/ domingo 4 de noviembre de 2018

Sucedió en Rusia

El 5 de septiembre de 1831, un hombre llegó al “desierto” de Sarov. Venía pálido, ojeroso y con el corazón deshecho. Se había sometido a toda clase de tratamientos, había consultado a todo tipo de médicos y especialistas, pero ninguno de ellos había sido capaz de decirle qué era lo que pasaba con sus piernas, que se negaban a sostenerlo. El hombre se llamaba Nicolás Motovilov, y dos o tres días antes había pedido a sus amigos más íntimos que lo llevaran, como último recurso, allá a donde el famoso staretz Serafín se había retirado para vivir en silencio y soledad. Tal vez él podía curarlo. Era la única esperanza que le quedaba…

“Llegué al desierto de Sarov –escribió más tarde Nicolás en sus memorias- el 5 de septiembre de 1831. Tuve la dicha, el 7 y el 8 de septiembre –día de la Natividad de la Santa Virgen-, de entablar dos conversaciones con el padre Serafín, antes y después de cenar, en su celda. Al día siguiente, el 9 de septiembre, se me condujo al ‘Desierto Próximo’, cerca de la fuente. Él conversaba con una multitud de gente que lo rodeaba. Cuatro de mis hombres me llevaron en sus brazos, el quinto sostenía mi cabeza. Me sentaron cerca de un grueso abeto que aún se ve al borde del río Sarovka, en el prado en que el staretz, habitualmente, preparaba su henar. Ante mi pedido de ser curado, él respondió:

“-No soy médico. Uno debe dirigirse al médico cuando quiere curarse de una enfermedad cualquiera”.

Nicolás Motovilov le contó, entonces, cómo había ido de un médico a otro, sin ningún resultado, y añadió que su última esperanza era que él, el padre Serafín, rezara para que recobrarse la salud. El padre Serafín se quedó pensativo durante unos momentos; por último, le preguntó:

-¿Creéis en Nuestro Señor Jesucristo, que es Dios y hombre, y en su Santa Madre, que fue siempre virgen?

-Creo –respondió Nicolás.

“-¿Y creéis que el Señor, el cual con una sola palabra, un solo gesto, curaba inmediatamente las enfermedades de los hombres, puede con la misma facilidad de antes venir en ayuda de los que le imploran? ¿Y que la intercesión de su muy Santa Madre es todopoderosa y que, en virtud de esta intercesión, Nuestro Señor Jesucristo puede al instante, y con una sola palabra, devolveros la salud?

“-Yo respondí –confesará después el enfermo- que en verdad creía con todo mi corazón y con toda mi alma, y que, de otro modo, no hubiera venido.

Si creéis –dijo San Serafín, esbozando una amplia sonrisa-, estáis ya curado.

-¿Cómo curado cuando mi gente y vos mismo me tenéis en vuestros brazos?

-Estás completamente curado; todo vuestro cuerpo está ahora sano.

Él, entonces –recordará Nicolás Motovilov-, ordenó a mi gente que se alejara y, tomándome por los hombros, me puso de pie.

“-Poned vuestros pies en la tierra. No tengáis temor. ¡Estáis completamente curado! ¡Ved cómo os mantenéis bien!

“-Seguro que me mantengo bien, ya que vos me sostenéis.

“Y, retirando sus manos, dijo el staretz:

“-Ahora ya no os sostengo; permaneceréis de pie sin mi ayuda. Id entonces sin temor. ¡Dios os curó! ¡Id! ¡Avanzad!”.

Con paso al principio inseguro, Nicolás Motovilov dio sus primeros pasos, como un niño que apenas aprende a caminar. Luego apoyó sus pies en la tierra con mayor firmeza.

-Es suficiente –dijo el staretz-. ¿Estáis persuadido ahora de que el Señor os ha curado en realidad? ¿Veis qué milagro hizo por vos? Él perdonó vuestros pecados y quitó vuestra maldad. Creed entonces en Él, esperad en su bondad, amadlo con todo vuestro corazón y agradeced a la Reina del Cielo por su beneficio. Además, debilitado como estáis por tres años de sufrimiento, debéis vigilar vuestra salud como un don precioso de Dios y no camines demasiado al principio”.

San Serafín de Sarov había tomado al pie de la letra aquello del Evangelio que dice: “Todo es posible para el que cree” (Cf. Marcos 9, 14-29). Y quien había pronunciado estas palabras era nada menos que Jesús. ¿Cómo tomarlas, entonces, a la ligera? ¿Cómo pensar que se trataba de una broma? Si Cristo dijo que para el que cree todo es posible, entonces el hombre de fe es el ser más poderoso que puede existir sobre la Tierra. Por eso, el staretz había preguntado antes al enfermo: “¿Crees?”. Después, todo fue posible…

Tatiana Góricheva, la teóloga rusa, cuenta, por su parte, una historia parecida. Una vez, un hombre bastante enfermo, al parecer de cáncer, fue a visitar a un sacerdote con la esperanza de que éste le dijera algo que lo consolase. El padre Wasili, aún sabiendo que su visitante era ateo -¿quién en la Rusia de los años 70 no lo era, al menos oficialmente?-, le preguntó: “¿Crees en Dios?”.

El hombre dijo que no con la cabeza. Entonces el padre Wasili le hizo esta otra pregunta: “¿Quieres vivir?”.

