/ jueves 16 de mayo de 2024

¡Cristo es la Respuesta! | La muerte del que muere

Por Víctor Hugo Guel González

La Biblia dice en Ezequiel 18:32 lo siguiente: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis”. La frase “la muerte del que muere” parece ilógica, confusa y contradictoria; pero, a la luz de lo que dice la Escritura, podemos entender que se refiere a la segunda muerte mencionada en Apocalipsis 21:8, que dice: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.

Para entender mejor, en la primera parte de Romanos 6:23 se dice: “Porque la paga del pecado es muerte…”. Es importante ver aquí que cuando se refiere a la muerte, no es a la muerte física sino a la muerte espiritual. La muerte física es cuando el alma se separa del cuerpo; y la muerte espiritual es cuando el alma se separa de Dios por la eternidad, que es a lo que se refiere Apocalipsis 21:8, y que es la muerte del que muere.

Regresando a Ezequiel 18:32, dice: “Porque no quiero la muerte del que muere…”. Esa segunda muerte es la que Jehová el Señor no quiere; porque, según Apocalipsis 21:8, está hablando de ser lanzados al lago de fuego y azufre, que es lo que se conoce comúnmente como el infierno. Ese lugar es a donde va el alma de todo pecador. Aprovecho para mencionar que en la Biblia no se menciona nada acerca de un purgatorio, donde, según dicen, el alma sufre temporalmente y después de “pagar” por sus pecados puede salir; pero lo cierto es que la segunda muerte es pagar por sus pecados por la eternidad.

Ahora, ¿quiénes sufrirán la segunda muerte? En Apocalipsis 21:8 se menciona una lista que dice: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Es decir, todo ser humano merece sufrir la muerte del que muere. En la lista se mencionan los homicidas y los hechiceros; quizás la mayoría no hemos asesinado a nadie ni hemos practicado brujería, pero también menciona a los mentirosos. ¿Quién de nosotros no ha dicho mentiras, aunque digan que son piadosas para no ofender a alguien o para no meterse en problemas? Debemos entender que todo ser humano es pecador y, por lo tanto, merecemos la muerte segunda.

Ezequiel 18:32 concluye diciendo: “…dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis”. Lo único que convierte nuestra alma es el evangelio; pues, en Juan 3:16, dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Es por medio de la persona y obra de Cristo, su muerte por nuestros pecados, su sepultura y su resurrección, que podemos tener perdón de pecados y vida eterna. Podemos ser librados de la muerte segunda; solo hay que recibirlo y aceptarlo como nuestro único y suficiente Salvador, confesándolo con nuestra boca y creyéndolo en el corazón (Romanos 10:9). Así, no enfrentaremos la muerte del que muere. ¡Amén!

Por Víctor Hugo Guel González

La Biblia dice en Ezequiel 18:32 lo siguiente: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis”. La frase “la muerte del que muere” parece ilógica, confusa y contradictoria; pero, a la luz de lo que dice la Escritura, podemos entender que se refiere a la segunda muerte mencionada en Apocalipsis 21:8, que dice: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.

Para entender mejor, en la primera parte de Romanos 6:23 se dice: “Porque la paga del pecado es muerte…”. Es importante ver aquí que cuando se refiere a la muerte, no es a la muerte física sino a la muerte espiritual. La muerte física es cuando el alma se separa del cuerpo; y la muerte espiritual es cuando el alma se separa de Dios por la eternidad, que es a lo que se refiere Apocalipsis 21:8, y que es la muerte del que muere.

Regresando a Ezequiel 18:32, dice: “Porque no quiero la muerte del que muere…”. Esa segunda muerte es la que Jehová el Señor no quiere; porque, según Apocalipsis 21:8, está hablando de ser lanzados al lago de fuego y azufre, que es lo que se conoce comúnmente como el infierno. Ese lugar es a donde va el alma de todo pecador. Aprovecho para mencionar que en la Biblia no se menciona nada acerca de un purgatorio, donde, según dicen, el alma sufre temporalmente y después de “pagar” por sus pecados puede salir; pero lo cierto es que la segunda muerte es pagar por sus pecados por la eternidad.

Ahora, ¿quiénes sufrirán la segunda muerte? En Apocalipsis 21:8 se menciona una lista que dice: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Es decir, todo ser humano merece sufrir la muerte del que muere. En la lista se mencionan los homicidas y los hechiceros; quizás la mayoría no hemos asesinado a nadie ni hemos practicado brujería, pero también menciona a los mentirosos. ¿Quién de nosotros no ha dicho mentiras, aunque digan que son piadosas para no ofender a alguien o para no meterse en problemas? Debemos entender que todo ser humano es pecador y, por lo tanto, merecemos la muerte segunda.

Ezequiel 18:32 concluye diciendo: “…dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis”. Lo único que convierte nuestra alma es el evangelio; pues, en Juan 3:16, dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Es por medio de la persona y obra de Cristo, su muerte por nuestros pecados, su sepultura y su resurrección, que podemos tener perdón de pecados y vida eterna. Podemos ser librados de la muerte segunda; solo hay que recibirlo y aceptarlo como nuestro único y suficiente Salvador, confesándolo con nuestra boca y creyéndolo en el corazón (Romanos 10:9). Así, no enfrentaremos la muerte del que muere. ¡Amén!