/ domingo 10 de marzo de 2024

Un camino hacia Dios | «Zacatlán de las Manzanas» Moisés Lira Serafín, próximo beato

María Socorro Pérez Coss y León

El Distrito de Zacatlán, narra M. Emilia Massimi Wingert, es uno de los más prósperos del Norte del Estado de Puebla. Su nombre es indígena y significa Tierra de Zacate o Yerbal por la abundancia de su vegetación. Su topografía es bastante accidentada, la Sierra Madre Oriental toma ahí el nombre de Sierra de Zacatlán; sobresale la Cordillera de Milmán, que ostenta cumbres imponentes con majestuosos gigantes en la cordillera y barrancas de salvaje grandeza.

La ciudad en donde nació el Venerable Moisés Lira Serafín, oficialmente se llama Zacatlán de Márquez y Galindo, pero más conocida por el nombre de Zacatlán de las Manzanas. Fue fundada en 1786; en el período colonial fue una de las Alcaldías Mayores; en 1859 fue convertida en cabecera de Distrito. Su nombre se debe a la abundancia y variedad de sus ricas manzanas. A 105 km. de Puebla de los Ángeles, está rodeada completamente de cerros, pero su altitud de 2,050 m. sobre el nivel del mar hace que la población disfrute de un clima templado, muy sano.

La población ocupa grande extensión, además del núcleo que constituye la ciudad, se encuentran casas más o menos aisladas que con sus solares separados unos de otros por linderos de árboles frutales, son casas propias de quienes las habitan. Más lejos se descubren barrios y rancherías que animan la belleza del panorama.

La ciudad es quieta y silenciosa. Pero en los días de plaza se torna alegre y animada por la llegada constante de indios vestidos con sus típicos trajes, que van a vender en huacales los variados y sabrosos frutos propios de los tres climas que reinan en la comarca.

En las afueras de la ciudad de Zacatlán se abre, en una longitud de varios kilómetros, la profunda y hermosísima barranca que, por su magnitud y su verdor, es un escenario de imponente hermosura con enormes y elevadas peñas sobrepuestas, cortadas a pique. Se admira la importancia de corrientes de agua más o menos caudalosas semejando desde lejos surcos vaporosos de algodón escarmenado: y, por todos lados, siempre la misma vegetación majestuosa y terrenos de labor.

«Con el brusco desnivel y grandes pendientes de la barranca se producen saltos considerables y las cascadas más bellas del país y de América.» Numerosos arroyos riegan el suelo que ostenta tanta belleza en la variedad de sus flores, y que, en invierno, después de las nevadas muy frecuentes en esta zona, cuando los blanquísimos copos cubran rocas, árboles, casas y sembrados, presenta un aspecto fantástico que sobrecoge y alegra. Tanta belleza influyó en el próximo beato Moisés Lira Serafín quien experimentó a Dios Creador como La Belleza.

Un poeta describe la belleza y exuberancia de Zacatlán:

«¡Todo sorprende, todo arrebata,

todo despierta la admiración!

Propios y extraños, de igual manera,

constantemente proclamarán:

¡cuánta belleza, cuánta importancia

tiene el distrito de Zacatlán!»

María Socorro Pérez Coss y León

El Distrito de Zacatlán, narra M. Emilia Massimi Wingert, es uno de los más prósperos del Norte del Estado de Puebla. Su nombre es indígena y significa Tierra de Zacate o Yerbal por la abundancia de su vegetación. Su topografía es bastante accidentada, la Sierra Madre Oriental toma ahí el nombre de Sierra de Zacatlán; sobresale la Cordillera de Milmán, que ostenta cumbres imponentes con majestuosos gigantes en la cordillera y barrancas de salvaje grandeza.

La ciudad en donde nació el Venerable Moisés Lira Serafín, oficialmente se llama Zacatlán de Márquez y Galindo, pero más conocida por el nombre de Zacatlán de las Manzanas. Fue fundada en 1786; en el período colonial fue una de las Alcaldías Mayores; en 1859 fue convertida en cabecera de Distrito. Su nombre se debe a la abundancia y variedad de sus ricas manzanas. A 105 km. de Puebla de los Ángeles, está rodeada completamente de cerros, pero su altitud de 2,050 m. sobre el nivel del mar hace que la población disfrute de un clima templado, muy sano.

La población ocupa grande extensión, además del núcleo que constituye la ciudad, se encuentran casas más o menos aisladas que con sus solares separados unos de otros por linderos de árboles frutales, son casas propias de quienes las habitan. Más lejos se descubren barrios y rancherías que animan la belleza del panorama.

La ciudad es quieta y silenciosa. Pero en los días de plaza se torna alegre y animada por la llegada constante de indios vestidos con sus típicos trajes, que van a vender en huacales los variados y sabrosos frutos propios de los tres climas que reinan en la comarca.

En las afueras de la ciudad de Zacatlán se abre, en una longitud de varios kilómetros, la profunda y hermosísima barranca que, por su magnitud y su verdor, es un escenario de imponente hermosura con enormes y elevadas peñas sobrepuestas, cortadas a pique. Se admira la importancia de corrientes de agua más o menos caudalosas semejando desde lejos surcos vaporosos de algodón escarmenado: y, por todos lados, siempre la misma vegetación majestuosa y terrenos de labor.

«Con el brusco desnivel y grandes pendientes de la barranca se producen saltos considerables y las cascadas más bellas del país y de América.» Numerosos arroyos riegan el suelo que ostenta tanta belleza en la variedad de sus flores, y que, en invierno, después de las nevadas muy frecuentes en esta zona, cuando los blanquísimos copos cubran rocas, árboles, casas y sembrados, presenta un aspecto fantástico que sobrecoge y alegra. Tanta belleza influyó en el próximo beato Moisés Lira Serafín quien experimentó a Dios Creador como La Belleza.

Un poeta describe la belleza y exuberancia de Zacatlán:

«¡Todo sorprende, todo arrebata,

todo despierta la admiración!

Propios y extraños, de igual manera,

constantemente proclamarán:

¡cuánta belleza, cuánta importancia

tiene el distrito de Zacatlán!»