/ martes 13 de febrero de 2024

Periodista potosina que fue asaltada a mano armada por cuatro delincuentes

Para sanar lo vivido, cuenta su historia, aunque ahí están las repercusiones de este hecho de inseguridad

A ver hija de la chin…, dame la bolsa, ya te cargo la chin…, son las ensordecedoras palabras que desde el miércoles pasado retumban en mi cerebro, dice Patricia Calvillo, periodista potosina que fue asaltada a mano armada por cuatro delincuentes que abordaban dos motocicletas en la colonia que ella presumía porque no había pandilleros ni rateros. Al menos cuarenta años de vivir ahí, la hacían pensar que estaba segura y en su zona de confort. Otra, fue la cruda y cruel realidad.

Desde esos minutos de inseguridad, no encuentra paz, la invade el miedo y la zozobra. En su mente solo ve el cañón largo de color plateado y la cacha negra de la pistola que le apuntaron a la cabeza. Cada vez, que cierra los ojos ve la oscuridad profunda de la boca del arma y recuerda lo que pensó justo en el momento exacto en que la encañonaron: “Aquí me voy a morir, aquí voy a quedar”. Ahora piensa que su cuerpo yacería en el frío y sólido concreto, como si fuera nadie.

El cuerpo se le eriza y los huesos le tiemblan al recordar el desafortunado momento en que se vio de frente al peor hecho de inseguridad de su vida, con el que aún no sabe cómo lidiar.

Esta comunicadora ahora forma parte de esos 8 de cada 10 potosinos que, según la Encuesta Nacional sobre Seguridad Pública Urbana de enero 2024, ENSU, se percibe inseguro, antes pensaba que las cifras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, INEGI, eran ajenas a su realidad, ahora las sabe suyas.

A cuatro casas de su domicilio, en un barrio popular vecino a la 21 de Marzo, la Rivas Guillén, Santa Mónica y la W, allá en el municipio de Soledad de Graciano Sánchez, fue interceptada como en esas películas y series colombianas, por cuatro sujetos que tripulaban dos motos. La abordaron para quitarle sus pertenencias; gritar ni poner resistencia al atraco nunca fue opción, al estar consciente que en esos momentos, la línea es delgada hacia la muerte.

De esta escena de violencia hay quiénes encontraron un momento de burla, pues ella regresaba de comprar en una tienda de conveniencia los sobrecitos de croquetas de sus perritos, en un brazo traía su bolsa de vestir, en el otro, otra con la comida de sus animalitos de compañía. Cuando la abordaron, al no saber qué hacer, puso ambas en el suelo. Le cuestionaron por la cartera y el celular, asintió “ahí están”. Los malosos ni siquiera vieron el contenido de ambas, pero prefirieron llevarse la del dinero, y la otra la dejaron abandonada pensando que seguramente había tomates. A quienes platica esta historia, encuentran memorable que hayan olvidado tomar el alimento de los cachorros porque la reportera regresó a casa con algo para sus perrhijos.

Robarle la paz de su vida fue cosa de segundos, en su brutalidad por una cartera y un celular, los amantes de lo ajeno ni siquiera se percatan que lo que se llevaron consigo es más que un patrimonio, es su tranquilidad. El miedo la invade, siente frío y las palpitaciones no cesan en un solo rincón de su cuerpo. Cada que escucha el rugir de las motocicletas, tiembla; piensa que volverá a ser víctima de esos maleantes que andan cazando a cuantos pueden en la zona. Su modus operandi ya se está difundiendo en las tienditas de abarrotes, ahí dicen “apoco ya te tocó”, al narrar que también andan por las mañanas y a quienes se resisten les propinan golpizas, incluso una vecina dice haber sido enviada al hospital por 15 días porque también le tocó ser asaltada en la misma esquina.

El terror lo están sembrando, al grado que los vecinos están planeando organizarse con grupos de WhatsApp, quieren ir a recibir a las mujeres en la parada de camión y hasta colocar botones de pánico en los celulares, para evitar estos hechos de inseguridad que forman parte de los delitos más cometidos en San Luis Potosí, además de la violencia familiar, robo de vehículos, robo a negocio, robo a casa, extorsión, narcomenudeo, lesiones, homicidio, secuestro y violación, según reporta el Semáforo Delictivo.

Incrédula de la eficiencia de las corporaciones de seguridad del Estado llamó al 911, institución que para atender a su llamada de auxilio tardó mucho tiempo, no hay inmediatez, pero sí una canción pegajosa que se replica una y otra vez en el sistema telefónico de seguridad, hasta que un oficial se percata que quien está en el otro lado de la línea no va a colgar. Su respuesta nunca fue preguntar “se encuentra usted bien, qué le pasó, le hicieron algo”, parecieran robots que atienden en la frialdad de la distancia. Y aunque prometieron patrullaje inmediato, nunca llegó.

