/ miércoles 19 de diciembre de 2018

$ JUSTOS $

(3ª y última parte)

Mencionaba en la primera colaboración en relación a los $ JUSTOS $ el que afortunadamente para mí, en lo personal, no había sufrido el hecho de tener algún tipo de relación o trato con el Poder Judicial Federal. He platicado de dos encuentros con jueces que laboraban en el poder judicial de algunos estados de la República. En verdad que han sido muchos los encuentros y sus respectivos intercambios ―plata por justicia―. Quedé de platicar tres y este es el tercero.

Recuerdo, como si fuera ayer, las vivencias en aquel centro de readaptación para alcohólicos y drogadictos. Había poco tiempo libre como para que se dieran pláticas en nivel de convivencia entre los anexados. Poco espacio quedaba entre el formarse para recibir los alimentos, lavar ropa, atender tareas específicas que te son asignadas y, primordialmente, la asistencia obligada a las reuniones que sirven como terapia, que son entre 4, 5 ó 6 por día y noche.

El tiempo conjuntaba lo eterno con lo inmediato. Días interminablemente pesados, gemelados con el baño de amanecida y los ronquidos iniciados a las 10 de la noche, de algunos de los 10 ó 12 que ocupan la misma sala –y que no te dejaban dormir una noche y la otra tampoco-… El ambiente en estos lugares es de quebrantamiento físico y espiritual, de forma que generalmente se tiende a buscar echar la platicada con quienes en la tribuna expusieron sus propios problemas y que de muchas formas son parecidos a los tuyos. Por eso pues se busca el tiempo para platicar.

Ese tiempo lo repartí entre un grupito de norteños, dos o tres, cuyo oficio era el de sembrar marihuana. Platicaban que no consumían su propio producto, ¡aún y que estuviera en oferta! Decían que el alcohol era quien los arruinaba y por eso de propia voluntad fueron a anexarse… Eran jaladores y algunas noches nos bajábamos a robar la tienda, que no era otra cosa que un refrigerador. Poquito de cada producto porque de otra forma se darían cuenta del faltante ―una Coca Cola bebida entre tres y un dulce de coco eran suficientes para bajar las ansias por un trago de vino―.

Otros ratos de plática me los gastaba con un hombre que se confesaba cocainómano. Exponía su problema como cualquier otro. Me llamó la atención por razón de que al susodicho lo vi en el grupo por primera vez en una junta abierta, es decir, no estaba anexado. Le conocía y le reconocí porque era un juez al que en cierta ocasión le abordé saliendo de su casa y, previa auto presentación, sin tanto brinco le solicité la pronta sentencia con derecho a fianza… o la plena libertad de mi defendido. Cuando le puse cerco y lo abordé saliendo de su casa eran finales de noviembre, y cuando lo vi en el centro para alcohólicos y drogadictos igualmente era finalizando el mes de noviembre de un año después… En la primera entrevista el juez me dijo:

―Nos podemos entender. Para seguir hablando dame 5 mil ¡ahorita! Lo que es ahorita. O de menos 3 mil. A medio día me telefoneas y te pido los datos.

―Sale. Ni 5 mil ni 3 mil. 4 mil ahorita ―y le hice entrega.

A medio día hablé por teléfono con el juez. Pidió número de expediente y nombre del cliente. Cortante, no dejó de señalar que al otro día volviera a donde la primera vez con un paquete, dijo: “Igual al primero, para seguir hablando”. Volví a visitarle y lo primero que dijo fue: “Te tengo malas noticias: la parte acusadora ya hace días que había hablado conmigo y nos arreglamos. Entiende que yo no sabía que tu caso era el de ellos. Se torció el asunto. ¿Cómo ves?

La conducta típica de cocainómano se veía a leguas. Esto me hizo ofertarle:

― ¿Y de cuánto fue el arreglo sr. Juez? Total, se los regresamos y san se acabó. ¿Que no son así los negocios? Además le ofrezco algo de nieve como regalo, limpiecita. Le aseguro que no ha visto otra así. No es colombiana, es de merito abajo de Los Andes, 100%.

Sin más cuento, a los dos días comí con el cliente. No era mi amigo, era amigo de un amigo. Líos de faldas lo llevaron al penal.

Finalmente el Lic. Ingresó como anexado. Platicaba que estaba temporalmente suspendido como juez. En su terapia exponía cada aberración cometida en el ejercicio de su trabajo, que iban desde absurdos elevados a verdad por letra de juez, pasando por libertades embarrotadas por platita, en fin. Platicando, platicando, comparemos la adicción con la ambición. La primera es una enfermedad, en tanto que el ambicioso es naturalmente injusto, ¿o no?

