“En el corazón del bosque” es el título del libro del autor Jean Hegland, recomendación literaria que se hace en esta ocasión, para que en estos tiempos de pandemia, se dé la oportunidad de “saborear un buen libro” y se nos haga un buen hábito la lectura.
Ya nada es como antes: el mundo tal como lo conocíamos está desapareciendo. Ya no hay electricidad ni gasolina, no se ven aviones en el cielo. La Tierra llevaba años avisando. Corren rumores, la gente comienza a huir. Nadie quería verlo, pero la civilización se derrumba. Nell y Eva, de 17 y 18 años, siguen viviendo en el hogar familiar, enclavado en el bosque, a pesar de que la catástrofe se ha llevado a sus padres, una pareja que quiso vivir de otro modo, educando a sus hijas en casa, creyendo por encima de todo en una existencia libremente elegida. Conservan alimentos para sobrevivir, así como sus pasiones, el ballet y la lectura. Sin embargo, frente a lo desconocido, tendrán que aprender a vivir de forma diferente y confiar en el bosque que las rodea, repleto de riquezas.
Un rincón en el mundo. Jean Hegland narra los entresijos de un mundo desmoronado a la vez que nos invita a reflexionar sobre todo lo que entendemos como refugio, por Pilar Vera «Aparecida justo en este confinamiento, "En el corazón del bosque" habla precisamente de vulnerabilidad y reclusión. Sus propuestas dan en la línea de flotación porque nosotros somos, justo en este momento, niños recluidos en el bosque (y quizá no perdamos esa condición durante algún tiempo). [...] La propuesta de Hegland –cuyo clima recuerda al de Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson– resulta potente y perturbadora porque pone en duda un axioma en el que estamos, además, envueltos: el refugio es el refugio y no va a pasar nada en él. El mundo se derrumba pero nada malo puede atravesar esta puerta. El mundo se derrumba pero yo hago pan. El mundo se derrumba pero aquí, entre estas paredes, aún es posible encontrar cosas evocadoras, hermosas. El mundo se derrumba pero, al menos, aún puedo brindar...».
Al principio, los cortes de electricidad fueron pocos y breves, nadie les dio mucha importancia. Pero, poco a poco, comenzaron a condicionar la vida cotidiana, las horas para cocinar, poner la lavadora o leer.
Los cortes se hicieron cada vez más largos y, un buen día, la electricidad no regresó. Para entonces ya no había gasolina en las estaciones de servicio, no circulaban los trenes ni volaban los aviones.
Corrían rumores, la gente comenzaba a huir. Nadie quería verlo, pero la civilización se derrumbaba. En realidad hacía décadas que se anunciaba, que la Tierra lo gritaba.
Nell y Eva, diecisiete y quince años, han decidido quedarse a vivir en la casa familiar, enclavada en el bosque, a pesar de que la catástrofe se ha llevado por delante a sus padres, una pareja que quiso vivir de otro modo, en plena naturaleza, educando a sus hijas en casa, desobedeciendo convenciones políticas y sociales, creyendo por encima de todo en el arte, los libros, la música y en una existencia libremente elegida.
Conservan útiles y alimentos que, bien racionados, les permiten sobrevivir, así como sus pasiones: Eva quiere dedicarse a la danza y, a pesar de que ya no puede escuchar música, ensaya cada día durante horas, reproduciendo cada composición en su cabeza; Nell aún confía en que, tras el desastre, vuelvan a convocarse unas pruebas de acceso para Harvard, y lee todo aquello que es capaz de encontrar aún encuadernado.
Sin embargo, frente a lo desconocido que está por llegar, ambas tendrán que desarrollar nuevas habilidades, aprender a defenderse y confiar en el bosque que las rodea, repleto de riquezas inagotables.