/ miércoles 31 de octubre de 2018

Noche panteonera

Hace muchos años, seguramente más de 50, por aquellos tiempos era época de frío, cielo nublado, chamarra y guantes. Hermoso frío que obligaba a la pandilla a comprarse un cuarto de litro de “mezcal Ipiña”, a la par, y para que resbalara, se compraba un “refresco caballito”, sin olvidar, claro, la cajetilla de cigarros “delicados sin filtro”. Cigarrillos en los que en cada fumada parecías votar más humo que un volcán anunciando su próxima erupción ¿sería que parecía más humo el expelido que el absorbido, debido al propio aliento? Porque en verdad que en esas fechas hacía frío, y cuando hablabas, el aire tibio de tu boca, al enfriarse semejaba una bocanada de humo

Un día de hermoso frío otoñal, estando reunida la pandilla, que contaba con 12 elementos, reunidos alrededor de una pequeña lumbrada que pomposamente llamábamos fogata -Fumando cigarro tras cigarro-, ¡embelesados por el fuego! Que sabe poseerte y dominarte cuando le ves más de 14 segundos. Alguien propuso el ir a meternos al cementerio, la propuesta fue aceptada por unanimidad dado que constantemente incursionábamos al panteón del saucito. Para nosotros era un sendero muy caminado, todo consistía en trepar por las tapias de una calera abandonada, ahí por la prolongación de la calle Vasco de Quiroga. Y a horcajadas o gateando, avanzar por la gorda barda del cementerio hasta llegar a un pirul que extendía y tocaba la barda con una de sus ramas, era solo cuestión de descolgarse para estar adentro del panteón.

Estaba pues la propuesta hecha y aceptada, como tantas otras veces, y sin que nada ni nadie se interpusiera, en 40 minutos estábamos dentro del panteón, correteando liebres entre las tumbas

Normalmente entre juegos y bromas hacíamos el recorrido hasta la puerta de entrada al cementerio, y de ahí caminábamos hasta la techumbre de lámina que nosotros hicimos, misma que levantaba hasta un metro del piso, y que era nuestra guarida, y cuyo respaldo era la mismísima barda del panteón

Ese día, después de abastecernos de mezcal y cigarros. Un miembro distinguido de la pandilla nos platicó que un pariente le había regalado a su papá una gigantesca botella de alguna especie de vino, dijo que había escuchado que adentro tenía miel y frutas…róbate algo, dijo otro pandillero, y agregó, está fácil porque solo es llenar una botella de a cuarto y luego para que no se vea el faltante, rellenarla con agua. ¡Ni quien se dé cuenta!

De forma tal que ese día, estando aparentemente tranquilos alrededor de la fogata, ya teníamos un cuarto de vino adentro, otro esperando, por eso estábamos extraviados en el tiempo y sobrados en el valor.

Así fue que una vez ya dentro del cementerio y sentados sobre de dos tumbas, alguien propuso…-vamos a pasarnos la noche aquí mismo ¿Quién se raja?- la mitad de los pandilleros inmediatamente dijeron que no. De la otra mitad, casi, casi todos querían pero no podían.-la mayoría estábamos cursando primero de secundaria-

Finalmente entre el hablar de quien sí y quien no se quedarían. La noche anunciaba su llegaba con los toquidos acostumbrados…once encaminaron sus pasos a la puerta principal, y quien esto escribe fue el único quien se quedó.

Recuerdo, como si hubiera sido ayer, el que inmediatamente me encamine al pirul por el que nos descolgábamos. Sabía que la rama que usábamos para descolgarnos no servía para trepar por ella, muchas veces lo intentamos –era una rama para descolgarse, no para treparse- en esa condición de soledad se trata de acercarse a lo conocido, y el pirul era lo único conocido. Además se busca la seguridad de la espalda, necesitas saber que a tu espalda hay un muro, o algo funcionando como tal…en aquellos ayeres se nublaba y hacía frío pero no llovía…el pirul era frondoso y me permitió, en ese previo anochecer de cementerio, el hacerme un colchón de ramas tiernas, así como el tener a la mano otro montón del que use como sabana, cobija y lapida………luego les platico más de lo que ahí vi y viví.

