/ domingo 3 de diciembre de 2023

Opinión | Eferverscencias patrióticas

-Agite bien la bandera –me ordenó el hombre. El hombre llevaba camiseta verde, shorts blancos y calcetas rojas. Me había dado hacía unos instantes un banderín y ahora me exigía que lo agitara.

-¿Hacia arriba o hacia abajo? –le pregunté.

-Hacia arriba y hacia abajo. Hacia atrás y hacia delante. El chiste es que lo mueva.

-Está bien –dije yo. Pero no sé por qué lo dije, pues no suelo ser víctima de este tipo de efervescencias patrióticas.

-¡Cómo se ve que no es usted un patriota! –me dijo el hombre al tiempo que me lanzaba una mirada severa-. ¡Seguro que es usted un vende-patrias!

-¿Qué entiende usted por vende-patrias? –le pregunté.

-No se haga el chistoso. ¡Bien que lo entiende! Usted querría que fuéramos de las gringos, ¿a que sí? A ver, grite: “¡Viva México!”.

Grité “Viva México”, pero, al hacerlo, quité los signos de exclamación.

-¡Más fuerte! –me ordenó el hombre.

Opté por proseguir mi camino. Es claro que pensaba llevarme el banderín para tenérmelo de recuerdo. Lo pondría, por ejemplo, en un cajón de mi escritorio, o acaso en el ropero. Colocarlo en la antena de mi carro me parecía de pésimo gusto.

Y es que yo entiendo el patriotismo de una manera mucho menos estridente o efervescente, es decir, de otro modo, y suscribo letra por letra lo que sobre este asunto escribió el obispo húngaro Tihámer Thót (1889-1930), hace mucho, mucho tiempo, en uno de sus libros:

“¿En qué consiste el verdadero amor a la patria? ¿Es tener apego a la casa en que nacimos y en la que la sirvienta canturreaba canciones junto a nosotros? Sí. También esto es amor a la patria, pero no basta.

“¿Consistirá, tal vez, en amar al pueblo en que vimos la primera luz, la nación a que pertenecemos, el país que llamamos nuestro? También esto es amor patrio, pero el católico añade algo más.

“¿Consistirá, tal vez, el patriotismo en luchar por los intereses de la nación? También. Pero tal concepto es todavía demasiado estrecho. ¿Qué es, pues?

“Es el esfuerzo santo y el trabajo duro para que sean respetados por todas partes mi patria, mi pueblo y mi raza. Nuestros productos patrios han de ser los primeros en el mundo: excelentes, precisos, merecedores de confianza; y, si soy obrero, demostraré tener amor a la patria trabajando en esto.

“La ciencia patria ha de levantarse a grandes alturas y alcanzar la estima del mundo entero; y si soy sabio y trabajo en ello, tendré amor a la patria.

“La juventud de mi patria ha de ser la más brillante y la de más recio carácter que todas las del mundo; y si soy maestro o profesor, sacerdote o padre, y trabajo en aras de tan noble ideal con abnegada persistencia, será de buena ley mi amor a la patria.

“La moral de mi pueblo ha de ser radiante y pura como el ojo de los niños; y si trabajo en ello, amo de verdad a mi patria.

“Sí, éste es el verdadero amor a la patria. Amor patrio que es capaz de lanzar a un pueblo a las alturas sin que por esto haya que humillar o afrentar a otros pueblos. Amor a la patria que ni degenera en ciega idolatría a lo propio, ni quiere aniquilar a otras naciones, ni quiere subyugar al mundo. Amor a la patria que, al estimar su propia raza, no aborrece a los pueblos extranjeros, porque sabe que todos somos hijos del mismo Padre. ¡Ojalá fuera mayor el número de los que así aman a la patria!...

“Bien es verdad que el amor patrio tiene en nuestros tiempos otro aspecto: hay el amor patrio grandilocuente, de estrépito y porras, de bombo y platillos; pero éste es extraño completamente al espíritu del catolicismo.

“No enseña la Iglesia tal amor. No enseña aquel amor patrio que sólo consiste en redobles de tambores, flamear de banderas y gritos de ‘¡viva!’ hasta enronquecer, pero que no sabe hacer pequeños sacrificios en el cumplimiento monótono de los deberes cotidianos, ni hacer heroicos en los tiempos críticos. Grandes banquetes, largos discursos, luces de bengala no aprovechan mucho a la causa de la patria. Realmente, el catolicismo no enseña tal clase de patriotismo. Más bien enseña a trabajar con perseverancia, juntando el día con la noche, trabajar hasta rendirse. Contestemos sinceramente: ¿no es esto el amos patrio?...

“Sí, nosotros amamos la patria, aun cuando no lo decimos. Nosotros amamos la patria, aunque no lo gritemos con voz estentórea; la amamos no dándonos golpes de pecho, sino robusteciendo con nuestras enseñanzas las bases morales en que se funda y se sostiene la patria. Decidme: ¿no es así el verdadero amor patrio?” (Cristiano en el siglo XX).

Al ver que me alejaba, el hombre, tomándome del suéter, me paró en seco:

-Señor –me dijo también-, si no está dispuesto a agitarlo, no tiene derecho a llevarse el banderín.

-Téngalo usted –le dije.

Y se lo tendí.

Y me marché. Y me fui aproximando cada vez más a lo que en un momento dado llamé “la lejanía”. No, no tengo nada contra los banderines y los redobles de tambores. Pero como acababa de ser extorsionado por un motociclista vestido de uniforme, esta noche no estaba dispuesto a agitar nada. Mientras no haya honradez, ni limpieza, ni justicia, nadie puede obligarme a gritar lo que no quiero.

