/ miércoles 10 de octubre de 2018

Tristeza y Melancolía

Tristeza, melancolía, quejumbres y depresión

Les platico que en cierta ocasión llegué a San Juan de los Lagos llevando los ojos al revés y las piernas y pies entumecidos. Las llagas causadas por los zapatos son comunes pero nunca había experimentado las rozaduras que ocasiona el pantalón ―de ahí las piernas enrojecidas, una pierna y la otra también―. La verdad es que dolía todo el cuerpo, haciéndome recordar una macaniza propinada por allá en los años 70s de parte de la policía por el gran pecado de andar pintando las letras “PC” en cuanto lugar se pudiera. No hay que olvidar que el Partido Comunista estaba proscrito y escribir “PC” era referencia clara al partido.

Así fue pues como llegué al templo. Cientos, miles entraban y salían, todos en orden, formaditos. Rápido porque los de atrás, naturalmente, empujaban a los de adelante… Ahí el olfato descubrió una mezcla que desconocía: inciensos mezclados, mil sudores empalmados, aromas de muchas flores, humo de velas que se apagan, penetrante olor a cerillos prendidos…, a pañales, igual que el toser exhala un olorcillo a pulmón dañado, heridas vendadas de las que escapa un olor a carne abierta mezclada con el olor a yodo. Heridas que el sanjuanero muestra a la Virgen pidiendo sean cerradas, o esa, su voluntad, estuviera en poner un zipper.

En verdad que larga es la vida vivida. como verdadero es el que no hay otro lugar en dónde se mezclen tantos olores… Posiblemente por la condición en la que me encontraba en ese momento ―hambriento, cansado, adolorido, llagado―, llegué a pensar en que la Virgen de San Juan, en un principio, tenía un tamaño normal, natural pues, igual al que tuvo como persona, pero que se fue empequeñeciendo para percibir en menor proporción esa gama olorosa provenientes de incontables peregrinos, mismos que llegan día y noche por mil caminos ―todos con el alma en vilo―; no los que llegan en autobús o vehículos propios y que van a San Juan de paseo, como ir a Acapulco.

Ver a un sanjuanero de ida es notoriamente diferente al verlo de regreso. En primer lugar, desfruncen el ceño, muestran paz, confianza y su hablar es pausado… La sola idea de ir a San Juan no les pacifica, la pacificación se va forjando en el camino. Después de un día de caminar en donde hasta el más joven se cansa, la fe se acrecienta en los peregrinos y su rostro descansa, abandonan las prisas de su alma y se acrecienta su confianza… Es como una larga confesión ―que vale citar, ya existía desde el tiempo de los aztecas―.

Paso a paso, junto con el malestar y el cansancio, el sanjuanero vive una catarsis, que al igual lava sus culpas, clarifica su petición o alegra su corazón por el favor ya recibido.

Vencer la tristeza, la melancolía, la quejumbre y la depresión es un sendero largo y tortuoso en donde todo es determinante, lo mismo el entorno que la fortaleza y equilibrio propios de quien se ve atacado por alguna o varias de estas condiciones mencionadas… Seleccionando a la familia como ejemplo del cercano entorno, esta, en la mayoría de los casos, se da cuenta de la afección de quien esto padecía pues cuando el triste, melancólico, quejumbroso o deprimido se acaba de suicidar.

Darse una vuelta de cuando en cuando y platicar, hacer reír a los niños con cáncer en fase terminal, ahí, en donde están esperando a la doña Muerte ―en instalaciones del IMSS― al igual que caminar el sendero de los sanjuaneros, arranca, de quienes lo practican, esa depresión que infeliza la vida de cualquiera, y lo hace de pies a cabeza, pasando por el estómago y el corazón.

Una caminata laaaaarga a San Juan, lo mismo que el ir a divertir a los peloncitos ―niños en fase terminal que esperan a la muerte sin miedo― son la mejor terapia para vivir con fuerza, alegría y sin ninguna clase de temor.