(3ª y última parte)

Mencionaba en la primera colaboración en relación a los $ JUSTOS $ el que afortunadamente para mí, en lo personal, no había sufrido el hecho de tener algún tipo de relación o trato con el Poder Judicial Federal. He platicado de dos encuentros con jueces que laboraban en el poder judicial de algunos estados de la República. En verdad que han sido muchos los encuentros y sus respectivos intercambios ―plata por justicia―. Quedé de platicar tres y este es el tercero.

Recuerdo, como si fuera ayer, las vivencias en aquel centro de readaptación para alcohólicos y drogadictos. Había poco tiempo libre como para que se dieran pláticas en nivel de convivencia entre los anexados. Poco espacio quedaba entre el formarse para recibir los alimentos, lavar ropa, atender tareas específicas que te son asignadas y, primordialmente, la asistencia obligada a las reuniones que sirven como terapia, que son entre 4, 5 ó 6 por día y noche.

El tiempo conjuntaba lo eterno con lo inmediato. Días interminablemente pesados, gemelados con el baño de amanecida y los ronquidos iniciados a las 10 de la noche, de algunos de los 10 ó 12 que ocupan la misma sala –y que no te dejaban dormir una noche y la otra tampoco-… El ambiente en estos lugares es de quebrantamiento físico y espiritual, de forma que generalmente se tiende a buscar echar la platicada con quienes en la tribuna expusieron sus propios problemas y que de muchas formas son parecidos a los tuyos. Por eso pues se busca el tiempo para platicar.

Ese tiempo lo repartí entre un grupito de norteños, dos o tres, cuyo oficio era el de sembrar marihuana. Platicaban que no consumían su propio producto, ¡aún y que estuviera en oferta! Decían que el alcohol era quien los arruinaba y por eso de propia voluntad fueron a anexarse… Eran jaladores y algunas noches nos bajábamos a robar la tienda, que no era otra cosa que un refrigerador. Poquito de cada producto porque de otra forma se darían cuenta del faltante ―una Coca Cola bebida entre tres y un dulce de coco eran suficientes para bajar las ansias por un trago de vino―.

Otros ratos de plática me los gastaba con un hombre que se confesaba cocainómano. Exponía su problema como cualquier otro. Me llamó la atención por razón de que al susodicho lo vi en el grupo por primera vez en una junta abierta, es decir, no estaba anexado. Le conocía y le reconocí porque era un juez al que en cierta ocasión le abordé saliendo de su casa y, previa auto presentación, sin tanto brinco le solicité la pronta sentencia con derecho a fianza… o la plena libertad de mi defendido. Cuando le puse cerco y lo abordé saliendo de su casa eran finales de noviembre, y cuando lo vi en el centro para alcohólicos y drogadictos igualmente era finalizando el mes de noviembre de un año después… En la primera entrevista el juez me dijo:

―Nos podemos entender. Para seguir hablando dame 5 mil ¡ahorita! Lo que es ahorita. O de menos 3 mil. A medio día me telefoneas y te pido los datos.

―Sale. Ni 5 mil ni 3 mil. 4 mil ahorita ―y le hice entrega.

A medio día hablé por teléfono con el juez. Pidió número de expediente y nombre del cliente. Cortante, no dejó de señalar que al otro día volviera a donde la primera vez con un paquete, dijo: “Igual al primero, para seguir hablando”. Volví a visitarle y lo primero que dijo fue: “Te tengo malas noticias: la parte acusadora ya hace días que había hablado conmigo y nos arreglamos. Entiende que yo no sabía que tu caso era el de ellos. Se torció el asunto. ¿Cómo ves?

La conducta típica de cocainómano se veía a leguas. Esto me hizo ofertarle:

― ¿Y de cuánto fue el arreglo sr. Juez? Total, se los regresamos y san se acabó. ¿Que no son así los negocios? Además le ofrezco algo de nieve como regalo, limpiecita. Le aseguro que no ha visto otra así. No es colombiana, es de merito abajo de Los Andes, 100%.

Sin más cuento, a los dos días comí con el cliente. No era mi amigo, era amigo de un amigo. Líos de faldas lo llevaron al penal.

Finalmente el Lic. Ingresó como anexado. Platicaba que estaba temporalmente suspendido como juez. En su terapia exponía cada aberración cometida en el ejercicio de su trabajo, que iban desde absurdos elevados a verdad por letra de juez, pasando por libertades embarrotadas por platita, en fin. Platicando, platicando, comparemos la adicción con la ambición. La primera es una enfermedad, en tanto que el ambicioso es naturalmente injusto, ¿o no?

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