/ miércoles 12 de diciembre de 2018

Justos

Creo que hasta un alienado mental entiende el que la división de poderes en una república tiene el sencillo principio de que ninguno de los mencionados poderes cometa exagerados errores en tanto que habrá otros dos que, a más de cumplir con su propio trabajo, vigilarán al tercero y le regularán en su conducta. Es sencillo y claro el entender el que así fue creado el sistema para evitar excesos y desbordamientos.

La justicia posee un valor superior, es equiparable al tiempo y al espacio. Estos tres valores ―y otros cuantos que no vienen al caso mencionar― tienen la característica de que no se pueden poner a discusión. Tiene valor universal por su propio principio de existencia. Se puede comprender si equiparamos el valor de la justicia con otro que tiene los mismos principios y que es el amor. El amor fructifica, generalmente, sí y solo sí se conjuntan dos o más posiciones; no así la justicia, quien tiene un valor propio e intrínseco, de manera que cuando se forma una nación, esta se crea en principio de legalidad, en principio de derecho, estableciendo en primera instancia el derecho a la vida y a la propiedad, creándose, en consecuencia, toda una serie de leyes y sus respectivos reglamentos.

Ciertamente así ocurre, pero verdad es también que el principio de justicia es la semilla que esto origina. -La justicia es el génesis de la creación de pueblos y naciones-. Se entiende el que se pueden crear leyes equivocas, normalmente a favor de quienes detentan el poder, pero la historia muestra el cómo la sociedad tiende, para su propia sobrevivencia, a establecer el principio de justicia, mismo que no requiere de leyes y/o reglamentos porque la justicia se hace entender por su propio principio de existencia.

Ahora resulta que, en tiempos de inicio de la cuarta transformación, toda la enorme pléyade de quienes viven de la “justicia”, la ven como una forma de lujosa subsistencia -y no como parte de una triada que equilibra la vida de una nación-. Llegan a creer que están sobre de todo un pueblo, se sienten la cúspide de los tres poderes, imaginan que no hay razón, voluntad o poder humano que les aplique la justicia porque ellos se sienten encarnación de la misma justicia. “Corruptos” les dijo AMLO, porque cobran lo que no se merecen al vivir en un país de 53 millones de pobres…

Les platicaba la ocasión pasada de encuentros con jueces y su concepto de aplicación de las leyes, ―“leyes”; no manchemos la justicia con este excremento…― Les platico otra vivencia pues: Cierto día un amigo fue detenido por la policía ministerial, por ahí de las seis de la tarde. Nos contactamos y hablando, hablando, amablemente lo dejaron pasar la noche por ahí en una de tantas oficinas. En el mismo trato se quedó de acuerdo en que a primera hora se le trasladaría al penal de la av. Juárez. Se dijo que la costumbre era el llevar a los detenidos juntos y a una hora ya predeterminada. Preocupaba la presencia de la prensa y el tiempo de los trámites en el juzgado... Al otro día, ya todo bien engrasado ―encebadito se decía antes―, tempranito lo llevaron al penal y ahí estuvieron con el detenido en la patrulla. Temprano se habló con el juez que lo había mandado detener, la charla se dio ahí en el sitio en donde se estacionaba el personal del penal… Lo abordé, preguntándole si le gustaba la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Yo Llevaba un libro con sus poemas. Obviamente se trataba de llamar su atención. Así fue: se acercó y le di el libro, lo hojeó ―no se atrevió a contar el dinero que estaba repartido entre las hojas―, solo preguntó: “¿Sentencia condenatoria o absolutoria?” La verdad yo no comprendía los términos pero llevaba en una tarjeta escrito el nombre y el número del proceso. Solo exclamé: “¡Échelo para fuera!” Dijo: “Pásale, vamos a la oficina. Ahorita le dicto sentencia”. Indicó: “Van a la Secretaría de Finanzas a pagar la fianza, me traen el recibo y te lo llevas”.

A la una de la tarde lo dejé en la puerta de su casa. Nunca traspasó la puerta grande, no hubo fotografía alguna ni huellas dactilares…no recuerdo si lo acusaban de haberle puesto la corona de espinas a Jesús, o si fue encontrado culpable de llevar serenata a una de las seguidoras del agitador, quien después fue crucificado… Luego les platico más.

