Florentina García López, se lo debe haber cuestionado en varias ocasiones, ¿Ser artesano es realmente redituable? Ahora mismo, a la sombra de un día nublado, sus manos dan forma a pulseras, tejidos y muñecas distintivas del pueblo originario al que pertenece , los Triquis.
Nacida en el estado de Oaxaca, en un pueblo cercano a San Juan Copala, con una nostalgia común que distingue a los artesanos del pasaje Aránzazu, Florentina recuerda como llegó a San Luis Potosí hace 36 años para vender sus artesanías.
Piezas que poseen un universo colmado de creatividad y parte de la cosmogonía de su comunidad y que lamentablemente en muchas ocasiones es infravalorado por el ojo común de los compradores.
"Vender artesanías no es nada fácil. Ha Sido complicado. Sobretodo porque la clientela no sabe apreciar el trabajo hecho a mano y no quiere pagar por lo que verdaderamente vale lo que hacemos", explica.
Sus manos agrietadas y las comisuras de sus ojos son el testimonio del trabajo arduo que implica ser artesano y tener como único espacio de trabajo las calles.
Para esta mujer indígena y artesana, la entrega y la fiel convicción de dar a conocer la historia de su pueblo y sus creencias, le ha costado dejar aún lado la valía de su trabajo.
"Necesitamos vender para sobrevivir. Y aunque amo mi trabajo y en cada tejido dejo algo de mi, a veces hay que venderlo a un precio menor , para que se vaya con alguien y nuestro arte originario pueda irse a otras partes", apunta
Cada pieza elaborada, le requiere lo que tarda el sol en ocultarse, o incluso varias noches en vela.
"A veces un día entero, depende de la pieza. Las más pequeñas un día , las piezas más grandes y que van tejidas me toma hasta meses de mi vida", dice.
Florentina lleva unas cinco horas desde que abrió su pequeño puesto y en ese lapso de tiempo, algunas miradas curiosas y a veces inverosímiles, quedan meditabundas al saber los precios de sus artesanías.
Las que más se venden son aquellas muñequitas de ojos de turmalina y trenzado de hilo de algodón, piezas inocentes e infantiles que reflejan a las mujeres indígenas de su pueblo.
De 60, 100 y hasta 150 pesos es el costo de cada una de ellas, y tan solo en tres minutos logra concretar una venta.
¿No me la deja más barata? Le dice la clientela y Florentina solo asiente con su cabeza y el rostro oculto detrás de un delgado cubrebocas.
Le dan 50 pesos y se los guarda en la enagua negra y alargada que se encuentra detrás de su vistoso e icónico huipil Triqui.
"Así es esto. Hay que vender aunque sea más barato, lo bueno que vendemos. Hemos tenido temporadas difíciles pero salimos adelante con lo que tenemos".
Y así es como un legado de varias generaciones Triqui, parecen ser concebidas por los demás como algo fácil , por el cual pagar poco. Pero ara Florentina es su vida, sus raíces, pero sobre todo la motivante de sus días.