/ viernes 4 de diciembre de 2020

El hogar se transformó en escuela

Cuatro familias comparten a El Sol de México sus testimonios sobre cómo han sobrellevado y asegurado la educación de sus hijos

La pandemia de Covid-19 obligó a las escuelas a cerrar sus puertas desde marzo. De la noche a la mañana, maestros, alumnos y padres de todo el país tuvieron que adaptarse, según sus posibilidades, a nuevas formas de enseñar y aprender a distancia. Cuatro familias comparten a El Sol de México sus testimonios sobre cómo han sobrellevado y asegurado la educación de sus hijos durante el confinamiento.

Sus historias exponen realidades muy diferentes. Con secundaria trunca, una madre indígena de la comunidad de Santiago Tepepa, en Hidalgo, se convirtió en maestra de su hija mayor “como Dios le dio a entender”. Un matrimonio del pueblo de San Bartolo Ameyalco tiene que alternar el único celular que pudo comprar para que sus dos hijos no pierdan clases.

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Agobiada por la crisis económica, otra familia del Estado de México estira lo más que puede su ingreso de 14 mil pesos para cumplir con el pago de colegiaturas, los gastos del hogar y los nuevos libros digitales que la escuela exige. Y un matrimonio preocupado por la salud física y emocional de sus hijos modifica su rutina para estar todo el tiempo con ellos y aprovechar la plataforma tecnológica que uno de los colegios más exclusivos de la Ciudad de México puso a su alcance.

Sin acabar la secundaria, se convirtió en maestra

Hidalgo.- El coronavirus le cambió la vida por completo a María. De dedicarse a vender artesanías a turistas que visitaban la presa El Tejocotal, en el municipio de Acaxochitlán, Hidalgo, se convirtió en maestra de su hija mayor pese a que no terminó la secundaria.

“Hago hasta lo imposible por orientarla, pero el sistema de hoy no es el mismo que el de hace años. Hay cosas que no sé y en verdad me duele no poder apoyarla al cien. No entiendo muchas cosas y a eso se le suma que muchas veces estamos como madres solas, sin el apoyo de los maestros, que a veces sólo dan las instrucciones pero no explican”, dice.

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Su hija de ocho años cursa el tercer año de primaria en una escuela indígena de la comunidad de Santiago Tepepa y desde hace más de 20 días no ha enviado a su profesora las evidencias de las tareas realizadas, porque a su mamá se le cayó el celular en la presa.

Foto Concepción Ocádiz | El Sol de Hidalgo

Aún con el equipo, la niña tenía dificultades para enviar sus trabajos ya que no siempre agarraba buena señal o porque es mucho el dinero que se destina para tener internet. Se requiere de unos 400 pesos por lo menos y la economía familiar no va bien: la pandemia dejó sin ingresos a medio centenar de familias que dependían del turismo que visitaba la presa.

Dos hijos en la escuela y un solo celular

Ciudad de México.- Las clases a distancia por videollamada se interrumpen durante las mañanas en la cocina. La lección con la profesora de cuarto año de la primaria Carmen Serdán debe suspenderse una hora antes de finalizar. Enseguida el teléfono celular, recargado en un recipiente de vidrio sobre el mantel colocado en la mesa de madera, se ocupa para otra videollamada y continuar con las asignaturas de los maestros de la secundaria número 222 Tláloc.

Minutos antes de las ocho, los platos y tazas del desayuno se retiran para comenzar a tomar apuntes. Miranda, de 10 años de edad, toma su pluma para realizar los ejercicios en sus cuadernos y hojas impresas. A las 10 de la mañana cuelga de manera abrupta para que su hermano Óscar, de 14 años, se conecte con sus profesores hasta cerca de las dos de la tarde.

Esta historia se repite todos los miércoles y viernes desde que inició el ciclo escolar. En su casa, ubicada en el pueblo de San Bartolo Ameyalco, alcaldía Álvaro Obregón, al poniente de la Ciudad de México, no tienen computadora o una tableta para conectarse por separado. El celular que comparten, sus padres lo adquirieron con muchos esfuerzos a un precio de 700 pesos en un tianguis. Fue para lo que alcanzó el dinero que obtuvieron de la venta de chácharas de su puesto callejero.