¡Hay otras maneras, diez mil veces mejores, de exaltar a México!

-Agite bien la bandera –me ordenó el hombre. El hombre llevaba camiseta verde, shorts blancos y calcetas rojas. Me había dado hacía unos instantes un banderín y ahora me exigía que lo agitara.

-¿Hacia arriba o hacia abajo? –le pregunté.

-Hacia arriba y hacia abajo. Hacia atrás y hacia delante. El chiste es que lo mueva.

-Está bien –dije yo. Pero no sé por qué lo dije, pues no suelo ser víctima de este tipo de efervescencias patrióticas.

-¡Cómo se ve que no es usted un patriota! –me dijo el hombre al tiempo que me lanzaba una mirada severa-. ¡Seguro que es usted un vende-patrias!

-¿Qué entiende usted por vende-patrias? –le pregunté.

-No se haga el chistoso. ¡Bien que lo entiende! Usted querría que fuéramos de las gringos, ¿a que sí? A ver, grite: “¡Viva México!”.

Grité “Viva México”, pero, al hacerlo, quité los signos de exclamación.

-¡Más fuerte! –me ordenó el hombre.

Opté por proseguir mi camino. Es claro que pensaba llevarme el banderín para tenérmelo de recuerdo. Lo pondría, por ejemplo, en un cajón de mi escritorio, o acaso en el ropero. Colocarlo en la antena de mi carro me parecía de pésimo gusto.

Y es que yo entiendo el patriotismo de una manera mucho menos estridente o efervescente, es decir, de otro modo, y suscribo letra por letra lo que sobre este asunto escribió el obispo húngaro Tihámer Thót (1889-1930), hace mucho, mucho tiempo, en uno de sus libros:

“¿En qué consiste el verdadero amor a la patria? ¿Es tener apego a la casa en que nacimos y en la que la sirvienta canturreaba canciones junto a nosotros? Sí. También esto es amor a la patria, pero no basta.

“¿Consistirá, tal vez, en amar al pueblo en que vimos la primera luz, la nación a que pertenecemos, el país que llamamos nuestro? También esto es amor patrio, pero el católico añade algo más.

“¿Consistirá, tal vez, el patriotismo en luchar por los intereses de la nación? También. Pero tal concepto es todavía demasiado estrecho. ¿Qué es, pues?

“Es el esfuerzo santo y el trabajo duro para que sean respetados por todas partes mi patria, mi pueblo y mi raza. Nuestros productos patrios han de ser los primeros en el mundo: excelentes, precisos, merecedores de confianza; y, si soy obrero, demostraré tener amor a la patria trabajando en esto.

“La ciencia patria ha de levantarse a grandes alturas y alcanzar la estima del mundo entero; y si soy sabio y trabajo en ello, tendré amor a la patria.

“La juventud de mi patria ha de ser la más brillante y la de más recio carácter que todas las del mundo; y si soy maestro o profesor, sacerdote o padre, y trabajo en aras de tan noble ideal con abnegada persistencia, será de buena ley mi amor a la patria.

“La moral de mi pueblo ha de ser radiante y pura como el ojo de los niños; y si trabajo en ello, amo de verdad a mi patria.

“Sí, éste es el verdadero amor a la patria. Amor patrio que es capaz de lanzar a un pueblo a las alturas sin que por esto haya que humillar o afrentar a otros pueblos. Amor a la patria que ni degenera en ciega idolatría a lo propio, ni quiere aniquilar a otras naciones, ni quiere subyugar al mundo. Amor a la patria que, al estimar su propia raza, no aborrece a los pueblos extranjeros, porque sabe que todos somos hijos del mismo Padre. ¡Ojalá fuera mayor el número de los que así aman a la patria!...

“Bien es verdad que el amor patrio tiene en nuestros tiempos otro aspecto: hay el amor patrio grandilocuente, de estrépito y porras, de bombo y platillos; pero éste es extraño completamente al espíritu del catolicismo.

“No enseña la Iglesia tal amor. No enseña aquel amor patrio que sólo consiste en redobles de tambores, flamear de banderas y gritos de ‘¡viva!’ hasta enronquecer, pero que no sabe hacer pequeños sacrificios en el cumplimiento monótono de los deberes cotidianos, ni hacer heroicos en los tiempos críticos. Grandes banquetes, largos discursos, luces de bengala no aprovechan mucho a la causa de la patria. Realmente, el catolicismo no enseña tal clase de patriotismo. Más bien enseña a trabajar con perseverancia, juntando el día con la noche, trabajar hasta rendirse. Contestemos sinceramente: ¿no es esto el amos patrio?...

“Sí, nosotros amamos la patria, aun cuando no lo decimos. Nosotros amamos la patria, aunque no lo gritemos con voz estentórea; la amamos no dándonos golpes de pecho, sino robusteciendo con nuestras enseñanzas las bases morales en que se funda y se sostiene la patria. Decidme: ¿no es así el verdadero amor patrio?” (Cristiano en el siglo XX).

Al ver que me alejaba, el hombre, tomándome del suéter, me paró en seco:

-Señor –me dijo también-, si no está dispuesto a agitarlo, no tiene derecho a llevarse el banderín.

-Téngalo usted –le dije.

Y se lo tendí.

Y me marché. Y me fui aproximando cada vez más a lo que en un momento dado llamé “la lejanía”. No, no tengo nada contra los banderines y los redobles de tambores. Pero como acababa de ser extorsionado por un motociclista vestido de uniforme, esta noche no estaba dispuesto a agitar nada. Mientras no haya honradez, ni limpieza, ni justicia, nadie puede obligarme a gritar lo que no quiero.

¡Hay otras maneras, diez mil veces mejores, de exaltar a México!