En una noche de luna intensa, de frío inesperado, de tráfico infame y de sentimientos desbordados, Los Temerarios lanzaron su aullido que enchina la piel, su música que arruga el corazón y entonaron la última, si, la última canción.
Los hermanos Gustavo Ángel y Adolfo Angel, de la colonia Morelos en Fresnillo Zacatecas, encendieron las almas de unos 20,000 mil asistentes al estadio de béisbol 20 de Noviembre, donde, desde el jardín central donde fue colocado el monumental escenario, hicieron un recorrido musical de más de 30 años de trayectoria.
Son agradecidos y tienen buena memoria. Gustavo, de traje oscuro con destellos discretos y camisa blanca sin fajar, recordó que a finales de los 90, la agrupación hacía sus pininos en Tamazunchale, Cerritos, Villa de Reyes y Salinas.
Y desde entonces han trascendido fronteras. No dejan de cantarle al amor… y al desamor.
A las 21.30 se apagaron las luces del estadio, acondicionado recientemente como lienzo charro. El griterío fue ensordecedor, aunque aún faltaban miles por entrar. La Salvador Nava era un estacionamiento de kilómetros porque Transito Municipal cerró las bajadas a la lateral y ni para atrás ni para adelante. Y por si no fuera poco, se hizo una sola fila para acceder a todas las localidades; hasta una hora había que formarse para entrar.
Los dos hermanos salieron saludando con el brazo en alto, tomaron sus instrumentos e iniciaron una de las noches más mágicas de los últimos años en San Luis Potosí, con una producción espectacular a la altura de un público que se les entregó de cuerpo entero durante las más de dos horas y media que duró el concierto, el último concierto de Los Temerarios en su gira del adiós.