar, tanto más que no llevaba dinero, iban sin un centa#vo, ni para comer. Moisés, graciosamente, con voz clara y dulce le dice: ¡Papá, Dios dirá! Datos recabado por Emilia Massímí Wingert, Misionera de la Caridad de Maria Inmaculada, de doña Jovita, hermana del próximo beato Moisés Lira Serafín, Apóstol de la bondad y del amor al Padre.


María Socorro Pérez Coss y León, mcmi

Moisés pasó su primera infancia en Tlatempa, en el tran#quilo y perfumado ambiente del campo con su tierra roja en contraste con el verdor del fértil suelo que alegra la vista. En esa paz alterada sólo por la brisa del viento y el cantarín río que pasa cerca de la casa y cae más abajo formando una pequeña, pero espumosa cascada que arrulla a los habitantes.

Este buen cristiano, Don Pedro, tuvo la pena de perder a su esposa. Empezó ella a estar enferma y las hijas mayores, Jovita y Hermelinda, la suplieron en los quehaceres de la casa y en el cuidado de los hermanitos menores, pero llegó el día en que la muerte cortó la vida de Doña Juliana, el 14 de septiembre de 1898, quedando Moisés y sus hermanos huérfanos de madre. Sus hermanas mayores, de corazón sencillo, heredaron lo piadoso de su madre y, el afecto fraterno tomó un tinte maternal, sobre todo hacia Moisés, el benjamín de la familia.

En este sencillo ambiente, pero de una gran fe, Moisés recibe las primeras enseñanzas de la religión, de modo especial por su hermana Hermelinda, que fue la que sustituyó para él a la mamá y le enseñó a rezar y a amar a Dios. Años después, ya siendo Moisés sacerdote recordaba:

«Una vez que mis hermanas me llevaron a la Parroquia a Misa, recé un Padre nuestro con mucho cariño y confianza. Tenía en ese tiempo una chivita que me había dado mi papá y la llevaba a pastar, y ese día, estando en el campo, vi un conejito que vino muy cerca de mí y lo cogí sin dificultad alguna. Me dio tanto gusto haberlo cogido tan fácilmente, que pensé era en premio de mi Padre nuestro de por la mañana. ¡Me sentía tan contento en esa paz inalterable del campo! »

Desde niño tuvo una tierna y amorosa imagen del Padre Celestial en su propio papá que lo quería de modo particular por ser el más pequeño y haber quedado huérfano a tan temprana edad, pues, Don Pedro lo llevó siempre consigo a las diversas poblaciones a donde iba para seguir dirigiendo la Escuela Parroquial al lado del Sr. Cura Don Fco. Javier Hernández, quien lo llamaba siempre a donde él era destinado como Párroco. «Aunque Don Pedro tenía sus tierritas, toda su vida fue institutor», apunta el P. Félix Rougier acerca de Moisés que fue la primera vocación que Dios le deparó para la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo.

Acostumbraba Don Pedro hacer largas caminatas a pie atra#vesando la serranía y llevaba consigo, como siempre, a Moisés. En una ocasión, al atardecer, previendo que se avecinaba la noche, el papá se preocupaba por el niño, pues no tendrían donde descansar, tanto más que no llevaba dinero, iban sin un centa#vo, ni para comer. Moisés, graciosamente, con voz clara y dulce le dice: ¡Papá, Dios dirá! Datos recabado por Emilia Massímí Wingert, Misionera de la Caridad de Maria Inmaculada, de doña Jovita, hermana del próximo beato Moisés Lira Serafín, Apóstol de la bondad y del amor al Padre.