/ lunes 1 de marzo de 2021

¡Ábranlas por favor!

Para ganarle al calor estando a puerta cerrada hay que quitar el pavor a esta cosa endemoniada.

MÁS DE TREINTA millones de alumnos de educación básica, desde el jardín de niños hasta el bachillerato acostumbrados a las clases presenciales desde su primer grado en cada nivel, no pueden olvidar que el trato directo con sus maestros y compañeros de aula y escuela forjaron parte, gran parte, de su carácter interno y la manera de comportarse ante sí y el núcleo social; el trato en forma presencial forjó el camino de otra forma de aprendizaje, las respuestas a las vivencias directas o circunstanciales se dieron en razón de una dualidad entre el aprendizaje del alumno y la enseñanza directa del maestro en el aula. La realidad se rompió y aún año de distancia se extraña enormemente ya el trato, el intercambio, la correspondencia diaria.

SE EXTENDIÓ EL fenómeno y por doquier y casi en un santiamén se cambió el panorama al cerrarse los centros educativos en donde esa convivencia forjadora de carácter establecía el concordado entre alumno y maestro y entre compañero y compañero. Aún año de distancia las costumbres escolares, las hogareñas, las públicas e incluso las privadas han cambiado de ruta truncando el camino de los que ya habían avanzado en su aprendizaje particular y público; es decir, ya no son los mismos ni el trato directo, indirecto y circunstancial y mucho menos en sus respuestas ante el mundo que los rodea. Total ya están siendo otros porque ya no hay donde convivir educativamente, ya no hay modo ni manera de establecer la convivencia para poder tratar la problemática personal buscando con ello respuestas consensuadas.

LAS ESCUELAS SE cerraron con justo consentimiento preventivo pero sin tener a la mano pruebas de ser centros de contagio; es decir, la epidemia no se detectó en los centros de enseñanza pero por si las moscas cerraron las puertas. Ya no hubo trato directo personal alumno-alumno, maestro-alumno, maestro-maestro; ya no hubo la consulta presencial que forma parte del haber pedagógico, ya no hubo el apoyo mutuo para la resolución de avances dentro y fuera de la enseñanza-aprendizaje; es decir, de pronto el alumno, el maestro se sintió solo y lo acicateó el temor, la desorientación, el desasosiego, la frustración en grado marginal; en pocas palabras, sobre todo el alumnado del tercer nivel, se sintió solo y con el tiempo desesperado y esta situación creció y tocó la figura más sentida: la familia en su conjunto.

LAS ESCUELAS CERRADAS se convirtieron en centros fantasmales en donde sólo el silencio pulula siendo roto sólo de vez en cuando para ser limpiados, remozados o reconstruidos aprovechando la ausencia del alumnado y esperando inútilmente su regreso. Pero, ¿inútilmente?, ¿ya las puertas no se abrirán?, ¿ ya no habrá el canto alegre de los gritos del alumno?, ¿ya no se escucharán las voces de los maestros enseñando la temática del programa en cada grado, en cada salón o en el lugar de consulta?. Miles de voces infantiles se están levantando, miles de voces juveniles se están uniendo, miles de padres de familia están conjugando las palabras ¡YA BASTA!, ¡YA ABRAN LAS ESCUELAS!

PERO, PESE A que por cuestión económica, las escuelas particulares intentan reaperturar a fuerzas y padres de familia piden lo mismo, en aras de la prevención mayoritaria se adelantan, paran y reculean pero sin quitar el dedo del renglón pidiendo la autorización para abrir los planteles. La respuesta negativa es clara, fuerte y dolorosa: NO HAY APERTURA DE AULAS HASTA QUE ESTEMOS EN VERDE. Pero esto, está del mismo color que se pide pues aún subsiste seguirá subsistiendo el impacto pandémico y la petición será inútil aunque hasta hoy no ha llegado a la infancia ni en plenitud tajante a la adolescencia.

ANEXO ÚNICO.- Hay una manera de abrir las escuelas; los monitores.