Hace muchos años, seguramente más de 50, por aquellos tiempos era época de frío, cielo nublado, chamarra y guantes. Hermoso frío que obligaba a la pandilla a comprarse un cuarto de litro de “mezcal Ipiña”, a la par, y para que resbalara, se compraba un “refresco caballito”, sin olvidar, claro, la cajetilla de cigarros “delicados sin filtro”. Cigarrillos en los que en cada fumada parecías votar más humo que un volcán anunciando su próxima erupción ¿sería que parecía más humo el expelido que el absorbido, debido al propio aliento? Porque en verdad que en esas fechas hacía frío, y cuando hablabas, el aire tibio de tu boca, al enfriarse semejaba una bocanada de humo

Un día de hermoso frío otoñal, estando reunida la pandilla, que contaba con 12 elementos, reunidos alrededor de una pequeña lumbrada que pomposamente llamábamos fogata -Fumando cigarro tras cigarro-, ¡embelesados por el fuego! Que sabe poseerte y dominarte cuando le ves más de 14 segundos. Alguien propuso el ir a meternos al cementerio, la propuesta fue aceptada por unanimidad dado que constantemente incursionábamos al panteón del saucito. Para nosotros era un sendero muy caminado, todo consistía en trepar por las tapias de una calera abandonada, ahí por la prolongación de la calle Vasco de Quiroga. Y a horcajadas o gateando, avanzar por la gorda barda del cementerio hasta llegar a un pirul que extendía y tocaba la barda con una de sus ramas, era solo cuestión de descolgarse para estar adentro del panteón.

Estaba pues la propuesta hecha y aceptada, como tantas otras veces, y sin que nada ni nadie se interpusiera, en 40 minutos estábamos dentro del panteón, correteando liebres entre las tumbas

Normalmente entre juegos y bromas hacíamos el recorrido hasta la puerta de entrada al cementerio, y de ahí caminábamos hasta la techumbre de lámina que nosotros hicimos, misma que levantaba hasta un metro del piso, y que era nuestra guarida, y cuyo respaldo era la mismísima barda del panteón

Ese día, después de abastecernos de mezcal y cigarros. Un miembro distinguido de la pandilla nos platicó que un pariente le había regalado a su papá una gigantesca botella de alguna especie de vino, dijo que había escuchado que adentro tenía miel y frutas…róbate algo, dijo otro pandillero, y agregó, está fácil porque solo es llenar una botella de a cuarto y luego para que no se vea el faltante, rellenarla con agua. ¡Ni quien se dé cuenta!

De forma tal que ese día, estando aparentemente tranquilos alrededor de la fogata, ya teníamos un cuarto de vino adentro, otro esperando, por eso estábamos extraviados en el tiempo y sobrados en el valor.

Así fue que una vez ya dentro del cementerio y sentados sobre de dos tumbas, alguien propuso…-vamos a pasarnos la noche aquí mismo ¿Quién se raja?- la mitad de los pandilleros inmediatamente dijeron que no. De la otra mitad, casi, casi todos querían pero no podían.-la mayoría estábamos cursando primero de secundaria-

Finalmente entre el hablar de quien sí y quien no se quedarían. La noche anunciaba su llegaba con los toquidos acostumbrados…once encaminaron sus pasos a la puerta principal, y quien esto escribe fue el único quien se quedó.

Recuerdo, como si hubiera sido ayer, el que inmediatamente me encamine al pirul por el que nos descolgábamos. Sabía que la rama que usábamos para descolgarnos no servía para trepar por ella, muchas veces lo intentamos –era una rama para descolgarse, no para treparse- en esa condición de soledad se trata de acercarse a lo conocido, y el pirul era lo único conocido. Además se busca la seguridad de la espalda, necesitas saber que a tu espalda hay un muro, o algo funcionando como tal…en aquellos ayeres se nublaba y hacía frío pero no llovía…el pirul era frondoso y me permitió, en ese previo anochecer de cementerio, el hacerme un colchón de ramas tiernas, así como el tener a la mano otro montón del que use como sabana, cobija y lapida………luego les platico más de lo que ahí vi y viví.

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