Foto El Sol de México

A pesar de que remataron ropa, trastes y otras cosas, no salió para uno nuevo y de buena marca. Fue “patito”. Endeudarse con un crédito en alguna tienda de electrónicos ni pensarlo, porque terminarían pagando más del doble de lo que cuesta un equipo.

Estudiar a distancia no ha sido sencillo para los hijos de la familia Rosas. No sólo por tener nada más un teléfono y que los horarios de clases se crucen. La economía también se ha complicado. Carolina, madre de los pequeños, se quedó sin los ingresos que percibía del puesto de dulces que atendía afuera de la primaria Carmen Serdán ubicada en el mismo pueblo, y que dese marzo cerró por la pandemia.

Un bono permitió a Yaretzi y Eder tomar clases

Estado de México.- A unos cuantos kilómetros de los polvorines y el mercado de la capital de la pirotecnia, en Tultepec, Estado de México, todos los días desde sus habitaciones, Yaretzi y su hermano Eder Iván toman sus clases a distancia desde computadoras diferentes. Ambos estudian en escuelas de paga: ella el sexto de primaria en el Colegio Anton Semionovich Makarenko y él en tercero de secundaria en el Colegio Gandhi, ubicados en el mismo municipio.

La familia Hernández Cervantes adquirió el par de equipos sencillos, a mediados de 2020, gracias a un bono que le entregaron al padre, quien labora como técnico en un teatro de Bellas Artes. Fue un alivio, porque a él le recortaron el sueldo y las ventas por catálogo de su madre Claudia se volvieron nulas.

Foto Erik Estrella

El pago de las colegiaturas de ambos niños es de tres mil 800 pesos mensuales, pero a eso se suma el material que piden todas las semanas para sus trabajos.

“Sí ha estado pesado (los gastos). En la secundaria nos apoyaron con algo, nos hicieron un plan de pagos, para que no estuviera tan pesado. En la primaria no hemos tenido mucho apoyo, al contrario, ahí se encajaron, y según por los libros digitales, se elevaron muchísimo”, explica Claudia Cervantes, madre de Yaretzi y Eder Iván.

Todo el día frente a una pantalla

Ciudad de México.- De un momento a otro, la vida escolar de los hijos de Karla y José cambió. Suspendieron sus prácticas de pádel y futbol. Las clases de batería y guitarra se paralizaron de golpe. La bonita costumbre que tenían en su escuela de organizar reuniones de juegos y fiestas infantiles en casas de sus amigos se redujo al mínimo y bajo estrictos protocolos de salud. Y como en todos los hogares mexicanos, cambiaron los pupitres por las computadoras y las videoconferencias. Nada fue como antes.

El primogénito de este matrimonio de exitosos abogados tiene 12 años y el chico 10. Ambos asisten a The Edron Academy, uno de los colegios privados más exclusivos de la Ciudad de México. Dado su perfil bicultural, 70 por ciento de su planta docente es británica y más de 90 por ciento de las clases se imparten en inglés.

La pandemia de Covid-19 vino a alterar su rutina y la de sus padres que tuvieron que estar al pendiente de las lecciones virtuales de los niños.

Foto Erik Estrella

Al principio costó trabajo porque los profesores no daban clases en línea con frecuencia sino que mandaban videos y actividades con explicaciones a través de una plataforma digital.

“Las primeras semanas fueron horribles porque acabábamos siete, ocho de la noche, tratando de cumplir con todos los trabajos… Si no estaba yo sentada con ellos difícilmente podían hacer las tareas por sí solos, porque aunque venía un video que explicaba o alguna presentación de Power Point, para ellos era muy complicado. Entonces tenía que estar con ellos 100 por ciento desde que empezaba el día”, recuerda Karla.