Las escuelas cerradas son ahora, centros fantasmales"

Para ganarle al calor estando a puerta cerrada hay que quitar el pavor a esta cosa endemoniada.

MÁS DE TREINTA millones de alumnos de educación básica, desde el jardín de niños hasta el bachillerato acostumbrados a las clases presenciales desde su primer grado en cada nivel, no pueden olvidar que el trato directo con sus maestros y compañeros de aula y escuela forjaron parte, gran parte, de su carácter interno y la manera de comportarse ante sí y el núcleo social; el trato en forma presencial forjó el camino de otra forma de aprendizaje, las respuestas a las vivencias directas o circunstanciales se dieron en razón de una dualidad entre el aprendizaje del alumno y la enseñanza directa del maestro en el aula. La realidad se rompió y aún año de distancia se extraña enormemente ya el trato, el intercambio, la correspondencia diaria.

SE EXTENDIÓ EL fenómeno y por doquier y casi en un santiamén se cambió el panorama al cerrarse los centros educativos en donde esa convivencia forjadora de carácter establecía el concordado entre alumno y maestro y entre compañero y compañero. Aún año de distancia las costumbres escolares, las hogareñas, las públicas e incluso las privadas han cambiado de ruta truncando el camino de los que ya habían avanzado en su aprendizaje particular y público; es decir, ya no son los mismos ni el trato directo, indirecto y circunstancial y mucho menos en sus respuestas ante el mundo que los rodea. Total ya están siendo otros porque ya no hay donde convivir educativamente, ya no hay modo ni manera de establecer la convivencia para poder tratar la problemática personal buscando con ello respuestas consensuadas.

LAS ESCUELAS SE cerraron con justo consentimiento preventivo pero sin tener a la mano pruebas de ser centros de contagio; es decir, la epidemia no se detectó en los centros de enseñanza pero por si las moscas cerraron las puertas. Ya no hubo trato directo personal alumno-alumno, maestro-alumno, maestro-maestro; ya no hubo la consulta presencial que forma parte del haber pedagógico, ya no hubo el apoyo mutuo para la resolución de avances dentro y fuera de la enseñanza-aprendizaje; es decir, de pronto el alumno, el maestro se sintió solo y lo acicateó el temor, la desorientación, el desasosiego, la frustración en grado marginal; en pocas palabras, sobre todo el alumnado del tercer nivel, se sintió solo y con el tiempo desesperado y esta situación creció y tocó la figura más sentida: la familia en su conjunto.

LAS ESCUELAS CERRADAS se convirtieron en centros fantasmales en donde sólo el silencio pulula siendo roto sólo de vez en cuando para ser limpiados, remozados o reconstruidos aprovechando la ausencia del alumnado y esperando inútilmente su regreso. Pero, ¿inútilmente?, ¿ya las puertas no se abrirán?, ¿ ya no habrá el canto alegre de los gritos del alumno?, ¿ya no se escucharán las voces de los maestros enseñando la temática del programa en cada grado, en cada salón o en el lugar de consulta?. Miles de voces infantiles se están levantando, miles de voces juveniles se están uniendo, miles de padres de familia están conjugando las palabras ¡YA BASTA!, ¡YA ABRAN LAS ESCUELAS!

PERO, PESE A que por cuestión económica, las escuelas particulares intentan reaperturar a fuerzas y padres de familia piden lo mismo, en aras de la prevención mayoritaria se adelantan, paran y reculean pero sin quitar el dedo del renglón pidiendo la autorización para abrir los planteles. La respuesta negativa es clara, fuerte y dolorosa: NO HAY APERTURA DE AULAS HASTA QUE ESTEMOS EN VERDE. Pero esto, está del mismo color que se pide pues aún subsiste seguirá subsistiendo el impacto pandémico y la petición será inútil aunque hasta hoy no ha llegado a la infancia ni en plenitud tajante a la adolescencia.

ANEXO ÚNICO.- Hay una manera de abrir las escuelas; los monitores.

Las escuelas cerradas son ahora, centros fantasmales"