De frente a este hecho delictivo, también tenía que lidiar con cancelar las tarjetas de pago que se llevaron con su monedero, una serie de situaciones se presentaron en el momento más delicado de su vida. Los aprovechados bancos querían obligarla a que comprara seguros de robo. Aturdida por el momento, no sabía qué decir, qué responder, la querían obligar a aceptar diversos paquetes para recuperar sus tarjetas.

Aunque la fortaleza de sus cercanos, la hicieron entender que no debía aceptar los cargos que le querían enjaretar, pero sí tuvo que aceptar que la reposición de cada uno de los plásticos sería de más de 280 pesos y que, además tendría que esperar un lapso de 7 a 9 días para tenerlos de nueva cuenta en las manos. En ese momento de encrucijada, nadie le dijo que las aplicaciones digitales de sus bancos también deberían ser canceladas para evitar un mal uso de ellas pues estaban cargadas en el celular.

No pudo dormir el día que vio truncada su vida, el estómago le ardía, la boca le amargaba, tenía nauseas, palpitaciones, taquicardia. Sentada en la ventana de su casa esperaba una patrulla, pues pensaba “vendrán a rafaguearme porque se llevaron mi dirección”. Ésta nunca llegó, ni tampoco el sueño. El cansancio crónico la invadió por días enteros.

Llegada la mañana después de los intempestivos hechos, se tuvo que enfrentar a otro viacrucis institucional, que fue interponer una denuncia sobre lo vivido. En la Fiscalía General del Estado, FGE, la atendieron con cierta prontitud para llevar este proceso, pero se encontró con un funcionario que se burlaba de ella “de qué se ríe?”, preguntó a un director de área que la atendió, “ah se ríe de que confío en la Fiscalía, aunque sé que no pasará nada”, pensaba será una risa nerviosa pero se repetía la acción hasta que le tuvo que referir que era periodista para domarlo.

Al momento de entrevistarse con una Ministerio Público que la atendió de manera respetuosa, le dijeron, “va a recibir atención psicológica” y pensó “ah que bueno, me van a quitar está ansiedad que traigo, este palpitar que no me deja, este frío en los huesos, este nerviosismo que no me suelta, estas ganas de llorar que no aguanto y este enojo que me enciende”, pero nada más alejado de la realidad, el psicólogo que se tardó en recibirla le ofreció cita para el mes de abril y además le advirtió que su expediente será entregado a sus agresores en caso de ser detenidos. Una violencia institucional que la re victimiza “mi agresor se dará cuenta de mi salud mental”, pero además caerá en desacato sino acude a la reunión, según le advirtieron.

Fue hasta que preguntó qué sigue después de la denuncia, cuando le indicaron que los Ministeriales van a investigar la zona. Nunca pensó que formaría parte de los dichos de octubre de 2023 en donde México Evalúa presentó un documento en el que señalaba que en San Luis Potosí existe impunidad en un 98.6 por ciento, y ubicó al Estado en el sexto peor porcentaje, y con doce delitos muy graves.

Los responsables de esta agresión se llevaron consigo su identificación personal, es así que le complicaron los trámites normales, le tocó acudir al Instituto Nacional Electoral, INE, pensando que recibiría una cara amable, sólo encontró a fastidiados funcionarios de la colonia Arenal que ella misma defendía a través de sus notas periodísticas cuando se decía “quieren acabar con el INE”, pensaba “dónde están esos servidores públicos que se decían víctimas del gobierno y que necesitan su fuente de trabajo”. Otros nueve días le recetaron para poder tener una reimpresión que sólo le servirá para votar y no para realizar trámites cotidianos. Tendrá que esperar a que pasen las más grandes elecciones de la historia en el mes de junio para poder recuperar algo que forma parte de su vida personal.

A razón de lo ocurrido, los vecinos le dicen “ya le tocó”, sí, ser parte de lo que señala la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, ENVIPE 2023, que estimaba que la tasa de víctimas por cada 100 000 habitantes en San Luis Potosí fue de 22 mil 208 hombres y 19 mil 822 mujeres. Y la recomendación que le dan sus cercanos a partir de lo sucedido es “no salir de noche”, darse una buena barrida con huevo y pirul para limpiar y purificarse energéticamente.

Para sanar lo vivido, cuenta su historia, aunque ahí están las repercusiones de este hecho de inseguridad y le quedarán para toda su historia. En la inmediatez, enfermedades gastrointestinales, dolores de cabeza, falta de apetito, incomodidad, ansiedad y mucho enojo están ahí. Sembrar esta percepción de inseguridad en su entorno ya propició que sus seres queridos no la visiten, por temor a encontrase con las balas de la Francisco Sarabia.