Tristeza, melancolía, quejumbres y depresión

Les platico que en cierta ocasión llegué a San Juan de los Lagos llevando los ojos al revés y las piernas y pies entumecidos. Las llagas causadas por los zapatos son comunes pero nunca había experimentado las rozaduras que ocasiona el pantalón ―de ahí las piernas enrojecidas, una pierna y la otra también―. La verdad es que dolía todo el cuerpo, haciéndome recordar una macaniza propinada por allá en los años 70s de parte de la policía por el gran pecado de andar pintando las letras “PC” en cuanto lugar se pudiera. No hay que olvidar que el Partido Comunista estaba proscrito y escribir “PC” era referencia clara al partido.

Así fue pues como llegué al templo. Cientos, miles entraban y salían, todos en orden, formaditos. Rápido porque los de atrás, naturalmente, empujaban a los de adelante… Ahí el olfato descubrió una mezcla que desconocía: inciensos mezclados, mil sudores empalmados, aromas de muchas flores, humo de velas que se apagan, penetrante olor a cerillos prendidos…, a pañales, igual que el toser exhala un olorcillo a pulmón dañado, heridas vendadas de las que escapa un olor a carne abierta mezclada con el olor a yodo. Heridas que el sanjuanero muestra a la Virgen pidiendo sean cerradas, o esa, su voluntad, estuviera en poner un zipper.

En verdad que larga es la vida vivida. como verdadero es el que no hay otro lugar en dónde se mezclen tantos olores… Posiblemente por la condición en la que me encontraba en ese momento ―hambriento, cansado, adolorido, llagado―, llegué a pensar en que la Virgen de San Juan, en un principio, tenía un tamaño normal, natural pues, igual al que tuvo como persona, pero que se fue empequeñeciendo para percibir en menor proporción esa gama olorosa provenientes de incontables peregrinos, mismos que llegan día y noche por mil caminos ―todos con el alma en vilo―; no los que llegan en autobús o vehículos propios y que van a San Juan de paseo, como ir a Acapulco.

Ver a un sanjuanero de ida es notoriamente diferente al verlo de regreso. En primer lugar, desfruncen el ceño, muestran paz, confianza y su hablar es pausado… La sola idea de ir a San Juan no les pacifica, la pacificación se va forjando en el camino. Después de un día de caminar en donde hasta el más joven se cansa, la fe se acrecienta en los peregrinos y su rostro descansa, abandonan las prisas de su alma y se acrecienta su confianza… Es como una larga confesión ―que vale citar, ya existía desde el tiempo de los aztecas―.

Paso a paso, junto con el malestar y el cansancio, el sanjuanero vive una catarsis, que al igual lava sus culpas, clarifica su petición o alegra su corazón por el favor ya recibido.

Vencer la tristeza, la melancolía, la quejumbre y la depresión es un sendero largo y tortuoso en donde todo es determinante, lo mismo el entorno que la fortaleza y equilibrio propios de quien se ve atacado por alguna o varias de estas condiciones mencionadas… Seleccionando a la familia como ejemplo del cercano entorno, esta, en la mayoría de los casos, se da cuenta de la afección de quien esto padecía pues cuando el triste, melancólico, quejumbroso o deprimido se acaba de suicidar.

Darse una vuelta de cuando en cuando y platicar, hacer reír a los niños con cáncer en fase terminal, ahí, en donde están esperando a la doña Muerte ―en instalaciones del IMSS― al igual que caminar el sendero de los sanjuaneros, arranca, de quienes lo practican, esa depresión que infeliza la vida de cualquiera, y lo hace de pies a cabeza, pasando por el estómago y el corazón.

Una caminata laaaaarga a San Juan, lo mismo que el ir a divertir a los peloncitos ―niños en fase terminal que esperan a la muerte sin miedo― son la mejor terapia para vivir con fuerza, alegría y sin ninguna clase de temor.

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