Y agrega: “Yo paré todo lo que tenía que hacer en la mañana para estar con ellos de sol a sol, fue muy desgastante, muy complicado porque no soy maestra, soy abogada”.

La pandemia de Covid-19 obligó a las escuelas a cerrar sus puertas desde marzo. De la noche a la mañana, maestros, alumnos y padres de todo el país tuvieron que adaptarse, según sus posibilidades, a nuevas formas de enseñar y aprender a distancia. Cuatro familias comparten a El Sol de México sus testimonios sobre cómo han sobrellevado y asegurado la educación de sus hijos durante el confinamiento.

Sus historias exponen realidades muy diferentes. Con secundaria trunca, una madre indígena de la comunidad de Santiago Tepepa, en Hidalgo, se convirtió en maestra de su hija mayor “como Dios le dio a entender”. Un matrimonio del pueblo de San Bartolo Ameyalco tiene que alternar el único celular que pudo comprar para que sus dos hijos no pierdan clases.

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Agobiada por la crisis económica, otra familia del Estado de México estira lo más que puede su ingreso de 14 mil pesos para cumplir con el pago de colegiaturas, los gastos del hogar y los nuevos libros digitales que la escuela exige. Y un matrimonio preocupado por la salud física y emocional de sus hijos modifica su rutina para estar todo el tiempo con ellos y aprovechar la plataforma tecnológica que uno de los colegios más exclusivos de la Ciudad de México puso a su alcance.

Sin acabar la secundaria, se convirtió en maestra

Hidalgo.- El coronavirus le cambió la vida por completo a María. De dedicarse a vender artesanías a turistas que visitaban la presa El Tejocotal, en el municipio de Acaxochitlán, Hidalgo, se convirtió en maestra de su hija mayor pese a que no terminó la secundaria.

“Hago hasta lo imposible por orientarla, pero el sistema de hoy no es el mismo que el de hace años. Hay cosas que no sé y en verdad me duele no poder apoyarla al cien. No entiendo muchas cosas y a eso se le suma que muchas veces estamos como madres solas, sin el apoyo de los maestros, que a veces sólo dan las instrucciones pero no explican”, dice.

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Su hija de ocho años cursa el tercer año de primaria en una escuela indígena de la comunidad de Santiago Tepepa y desde hace más de 20 días no ha enviado a su profesora las evidencias de las tareas realizadas, porque a su mamá se le cayó el celular en la presa.

Foto Concepción Ocádiz | El Sol de Hidalgo

Aún con el equipo, la niña tenía dificultades para enviar sus trabajos ya que no siempre agarraba buena señal o porque es mucho el dinero que se destina para tener internet. Se requiere de unos 400 pesos por lo menos y la economía familiar no va bien: la pandemia dejó sin ingresos a medio centenar de familias que dependían del turismo que visitaba la presa.

Dos hijos en la escuela y un solo celular

Ciudad de México.- Las clases a distancia por videollamada se interrumpen durante las mañanas en la cocina. La lección con la profesora de cuarto año de la primaria Carmen Serdán debe suspenderse una hora antes de finalizar. Enseguida el teléfono celular, recargado en un recipiente de vidrio sobre el mantel colocado en la mesa de madera, se ocupa para otra videollamada y continuar con las asignaturas de los maestros de la secundaria número 222 Tláloc.

Minutos antes de las ocho, los platos y tazas del desayuno se retiran para comenzar a tomar apuntes. Miranda, de 10 años de edad, toma su pluma para realizar los ejercicios en sus cuadernos y hojas impresas. A las 10 de la mañana cuelga de manera abrupta para que su hermano Óscar, de 14 años, se conecte con sus profesores hasta cerca de las dos de la tarde.

Esta historia se repite todos los miércoles y viernes desde que inició el ciclo escolar. En su casa, ubicada en el pueblo de San Bartolo Ameyalco, alcaldía Álvaro Obregón, al poniente de la Ciudad de México, no tienen computadora o una tableta para conectarse por separado. El celular que comparten, sus padres lo adquirieron con muchos esfuerzos a un precio de 700 pesos en un tianguis. Fue para lo que alcanzó el dinero que obtuvieron de la venta de chácharas de su puesto callejero.

