/ domingo 7 de noviembre de 2021

Tener es temer

Me preguntan en casa si pueden tirar a la basura un viejo cajón lleno de papeles, carpetas y cuadernos que no hacen más que ocupar espacio. Además, el cajón está humedecido a causa de las últimas lluvias, que lo alcanzaron por detrás de la ventana abierta, y ya empezaba a despedir un feo olor a húmedo. Les respondí que antes tenía que ver el contenido de la caja, revisarlo concienzudamente y…

-Caray –les dije-. Me parece que están siendo conmigo terminantes. ¿Y si me dan la oportunidad de echar antes un vistazo?

-¡Pero hazlo ya! –me dijeron mis parientes-. Es que hoy pasa el carro de la basura.

Ni siquiera recordaba que esa caja existiera y, al abrirla, el corazón -¿así se dice?- me dio un vuelco. Eran mis libretas del tiempo del Seminario, es decir, de hace veinte años y más. También había hojas sueltas, apuntes de clases, tarjetas de felicitación por mis veintidós años de edad –vaya cosa-, y una enorme cantidad de cachivaches que me pusieron francamente nostálgico. Algún día contaré al lector todo lo que me encontré en ese cajón de madera del que, por supuesto, no me deshice. Por lo pronto, me limitaré a transcribir lo que me encontré en un cuaderno de pastas azules que decía en la primera hoja: “Realejo, Guadalcázar. Ejercicios Espirituales, 1994”. La segunda y tercera páginas estaban llenas de notas desordenadas y sin sentido, pero en la cuarta estaba copiada una larga cita de San Juan Crisóstomo (347-407) y, en el margen, unas anotaciones –tal vez muy bobas- que hice en aquel tiempo a propósito de las palabras de este santo que, por lo que puedo ver, ya admiraba desde entonces; he aquí la cita en cuestión:

“Esto es lo que os decía entonces y ahora os lo repito. Por medio de vosotros se lo digo a aquéllos (¿a quiénes, me pregunto hoy?). Imitemos a los santos, los cuales no se dejaron abatir por las tribulaciones, ni por su debilidad se dieron a la relajación, como sucede ahora a muchos de nosotros, buques quebradizos inundados por todas partes a causa de los oleajes de la borrasca. Pues cuando nos encontrábamos en la indigencia, muchas veces nos sobrevenía la inundación y no nos ahogábamos ni naufragábamos. Pero al conseguir la riqueza nos hemos envanecido y hemos caído en la más radical indiferencia.

“Por tanto, os exhorto a que, dejando todo a un lado, ordenemos nuestras almas hacia la salvación de cada uno de nosotros. Ésta es la mejor disposición, para que cuando sobrevengan la desgracia, el hambre, la enfermedad, las calamidades, la bancarrota o cualquier otra cosa, se hagan soportables y llevaderas en virtud de los mandamientos del Señor y con la esperanza puesta en Él.

“De igual modo, si el alma no goza de buenas relaciones con Dios, aunque afluyan las riquezas, se presenten los hijos y sea indescriptible el gozo de la fortuna, arrastrará consigo muchas angustias y desvelos a causa de todo esto”.

No viene en la página la correspondiente nota bibliográfica –es decir, no digo de dónde tomé la cita-, y ahora, por supuesto, me es imposible recordarlo, pero sí este comentario al margen, que pongo entre comillas:

“Lo principal: tener buenas relaciones con Dios, como dice San Juan Crisóstomo. Cuando nuestras relaciones con Él son malas, hasta la misma prosperidad es causa de aflicción. Hay abundancia de riquezas; nuestras arcas están llenas… Pero, ¿y si viene el ladrón? ¿Y si todo se lleva? Tener es temer. Nada teme quien nada tiene. El que se ha enriquecido sin Dios, o contra Dios, vive pensando en qué hará para que nadie le arrebate sus riquezas mal habidas: siempre intranquilo, todo lo aterroriza. El amigo de Dios, en cambio, duerme tranquilo, pensando que si Dios le ha dado lo que tiene, Él mismo hará de su banquero y le cuidará sus bienes, o se los devolverá si alguien se los quita. Así, el amigo de Dios “nada teme” (Salmo 23).

