Don Lupe, un violinista que pide un deseo, ver a sus hijos

"Yo no me quejo de nada, me duele mi hombro, ya no aguanto mucho parado, pero hay que comer"

Patricia Azuara

  · domingo 30 de septiembre de 2018

Sin saber leer, ni escribir, Don Guadalupe Bravo Arredondo, aprendió a tocar el violín desde sus quince años de edad, cuando a la muerte de su padrino, había que buscar un “sustito” en el grupo que amenizaba las danzas del Día de la Santa Cruz, en la comunidad que lo vio nacer: Escalerillas.

Desde muy pequeño, “Don Lupe” inició sus labores cortando cantera, trabajo del que se pensionó 40 años después. Pero su pasión real era tocar violín, así que poco antes de cumplir los quince años, ya había ahorrado el dinero necesario para comprar su instrumento; “no me acuerdo ni cuánto me costó, usted cree”, relató el anciano hombre que está a punto de “ajustar” los 78 años de edad.

En una charla para El Sol de San Luis, Don Lupe, platicó que poco tiempo después de haber obtenido su tan preciado instrumento, su padrino de nombre Rosalío, quien en aquella época encabezaba la música en las fiestas del pueblo, murió.

Sus compañeros de orquesta, desesperados por buscar quien sustituyera al violinista, le pidieron a Bravo Arredondo, les ayudará a encontrar al indicado, “y les dije, para que buscan más aquí estoy yo, y míreme, aquí sigo, sin quejarme, y sigo yendo a Escalerillas a tocar”.

Él no sabía leer, ni escribir, “nunca fui a la escuela”, dijo. Menos interpretar un pentagrama musical… pero nada frenó, las ganas que tenía de interpretar melodías con aquel primer violín que obtuvo con mucho esfuerzo.

Cuenta con una colección de más de 100 títeres, la mayoría creados con sus manos y su imaginación; su personaje más querido es Tin Tan | Foto: Patricia Azuara

La vida de Don Lupe no ha sido sencilla; hace más de dos décadas, por problemas familiares, no tiene contacto con sus hijos… Con su rostro cansado y lleno de arrugas y sus ojos llorosos, pero con esa sonrisa que nunca se le borró, sostuvo, “antes de morir, quisiera tener la dicha de abrazarlos”.

Su pensión, como la de la mayoría de las personas de la tercera edad, no le alcanza para nada, por lo que todos los días sale a las calles del Centro Histórico de San Luis Potosí a entonar melodías, para que los transeúntes le regalen unas monedas.

Y ante las adversidades concluyó, “yo no me quejo de nada, me duele mi hombro, ya no aguanto mucho parado, pero hay que comer, quién me da, nadie, vivo con un amigo, pero la fe y la esperanza nunca se me acaban”.