Creo que hasta un alienado mental entiende el que la división de poderes en una república tiene el sencillo principio de que ninguno de los mencionados poderes cometa exagerados errores en tanto que habrá otros dos que, a más de cumplir con su propio trabajo, vigilarán al tercero y le regularán en su conducta. Es sencillo y claro el entender el que así fue creado el sistema para evitar excesos y desbordamientos.

La justicia posee un valor superior, es equiparable al tiempo y al espacio. Estos tres valores ―y otros cuantos que no vienen al caso mencionar― tienen la característica de que no se pueden poner a discusión. Tiene valor universal por su propio principio de existencia. Se puede comprender si equiparamos el valor de la justicia con otro que tiene los mismos principios y que es el amor. El amor fructifica, generalmente, sí y solo sí se conjuntan dos o más posiciones; no así la justicia, quien tiene un valor propio e intrínseco, de manera que cuando se forma una nación, esta se crea en principio de legalidad, en principio de derecho, estableciendo en primera instancia el derecho a la vida y a la propiedad, creándose, en consecuencia, toda una serie de leyes y sus respectivos reglamentos.

Ciertamente así ocurre, pero verdad es también que el principio de justicia es la semilla que esto origina. -La justicia es el génesis de la creación de pueblos y naciones-. Se entiende el que se pueden crear leyes equivocas, normalmente a favor de quienes detentan el poder, pero la historia muestra el cómo la sociedad tiende, para su propia sobrevivencia, a establecer el principio de justicia, mismo que no requiere de leyes y/o reglamentos porque la justicia se hace entender por su propio principio de existencia.

Ahora resulta que, en tiempos de inicio de la cuarta transformación, toda la enorme pléyade de quienes viven de la “justicia”, la ven como una forma de lujosa subsistencia -y no como parte de una triada que equilibra la vida de una nación-. Llegan a creer que están sobre de todo un pueblo, se sienten la cúspide de los tres poderes, imaginan que no hay razón, voluntad o poder humano que les aplique la justicia porque ellos se sienten encarnación de la misma justicia. “Corruptos” les dijo AMLO, porque cobran lo que no se merecen al vivir en un país de 53 millones de pobres…

Les platicaba la ocasión pasada de encuentros con jueces y su concepto de aplicación de las leyes, ―“leyes”; no manchemos la justicia con este excremento…― Les platico otra vivencia pues: Cierto día un amigo fue detenido por la policía ministerial, por ahí de las seis de la tarde. Nos contactamos y hablando, hablando, amablemente lo dejaron pasar la noche por ahí en una de tantas oficinas. En el mismo trato se quedó de acuerdo en que a primera hora se le trasladaría al penal de la av. Juárez. Se dijo que la costumbre era el llevar a los detenidos juntos y a una hora ya predeterminada. Preocupaba la presencia de la prensa y el tiempo de los trámites en el juzgado... Al otro día, ya todo bien engrasado ―encebadito se decía antes―, tempranito lo llevaron al penal y ahí estuvieron con el detenido en la patrulla. Temprano se habló con el juez que lo había mandado detener, la charla se dio ahí en el sitio en donde se estacionaba el personal del penal… Lo abordé, preguntándole si le gustaba la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Yo Llevaba un libro con sus poemas. Obviamente se trataba de llamar su atención. Así fue: se acercó y le di el libro, lo hojeó ―no se atrevió a contar el dinero que estaba repartido entre las hojas―, solo preguntó: “¿Sentencia condenatoria o absolutoria?” La verdad yo no comprendía los términos pero llevaba en una tarjeta escrito el nombre y el número del proceso. Solo exclamé: “¡Échelo para fuera!” Dijo: “Pásale, vamos a la oficina. Ahorita le dicto sentencia”. Indicó: “Van a la Secretaría de Finanzas a pagar la fianza, me traen el recibo y te lo llevas”.

A la una de la tarde lo dejé en la puerta de su casa. Nunca traspasó la puerta grande, no hubo fotografía alguna ni huellas dactilares…no recuerdo si lo acusaban de haberle puesto la corona de espinas a Jesús, o si fue encontrado culpable de llevar serenata a una de las seguidoras del agitador, quien después fue crucificado… Luego les platico más.

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