“Luego habla el santo de los hijos. Los enemigos de Dios, ¡cómo temen perderlos! Una enfermedad, un accidente, y todo está perdido. Tienen hijos, pero siempre temen perder lo que tienen. Viven oscilando entre el temor y el temblor. El hombre de fe, es decir, al amigo de Dios, dice, por el contrario: “Mi vida está en tus manos. Y la vida de mis hijos también. No siempre podré yo verlos y cuidarlos; habrá veces en que se escondan de mí; cuando crezcan, se irán lejos. Pero se irán lejos sólo de mi, que no de Ti. Tú, entonces, los cuidarás”.

Es el turno, ahora, de los goces de la fortuna. Pero las fortuna, ¿no es representada siempre como una rueda? Esto quiere decir que está en continuo movimiento, y que, por tanto, los que hoy están arriba, luego estarán abajo; los que hoy se hallan en la cúspide, mañana estarán al ras del suelo, y viceversa.

“-Dame cuentas, porque a partir de hoy ya no serás mi administrador.

Así habla el amo a su siervo en una parábola evangélica. A partir de hoy ya no… ¡Así es la vida!

“Los enemigos de Dios temen siempre estas mudanzas y se aferran a los cargos como las garrapatas a los perros. Los amigos de Dios, por el contrario, ya sea que estén arriba, o que estén abajo, o a un lado, o a otro, saben que todo es pasajero y, más que en sus buenas relaciones con los hombres, ponen su esperanza en las buenas relaciones que tienen con Dios, de manera que nada les quita la paz”.

Allí acaba la anotación, y nada agrego a lo que escribí en 1994, pues nada hay que agregar.

Algún día volveré a hurgar en aquel cajón viejo que ya he puesto a secar. Y, si por ventura encuentro algo que pueda tener interés, le prometo al lector que pronto se lo haré saber.

Me preguntan en casa si pueden tirar a la basura un viejo cajón lleno de papeles, carpetas y cuadernos que no hacen más que ocupar espacio. Además, el cajón está humedecido a causa de las últimas lluvias, que lo alcanzaron por detrás de la ventana abierta, y ya empezaba a despedir un feo olor a húmedo. Les respondí que antes tenía que ver el contenido de la caja, revisarlo concienzudamente y…

-Caray –les dije-. Me parece que están siendo conmigo terminantes. ¿Y si me dan la oportunidad de echar antes un vistazo?

-¡Pero hazlo ya! –me dijeron mis parientes-. Es que hoy pasa el carro de la basura.

Ni siquiera recordaba que esa caja existiera y, al abrirla, el corazón -¿así se dice?- me dio un vuelco. Eran mis libretas del tiempo del Seminario, es decir, de hace veinte años y más. También había hojas sueltas, apuntes de clases, tarjetas de felicitación por mis veintidós años de edad –vaya cosa-, y una enorme cantidad de cachivaches que me pusieron francamente nostálgico. Algún día contaré al lector todo lo que me encontré en ese cajón de madera del que, por supuesto, no me deshice. Por lo pronto, me limitaré a transcribir lo que me encontré en un cuaderno de pastas azules que decía en la primera hoja: “Realejo, Guadalcázar. Ejercicios Espirituales, 1994”. La segunda y tercera páginas estaban llenas de notas desordenadas y sin sentido, pero en la cuarta estaba copiada una larga cita de San Juan Crisóstomo (347-407) y, en el margen, unas anotaciones –tal vez muy bobas- que hice en aquel tiempo a propósito de las palabras de este santo que, por lo que puedo ver, ya admiraba desde entonces; he aquí la cita en cuestión:

“Esto es lo que os decía entonces y ahora os lo repito. Por medio de vosotros se lo digo a aquéllos (¿a quiénes, me pregunto hoy?). Imitemos a los santos, los cuales no se dejaron abatir por las tribulaciones, ni por su debilidad se dieron a la relajación, como sucede ahora a muchos de nosotros, buques quebradizos inundados por todas partes a causa de los oleajes de la borrasca. Pues cuando nos encontrábamos en la indigencia, muchas veces nos sobrevenía la inundación y no nos ahogábamos ni naufragábamos. Pero al conseguir la riqueza nos hemos envanecido y hemos caído en la más radical indiferencia.

