/ jueves 3 de enero de 2019

El presente, ruido de bicimoto

Al través de la vida de una cosa me he dado cuenta, y es que igual se enamora el niño, el adolescente, el joven y el viejo, en su diferente género. Asimismo me he dado cuenta de que el amor es tan real y fugaz como lo es el mismo tiempo ―el tiempo presente es lo único que podemos vivir, degustar…; el pasado y el futuro ciertamente que ahí están, han estado y estarán, pero lo único que se puede vivir y degustar en el tiempo es el efímero presente, tan fugaz, que la palabra tejida, al término de tejerse es pasado. El beso más largo y amoroso en el mar del tiempo es un instante, pasando del recuerdo al anhelo y obligadamente secando los labios―.

Les platico que en cada día domingo, por la temprana mañana, se deja escuchar en mi casa, proveniente de la calle, el ruido de un pequeño motor que impulsa una bicimoto ―por cierto, ya casi en desuso―. La susodicha bicimoto va jalando un carrito hecho de tubos PTR sobre del que llevan transportados un montón de artículos variados y que van desde perfiles de fierro oxidado, ropa, alguna báscula, figuras de porcelana, bancos pequeños, lámparas incompletas. En fin, podría cargar hasta uranio radiactivo, drogas sintéticas y cualquier tipo de armas para derribar helicópteros, todo muy bien apilado. Obviamente que también acarrean los tubos y techo necesarios para armar el puesto los días domingo en el tianguis de las vías a un costado de la av. Hernán Cortés.

Un hombre joven conduce la bicimoto. Lo hace sin treparse en ella; es decir, camina a un lado y con la mano derecha la acelera. La pareja, mujer joven, camina atrás del carrito. En sus brazos lleva mercancía. Ella tiene cara de 25 años, igual él; una pareja joven que comparte las cobijas, la manutención de los hijos y la vendimia.

Evidentemente el transporte les ha salido de buena calidad, dado que se le viene escuchando cada domingo desde hace más de dos años... Domingo tras domingo…me prepare pues para dar fe del acto aquel, y que no es otro que el de una joven pareja haciendo por la vida... Llegaron a la vía y, con movimientos muy bien aprendidos, montaron el mini puesto y hasta le pusieron la sombrilla/paraguas. A continuación, dispersaron candados sin llave, un poco de ropa, una lámpara incompleta, tres pares de zapatos, cajitas de madera, joyería de fantasía y hasta un pequeño gato que en mensaje subliminal se anunciaba en venta.

Pusieron sus banquitos uno cerca del otro. La joven señora se dedicó a quitar las pelusitas de la chamarra de su pareja…, -y sonreían-. Ya para esto eran las 8 de la mañana.

Solo Dios sabe si algo venderían ese día, y, claro, en los pasados días domingo… Seguramente que sí lo hicieron, y cierto estoy al afirmar que con la venta compraron su desayuno: tacos, gorditas, café… Por demás está decir el que los comieron juntos, banco con banco, seguramente quejándose familiarmente de la falta de sal o de lo picante de la salsa... No puede ser de otra forma. No me quede a ver lo que se adivinaba…

Eso ha venido siendo desde la primera vez en la que, hablando, hablando, se pusieron de acuerdo para ir a vender a las vías.

Vivir el presente sin miedo, ver el pasado y futuro con el rabillo del ojo, y eso, muy de vez en cuando. Decirse: “¡Hoy te tengo! ¡Hoy te amo!” No bloquearse ni bloquear a nadie diciendo: “¿Y qué vendemos? Nada tenemos.” ¡Pues vendamos el domingo, como día! ¿A qué nos quedamos en la casa…? Algunos irán a vender, otros saldrán a compartir, algunos a divertirse... ―hoy mismo―.

Porque lo único que tenemos es la voluntad y el presente. Nada más.

Al través de la vida de una cosa me he dado cuenta, y es que igual se enamora el niño, el adolescente, el joven y el viejo, en su diferente género. Asimismo me he dado cuenta de que el amor es tan real y fugaz como lo es el mismo tiempo ―el tiempo presente es lo único que podemos vivir, degustar…; el pasado y el futuro ciertamente que ahí están, han estado y estarán, pero lo único que se puede vivir y degustar en el tiempo es el efímero presente, tan fugaz, que la palabra tejida, al término de tejerse es pasado. El beso más largo y amoroso en el mar del tiempo es un instante, pasando del recuerdo al anhelo y obligadamente secando los labios―.

Les platico que en cada día domingo, por la temprana mañana, se deja escuchar en mi casa, proveniente de la calle, el ruido de un pequeño motor que impulsa una bicimoto ―por cierto, ya casi en desuso―. La susodicha bicimoto va jalando un carrito hecho de tubos PTR sobre del que llevan transportados un montón de artículos variados y que van desde perfiles de fierro oxidado, ropa, alguna báscula, figuras de porcelana, bancos pequeños, lámparas incompletas. En fin, podría cargar hasta uranio radiactivo, drogas sintéticas y cualquier tipo de armas para derribar helicópteros, todo muy bien apilado. Obviamente que también acarrean los tubos y techo necesarios para armar el puesto los días domingo en el tianguis de las vías a un costado de la av. Hernán Cortés.

Un hombre joven conduce la bicimoto. Lo hace sin treparse en ella; es decir, camina a un lado y con la mano derecha la acelera. La pareja, mujer joven, camina atrás del carrito. En sus brazos lleva mercancía. Ella tiene cara de 25 años, igual él; una pareja joven que comparte las cobijas, la manutención de los hijos y la vendimia.

Evidentemente el transporte les ha salido de buena calidad, dado que se le viene escuchando cada domingo desde hace más de dos años... Domingo tras domingo…me prepare pues para dar fe del acto aquel, y que no es otro que el de una joven pareja haciendo por la vida... Llegaron a la vía y, con movimientos muy bien aprendidos, montaron el mini puesto y hasta le pusieron la sombrilla/paraguas. A continuación, dispersaron candados sin llave, un poco de ropa, una lámpara incompleta, tres pares de zapatos, cajitas de madera, joyería de fantasía y hasta un pequeño gato que en mensaje subliminal se anunciaba en venta.

Pusieron sus banquitos uno cerca del otro. La joven señora se dedicó a quitar las pelusitas de la chamarra de su pareja…, -y sonreían-. Ya para esto eran las 8 de la mañana.

Solo Dios sabe si algo venderían ese día, y, claro, en los pasados días domingo… Seguramente que sí lo hicieron, y cierto estoy al afirmar que con la venta compraron su desayuno: tacos, gorditas, café… Por demás está decir el que los comieron juntos, banco con banco, seguramente quejándose familiarmente de la falta de sal o de lo picante de la salsa... No puede ser de otra forma. No me quede a ver lo que se adivinaba…

Eso ha venido siendo desde la primera vez en la que, hablando, hablando, se pusieron de acuerdo para ir a vender a las vías.

Vivir el presente sin miedo, ver el pasado y futuro con el rabillo del ojo, y eso, muy de vez en cuando. Decirse: “¡Hoy te tengo! ¡Hoy te amo!” No bloquearse ni bloquear a nadie diciendo: “¿Y qué vendemos? Nada tenemos.” ¡Pues vendamos el domingo, como día! ¿A qué nos quedamos en la casa…? Algunos irán a vender, otros saldrán a compartir, algunos a divertirse... ―hoy mismo―.

Porque lo único que tenemos es la voluntad y el presente. Nada más.

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