/ viernes 1 de junio de 2018

Szymanski fue un hombre conciliador en los tiempos más críticos

Sus palabras transformaron corazones, convirtió a muchos y a otros los hizo cambiar de vida

Mons. Szymanski fue un hombre de profunda oración, que busca en el silencio de su capillita, un encuentro a solas con Dios. Era un Arzobispo orante que nos alcanzó muchas gracias a través del rezo del Santo Rosario, pues rezaba y meditaba todos los misterios: gozosos, dolorosos, luminosos, gloriosos.

Fue un hombre que siempre promovió el amor a Jesús Eucaristía, un devoto fiel de la Virgen María, defensor de los dogmas más sagrados, como el de la maternidad de la Virgen María y su Inmaculada Concepción.

Esa fidelidad a Jesucristo y a María Santísima fue la que lo sostuvo en pié por varios años, y lo hizo un hombre cabal, sabio, prudente y transparente, que aún siendo jerarca fue sencillo y amigos de todos, siempre estuvo dispuesto a dar un consejo u orientación a quien se acercase a él, y sobre todo fue un hombre conciliador, porque no le gustaban los pleitos, los chismes o las envidias.

“Sembró amistades por doquier, su cariño, respeto y comprensión que ofreció a cada persona que se le acercó, deja grandes huellas en el comportamiento y actuar o proceder de muchos, pues sus palabras transformaban corazones”.

“Fue amigos de los reporteros, muchos de ellos eran sumamente rebeldes, que terminaron por ser sus grandes y fieles amigos, supo ganárselos, con su bondad, su prudencia, su afecto, su comprensión y perdón, nunca los crítico ni los juzgó mal, siempre los trató con respeto, pues admiraba el trabajo cotidiano que hacía cada periodista, un trabajo en la mayoría de las veces muy ingrato, pero sublime si se ejerce con dignidad, profesionalismo y honestidad”. Dijo Mons. Cabrero.

Reconozco que fue un hombre de mucha Comunión con todos y Conciliador con todos los que tal vez tenemos puntos de vista diferentes, sabía escuchar, comprender y tolerar a aquellos que no comulgaran con sus ideas de defender la vida desde el seno materno hasta la muerte natural.

De manera especial agradeció a quien fuera doctor de cabecera de Mons. Szymanski, Pbro. Dr. Gilberto Amaya Martínez, quien lo curó en sus enfermedades físicas que él llegó a tener y siempre estuvo entregado y solícito para servirle a quien ya contempla la vida eterna.

Ahora que él deja de existir en esta tierra, se premia y corona toda su vida de santidad, y seguro que ya está en la casa del Padre Celestial, sin miedo a equivocarme lo digo. Su premio ya lo tiene bien merecido.

Mons. Szymanski fue un hombre de profunda oración, que busca en el silencio de su capillita, un encuentro a solas con Dios. Era un Arzobispo orante que nos alcanzó muchas gracias a través del rezo del Santo Rosario, pues rezaba y meditaba todos los misterios: gozosos, dolorosos, luminosos, gloriosos.

Fue un hombre que siempre promovió el amor a Jesús Eucaristía, un devoto fiel de la Virgen María, defensor de los dogmas más sagrados, como el de la maternidad de la Virgen María y su Inmaculada Concepción.

Esa fidelidad a Jesucristo y a María Santísima fue la que lo sostuvo en pié por varios años, y lo hizo un hombre cabal, sabio, prudente y transparente, que aún siendo jerarca fue sencillo y amigos de todos, siempre estuvo dispuesto a dar un consejo u orientación a quien se acercase a él, y sobre todo fue un hombre conciliador, porque no le gustaban los pleitos, los chismes o las envidias.

“Sembró amistades por doquier, su cariño, respeto y comprensión que ofreció a cada persona que se le acercó, deja grandes huellas en el comportamiento y actuar o proceder de muchos, pues sus palabras transformaban corazones”.

“Fue amigos de los reporteros, muchos de ellos eran sumamente rebeldes, que terminaron por ser sus grandes y fieles amigos, supo ganárselos, con su bondad, su prudencia, su afecto, su comprensión y perdón, nunca los crítico ni los juzgó mal, siempre los trató con respeto, pues admiraba el trabajo cotidiano que hacía cada periodista, un trabajo en la mayoría de las veces muy ingrato, pero sublime si se ejerce con dignidad, profesionalismo y honestidad”. Dijo Mons. Cabrero.

Reconozco que fue un hombre de mucha Comunión con todos y Conciliador con todos los que tal vez tenemos puntos de vista diferentes, sabía escuchar, comprender y tolerar a aquellos que no comulgaran con sus ideas de defender la vida desde el seno materno hasta la muerte natural.

De manera especial agradeció a quien fuera doctor de cabecera de Mons. Szymanski, Pbro. Dr. Gilberto Amaya Martínez, quien lo curó en sus enfermedades físicas que él llegó a tener y siempre estuvo entregado y solícito para servirle a quien ya contempla la vida eterna.

Ahora que él deja de existir en esta tierra, se premia y corona toda su vida de santidad, y seguro que ya está en la casa del Padre Celestial, sin miedo a equivocarme lo digo. Su premio ya lo tiene bien merecido.

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