“Por tanto, os exhorto a que, dejando todo a un lado, ordenemos nuestras almas hacia la salvación de cada uno de nosotros. Ésta es la mejor disposición, para que cuando sobrevengan la desgracia, el hambre, la enfermedad, las calamidades, la bancarrota o cualquier otra cosa, se hagan soportables y llevaderas en virtud de los mandamientos del Señor y con la esperanza puesta en Él.

“De igual modo, si el alma no goza de buenas relaciones con Dios, aunque afluyan las riquezas, se presenten los hijos y sea indescriptible el gozo de la fortuna, arrastrará consigo muchas angustias y desvelos a causa de todo esto”.

No viene en la página la correspondiente nota bibliográfica –es decir, no digo de dónde tomé la cita-, y ahora, por supuesto, me es imposible recordarlo, pero sí este comentario al margen, que pongo entre comillas:

“Lo principal: tener buenas relaciones con Dios, como dice San Juan Crisóstomo. Cuando nuestras relaciones con Él son malas, hasta la misma prosperidad es causa de aflicción. Hay abundancia de riquezas; nuestras arcas están llenas… Pero, ¿y si viene el ladrón? ¿Y si todo se lleva? Tener es temer. Nada teme quien nada tiene. El que se ha enriquecido sin Dios, o contra Dios, vive pensando en qué hará para que nadie le arrebate sus riquezas mal habidas: siempre intranquilo, todo lo aterroriza. El amigo de Dios, en cambio, duerme tranquilo, pensando que si Dios le ha dado lo que tiene, Él mismo hará de su banquero y le cuidará sus bienes, o se los devolverá si alguien se los quita. Así, el amigo de Dios “nada teme” (Salmo 23).

“Luego habla el santo de los hijos. Los enemigos de Dios, ¡cómo temen perderlos! Una enfermedad, un accidente, y todo está perdido. Tienen hijos, pero siempre temen perder lo que tienen. Viven oscilando entre el temor y el temblor. El hombre de fe, es decir, al amigo de Dios, dice, por el contrario: “Mi vida está en tus manos. Y la vida de mis hijos también. No siempre podré yo verlos y cuidarlos; habrá veces en que se escondan de mí; cuando crezcan, se irán lejos. Pero se irán lejos sólo de mi, que no de Ti. Tú, entonces, los cuidarás”.

Es el turno, ahora, de los goces de la fortuna. Pero las fortuna, ¿no es representada siempre como una rueda? Esto quiere decir que está en continuo movimiento, y que, por tanto, los que hoy están arriba, luego estarán abajo; los que hoy se hallan en la cúspide, mañana estarán al ras del suelo, y viceversa.

“-Dame cuentas, porque a partir de hoy ya no serás mi administrador.

Así habla el amo a su siervo en una parábola evangélica. A partir de hoy ya no… ¡Así es la vida!

“Los enemigos de Dios temen siempre estas mudanzas y se aferran a los cargos como las garrapatas a los perros. Los amigos de Dios, por el contrario, ya sea que estén arriba, o que estén abajo, o a un lado, o a otro, saben que todo es pasajero y, más que en sus buenas relaciones con los hombres, ponen su esperanza en las buenas relaciones que tienen con Dios, de manera que nada les quita la paz”.

Allí acaba la anotación, y nada agrego a lo que escribí en 1994, pues nada hay que agregar.

Algún día volveré a hurgar en aquel cajón viejo que ya he puesto a secar. Y, si por ventura encuentro algo que pueda tener interés, le prometo al lector que pronto se lo haré saber.