A ver hija de la chin…, dame la bolsa, ya te cargo la chin…, son las ensordecedoras palabras que desde el miércoles pasado retumban en mi cerebro, dice Patricia Calvillo, periodista potosina que fue asaltada a mano armada por cuatro delincuentes que abordaban dos motocicletas en la colonia que ella presumía porque no había pandilleros ni rateros. Al menos cuarenta años de vivir ahí, la hacían pensar que estaba segura y en su zona de confort. Otra, fue la cruda y cruel realidad.

Desde esos minutos de inseguridad, no encuentra paz, la invade el miedo y la zozobra. En su mente solo ve el cañón largo de color plateado y la cacha negra de la pistola que le apuntaron a la cabeza. Cada vez, que cierra los ojos ve la oscuridad profunda de la boca del arma y recuerda lo que pensó justo en el momento exacto en que la encañonaron: “Aquí me voy a morir, aquí voy a quedar”. Ahora piensa que su cuerpo yacería en el frío y sólido concreto, como si fuera nadie.

El cuerpo se le eriza y los huesos le tiemblan al recordar el desafortunado momento en que se vio de frente al peor hecho de inseguridad de su vida, con el que aún no sabe cómo lidiar.

Esta comunicadora ahora forma parte de esos 8 de cada 10 potosinos que, según la Encuesta Nacional sobre Seguridad Pública Urbana de enero 2024, ENSU, se percibe inseguro, antes pensaba que las cifras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, INEGI, eran ajenas a su realidad, ahora las sabe suyas.

A cuatro casas de su domicilio, en un barrio popular vecino a la 21 de Marzo, la Rivas Guillén, Santa Mónica y la W, allá en el municipio de Soledad de Graciano Sánchez, fue interceptada como en esas películas y series colombianas, por cuatro sujetos que tripulaban dos motos. La abordaron para quitarle sus pertenencias; gritar ni poner resistencia al atraco nunca fue opción, al estar consciente que en esos momentos, la línea es delgada hacia la muerte.

De esta escena de violencia hay quiénes encontraron un momento de burla, pues ella regresaba de comprar en una tienda de conveniencia los sobrecitos de croquetas de sus perritos, en un brazo traía su bolsa de vestir, en el otro, otra con la comida de sus animalitos de compañía. Cuando la abordaron, al no saber qué hacer, puso ambas en el suelo. Le cuestionaron por la cartera y el celular, asintió “ahí están”. Los malosos ni siquiera vieron el contenido de ambas, pero prefirieron llevarse la del dinero, y la otra la dejaron abandonada pensando que seguramente había tomates. A quienes platica esta historia, encuentran memorable que hayan olvidado tomar el alimento de los cachorros porque la reportera regresó a casa con algo para sus perrhijos.

Robarle la paz de su vida fue cosa de segundos, en su brutalidad por una cartera y un celular, los amantes de lo ajeno ni siquiera se percatan que lo que se llevaron consigo es más que un patrimonio, es su tranquilidad. El miedo la invade, siente frío y las palpitaciones no cesan en un solo rincón de su cuerpo. Cada que escucha el rugir de las motocicletas, tiembla; piensa que volverá a ser víctima de esos maleantes que andan cazando a cuantos pueden en la zona. Su modus operandi ya se está difundiendo en las tienditas de abarrotes, ahí dicen “apoco ya te tocó”, al narrar que también andan por las mañanas y a quienes se resisten les propinan golpizas, incluso una vecina dice haber sido enviada al hospital por 15 días porque también le tocó ser asaltada en la misma esquina.

El terror lo están sembrando, al grado que los vecinos están planeando organizarse con grupos de WhatsApp, quieren ir a recibir a las mujeres en la parada de camión y hasta colocar botones de pánico en los celulares, para evitar estos hechos de inseguridad que forman parte de los delitos más cometidos en San Luis Potosí, además de la violencia familiar, robo de vehículos, robo a negocio, robo a casa, extorsión, narcomenudeo, lesiones, homicidio, secuestro y violación, según reporta el Semáforo Delictivo.

Incrédula de la eficiencia de las corporaciones de seguridad del Estado llamó al 911, institución que para atender a su llamada de auxilio tardó mucho tiempo, no hay inmediatez, pero sí una canción pegajosa que se replica una y otra vez en el sistema telefónico de seguridad, hasta que un oficial se percata que quien está en el otro lado de la línea no va a colgar. Su respuesta nunca fue preguntar “se encuentra usted bien, qué le pasó, le hicieron algo”, parecieran robots que atienden en la frialdad de la distancia. Y aunque prometieron patrullaje inmediato, nunca llegó.

