- Un grito doloroso de impotencia de los secuestrados, los torturados, los presos políticos, los desaparecidos, los encerrados, los desahuciados, los excluidos, los que mueren de hambre y los que luchamos contra la enfermedad crónica física, o mental
- La obra hizo vibrar, pero más que nada hizo reflexionar y recapacitar a cada espectador, para que éste se convierta en un posible agente de cambio
Un homenaje a los seres humanos que han perecido por razones injustas, un tributo a quienes perdieron la vida por su raza, género, preferencia sexual, religión, o ideología política, es la que rindió “La Infinita Compañía”, procedente de la Ciudad de México, la cual conquistó la atención de del público con la coreografía “Novena Sinfonía, Danza Contemporánea” bajo la dirección de Raúl Tamez, en el Centro Cultural Universitario Bicentenario.
El respetable salió del foro con un rostro verdaderamente conmovido, pues la obra dancística, por demás vibrante, logró su cometido de generar una actitud de cambio, al reflejarse como un acto poético de justicia para quienes ya no pueden ejercer su propia voluntad.
La Novena Sinfonía hizo vibrar al respetable con el fluir de la danza, con las aperturas en split, con las quebradas, con los impactantes saltos de más de medio metro de altura, y la coordinación perfecta de cada uno de los movimientos, que les hizo lucir su técnica impecable, verdaderamente limpia, sin equivocación alguna ni en tiempo ni en espacio; movimiento y música marcharon al mismo compás.
Los integrantes de la compañía orgullosamente mexicana, se impusieron en el escenario con pleno dominio e hicieron gala de su gran talante dancístico, de su fuerza histriónica y de su proyección en el escenario.
“Novena Sinfonía, Danza Contemporánea” reflejó el grito de impotencia de los secuestrados, los torturados, los presos políticos, los desaparecidos, los encerrados, los desahuciados, los excluidos, los que mueren de hambre; o los que luchamos contra la enfermedad crónica física, o mental.
Fue así como la “Infinita Compañía” dejó fluir su impecable técnica clásica y contemporánea con los más complejos movimientos, difíciles de ejecutar si no se tiene disciplina, profesionalismo, entrega y pasión por la danza, amor por lo que se hace y compromiso social y empatía ante el dolor de la enfermedad y de las injusticias, para emitir, proyectar o manifestar lo que vive el ser humano.
El público ovacionó de pié a la compañía y le dedicó varios minutos de aplausos prolongados al tiempo que gritaba “¡¡¡Bravo, Bravo!!!”.
Sin duda la obra hizo vibrar, pero más que nada hizo reflexionar y recapacitar a cada espectador, para que éste se convierta en un agente de cambio.
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