Les platico que una gran parte del tiempo de mi vida me la pasé en juntas, sesiones, asambleas, grupos de acuerdo, mítines. Hablar y hablar pues, con unos y otros: de tierras en litigio, materias estudiantiles, órdenes de aprensión, en fin, hablar, liberándose de todo pánico escénico y de temor a las multitudes.
Pero no dejó de extrañarme que recientemente una “comisión” tocara a mi puerta, buscándome… Todos eran conocidos, pero sabía que algunos de ellos ya habían muerto, por lo que supuse, acertadamente, que todos eran ya difuntos. Lo que pasaba era que, en tiempo y forma no me había enterado de sus respectivos fallecimientos. ¿Y cómo hacerlo si no eran parientes con trato cotidiano? No, eran amigos y conocidos. Quienes unas horas después de alguna plática matizada con mezcal servido en jarro ¡ese mismito día! había tenido la ocurrencia de morir. ¿Cómo saberlo si nadie te avisa? -no existe una red de anunciaciones de la muerte de algún conocido- pasandito el tiempo te enteras, o no.
Pero en fin. Se trataba de que se están organizando para el día de muertos… ¡Ah caray! “¡¿Y cuándo es?!”, pregunté ¡no he visto el color del cempaxúchitl en las calles! Tan único como lo es, imposible que pase desapercibido―. “Dentro de algunos meses”, contestó uno de ellos, “Pero tú sabes que si algo sobra por allá, es el tiempo”. “Si nos pudieras echar la mano con esto, aquello y lo otro, te lo agradeceríamos”, dijo alguien. “¡Pero cómo no!”, se les contestó.
Como el tiempo panteonero para los permisos de salida es reducido, Pronto se despidieron ―dejando un vacío más hueco al que existía antes de que llegaran―. Me preguntaba “¿Y el jefe Guadalupe cuando se murió? ¿Y fulano y perengano?” Si poco tiempo antes, uno a uno les vi pasar y pensé lo mismo -ese compañero va por su nieto a la escuela-.
Los amigos cercanos, cuando mueren, vienen y se despiden. Claro, con una seña de su brazo. Pero quienes no fueron cercanos, solo conocidos, no. Te enteras de la defunción hasta que encuentras a un vivo como tú mismo, y platica que 5 ó 7 serán recordados el 1 ó 2 de noviembre.
5 ó 7, 10 ó 20, porque esa tarde de visita muertera me senté a recordar a los conocidos y amigos ya muertos. Verdad buena que llegue a la conclusión de que tengo más amigos y conocidos muertos que vivos ¡pero muchos más! ―desde medio día hasta media noche recordé difuntos, y por la noche con ellos seguí en sueños―. Sí señor, hay más muertos que vivos con quienes he compartido. ¡Qué caray, no me había dado cuenta! ¿A la mejor ya estoy como ellos, o como pues es que los entiendo tan bien?