Foto El Sol de México

A pesar de que remataron ropa, trastes y otras cosas, no salió para uno nuevo y de buena marca. Fue “patito”. Endeudarse con un crédito en alguna tienda de electrónicos ni pensarlo, porque terminarían pagando más del doble de lo que cuesta un equipo.

Estudiar a distancia no ha sido sencillo para los hijos de la familia Rosas. No sólo por tener nada más un teléfono y que los horarios de clases se crucen. La economía también se ha complicado. Carolina, madre de los pequeños, se quedó sin los ingresos que percibía del puesto de dulces que atendía afuera de la primaria Carmen Serdán ubicada en el mismo pueblo, y que dese marzo cerró por la pandemia.

Un bono permitió a Yaretzi y Eder tomar clases

Estado de México.- A unos cuantos kilómetros de los polvorines y el mercado de la capital de la pirotecnia, en Tultepec, Estado de México, todos los días desde sus habitaciones, Yaretzi y su hermano Eder Iván toman sus clases a distancia desde computadoras diferentes. Ambos estudian en escuelas de paga: ella el sexto de primaria en el Colegio Anton Semionovich Makarenko y él en tercero de secundaria en el Colegio Gandhi, ubicados en el mismo municipio.

La familia Hernández Cervantes adquirió el par de equipos sencillos, a mediados de 2020, gracias a un bono que le entregaron al padre, quien labora como técnico en un teatro de Bellas Artes. Fue un alivio, porque a él le recortaron el sueldo y las ventas por catálogo de su madre Claudia se volvieron nulas.

Foto Erik Estrella

El pago de las colegiaturas de ambos niños es de tres mil 800 pesos mensuales, pero a eso se suma el material que piden todas las semanas para sus trabajos.

“Sí ha estado pesado (los gastos). En la secundaria nos apoyaron con algo, nos hicieron un plan de pagos, para que no estuviera tan pesado. En la primaria no hemos tenido mucho apoyo, al contrario, ahí se encajaron, y según por los libros digitales, se elevaron muchísimo”, explica Claudia Cervantes, madre de Yaretzi y Eder Iván.

Todo el día frente a una pantalla

Ciudad de México.- De un momento a otro, la vida escolar de los hijos de Karla y José cambió. Suspendieron sus prácticas de pádel y futbol. Las clases de batería y guitarra se paralizaron de golpe. La bonita costumbre que tenían en su escuela de organizar reuniones de juegos y fiestas infantiles en casas de sus amigos se redujo al mínimo y bajo estrictos protocolos de salud. Y como en todos los hogares mexicanos, cambiaron los pupitres por las computadoras y las videoconferencias. Nada fue como antes.

El primogénito de este matrimonio de exitosos abogados tiene 12 años y el chico 10. Ambos asisten a The Edron Academy, uno de los colegios privados más exclusivos de la Ciudad de México. Dado su perfil bicultural, 70 por ciento de su planta docente es británica y más de 90 por ciento de las clases se imparten en inglés.

La pandemia de Covid-19 vino a alterar su rutina y la de sus padres que tuvieron que estar al pendiente de las lecciones virtuales de los niños.

Foto Erik Estrella

Al principio costó trabajo porque los profesores no daban clases en línea con frecuencia sino que mandaban videos y actividades con explicaciones a través de una plataforma digital.

“Las primeras semanas fueron horribles porque acabábamos siete, ocho de la noche, tratando de cumplir con todos los trabajos… Si no estaba yo sentada con ellos difícilmente podían hacer las tareas por sí solos, porque aunque venía un video que explicaba o alguna presentación de Power Point, para ellos era muy complicado. Entonces tenía que estar con ellos 100 por ciento desde que empezaba el día”, recuerda Karla.

Y agrega: “Yo paré todo lo que tenía que hacer en la mañana para estar con ellos de sol a sol, fue muy desgastante, muy complicado porque no soy maestra, soy abogada”.

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