De frente a este hecho delictivo, también tenía que lidiar con cancelar las tarjetas de pago que se llevaron con su monedero, una serie de situaciones se presentaron en el momento más delicado de su vida. Los aprovechados bancos querían obligarla a que comprara seguros de robo. Aturdida por el momento, no sabía qué decir, qué responder, la querían obligar a aceptar diversos paquetes para recuperar sus tarjetas.

Aunque la fortaleza de sus cercanos, la hicieron entender que no debía aceptar los cargos que le querían enjaretar, pero sí tuvo que aceptar que la reposición de cada uno de los plásticos sería de más de 280 pesos y que, además tendría que esperar un lapso de 7 a 9 días para tenerlos de nueva cuenta en las manos. En ese momento de encrucijada, nadie le dijo que las aplicaciones digitales de sus bancos también deberían ser canceladas para evitar un mal uso de ellas pues estaban cargadas en el celular.

No pudo dormir el día que vio truncada su vida, el estómago le ardía, la boca le amargaba, tenía nauseas, palpitaciones, taquicardia. Sentada en la ventana de su casa esperaba una patrulla, pues pensaba “vendrán a rafaguearme porque se llevaron mi dirección”. Ésta nunca llegó, ni tampoco el sueño. El cansancio crónico la invadió por días enteros.

Llegada la mañana después de los intempestivos hechos, se tuvo que enfrentar a otro viacrucis institucional, que fue interponer una denuncia sobre lo vivido. En la Fiscalía General del Estado, FGE, la atendieron con cierta prontitud para llevar este proceso, pero se encontró con un funcionario que se burlaba de ella “de qué se ríe?”, preguntó a un director de área que la atendió, “ah se ríe de que confío en la Fiscalía, aunque sé que no pasará nada”, pensaba será una risa nerviosa pero se repetía la acción hasta que le tuvo que referir que era periodista para domarlo.

Al momento de entrevistarse con una Ministerio Público que la atendió de manera respetuosa, le dijeron, “va a recibir atención psicológica” y pensó “ah que bueno, me van a quitar está ansiedad que traigo, este palpitar que no me deja, este frío en los huesos, este nerviosismo que no me suelta, estas ganas de llorar que no aguanto y este enojo que me enciende”, pero nada más alejado de la realidad, el psicólogo que se tardó en recibirla le ofreció cita para el mes de abril y además le advirtió que su expediente será entregado a sus agresores en caso de ser detenidos. Una violencia institucional que la re victimiza “mi agresor se dará cuenta de mi salud mental”, pero además caerá en desacato sino acude a la reunión, según le advirtieron.

Fue hasta que preguntó qué sigue después de la denuncia, cuando le indicaron que los Ministeriales van a investigar la zona. Nunca pensó que formaría parte de los dichos de octubre de 2023 en donde México Evalúa presentó un documento en el que señalaba que en San Luis Potosí existe impunidad en un 98.6 por ciento, y ubicó al Estado en el sexto peor porcentaje, y con doce delitos muy graves.

Los responsables de esta agresión se llevaron consigo su identificación personal, es así que le complicaron los trámites normales, le tocó acudir al Instituto Nacional Electoral, INE, pensando que recibiría una cara amable, sólo encontró a fastidiados funcionarios de la colonia Arenal que ella misma defendía a través de sus notas periodísticas cuando se decía “quieren acabar con el INE”, pensaba “dónde están esos servidores públicos que se decían víctimas del gobierno y que necesitan su fuente de trabajo”. Otros nueve días le recetaron para poder tener una reimpresión que sólo le servirá para votar y no para realizar trámites cotidianos. Tendrá que esperar a que pasen las más grandes elecciones de la historia en el mes de junio para poder recuperar algo que forma parte de su vida personal.

A razón de lo ocurrido, los vecinos le dicen “ya le tocó”, sí, ser parte de lo que señala la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, ENVIPE 2023, que estimaba que la tasa de víctimas por cada 100 000 habitantes en San Luis Potosí fue de 22 mil 208 hombres y 19 mil 822 mujeres. Y la recomendación que le dan sus cercanos a partir de lo sucedido es “no salir de noche”, darse una buena barrida con huevo y pirul para limpiar y purificarse energéticamente.

Para sanar lo vivido, cuenta su historia, aunque ahí están las repercusiones de este hecho de inseguridad y le quedarán para toda su historia. En la inmediatez, enfermedades gastrointestinales, dolores de cabeza, falta de apetito, incomodidad, ansiedad y mucho enojo están ahí. Sembrar esta percepción de inseguridad en su entorno ya propició que sus seres queridos no la visiten, por temor a encontrase con las balas de la Francisco Sarabia.

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