Esta vez el hombre, bajando humildemente la cabeza, respondió que sí. “Y tras escuchar la respuesta afirmativa –comenta nuestra autora-, el padre Wasili curó sin más al enfermo, porque todo anhelo y ansia de vivir proceden del Espíritu Santo, dador y Señor de la vida”.

¡La de cosas que pasan en Rusia! Pero no pasan solo en Rusia, sino en todo lugar donde un hombre o una mujer se ponen en las manos de Aquel para quien, como dice la Biblia en casi todas sus páginas, capítulos y versículos, todo es posible.

El 5 de septiembre de 1831, un hombre llegó al “desierto” de Sarov. Venía pálido, ojeroso y con el corazón deshecho. Se había sometido a toda clase de tratamientos, había consultado a todo tipo de médicos y especialistas, pero ninguno de ellos había sido capaz de decirle qué era lo que pasaba con sus piernas, que se negaban a sostenerlo. El hombre se llamaba Nicolás Motovilov, y dos o tres días antes había pedido a sus amigos más íntimos que lo llevaran, como último recurso, allá a donde el famoso staretz Serafín se había retirado para vivir en silencio y soledad. Tal vez él podía curarlo. Era la única esperanza que le quedaba…

“Llegué al desierto de Sarov –escribió más tarde Nicolás en sus memorias- el 5 de septiembre de 1831. Tuve la dicha, el 7 y el 8 de septiembre –día de la Natividad de la Santa Virgen-, de entablar dos conversaciones con el padre Serafín, antes y después de cenar, en su celda. Al día siguiente, el 9 de septiembre, se me condujo al ‘Desierto Próximo’, cerca de la fuente. Él conversaba con una multitud de gente que lo rodeaba. Cuatro de mis hombres me llevaron en sus brazos, el quinto sostenía mi cabeza. Me sentaron cerca de un grueso abeto que aún se ve al borde del río Sarovka, en el prado en que el staretz, habitualmente, preparaba su henar. Ante mi pedido de ser curado, él respondió:

“-No soy médico. Uno debe dirigirse al médico cuando quiere curarse de una enfermedad cualquiera”.

Nicolás Motovilov le contó, entonces, cómo había ido de un médico a otro, sin ningún resultado, y añadió que su última esperanza era que él, el padre Serafín, rezara para que recobrarse la salud. El padre Serafín se quedó pensativo durante unos momentos; por último, le preguntó:

-¿Creéis en Nuestro Señor Jesucristo, que es Dios y hombre, y en su Santa Madre, que fue siempre virgen?

-Creo –respondió Nicolás.

“-¿Y creéis que el Señor, el cual con una sola palabra, un solo gesto, curaba inmediatamente las enfermedades de los hombres, puede con la misma facilidad de antes venir en ayuda de los que le imploran? ¿Y que la intercesión de su muy Santa Madre es todopoderosa y que, en virtud de esta intercesión, Nuestro Señor Jesucristo puede al instante, y con una sola palabra, devolveros la salud?

“-Yo respondí –confesará después el enfermo- que en verdad creía con todo mi corazón y con toda mi alma, y que, de otro modo, no hubiera venido.

Si creéis –dijo San Serafín, esbozando una amplia sonrisa-, estáis ya curado.

-¿Cómo curado cuando mi gente y vos mismo me tenéis en vuestros brazos?

-Estás completamente curado; todo vuestro cuerpo está ahora sano.

Él, entonces –recordará Nicolás Motovilov-, ordenó a mi gente que se alejara y, tomándome por los hombros, me puso de pie.

“-Poned vuestros pies en la tierra. No tengáis temor. ¡Estáis completamente curado! ¡Ved cómo os mantenéis bien!

“-Seguro que me mantengo bien, ya que vos me sostenéis.

“Y, retirando sus manos, dijo el staretz:

“-Ahora ya no os sostengo; permaneceréis de pie sin mi ayuda. Id entonces sin temor. ¡Dios os curó! ¡Id! ¡Avanzad!”.

Con paso al principio inseguro, Nicolás Motovilov dio sus primeros pasos, como un niño que apenas aprende a caminar. Luego apoyó sus pies en la tierra con mayor firmeza.

-Es suficiente –dijo el staretz-. ¿Estáis persuadido ahora de que el Señor os ha curado en realidad? ¿Veis qué milagro hizo por vos? Él perdonó vuestros pecados y quitó vuestra maldad. Creed entonces en Él, esperad en su bondad, amadlo con todo vuestro corazón y agradeced a la Reina del Cielo por su beneficio. Además, debilitado como estáis por tres años de sufrimiento, debéis vigilar vuestra salud como un don precioso de Dios y no camines demasiado al principio”.

San Serafín de Sarov había tomado al pie de la letra aquello del Evangelio que dice: “Todo es posible para el que cree” (Cf. Marcos 9, 14-29). Y quien había pronunciado estas palabras era nada menos que Jesús. ¿Cómo tomarlas, entonces, a la ligera? ¿Cómo pensar que se trataba de una broma? Si Cristo dijo que para el que cree todo es posible, entonces el hombre de fe es el ser más poderoso que puede existir sobre la Tierra. Por eso, el staretz había preguntado antes al enfermo: “¿Crees?”. Después, todo fue posible…

Tatiana Góricheva, la teóloga rusa, cuenta, por su parte, una historia parecida. Una vez, un hombre bastante enfermo, al parecer de cáncer, fue a visitar a un sacerdote con la esperanza de que éste le dijera algo que lo consolase. El padre Wasili, aún sabiendo que su visitante era ateo -¿quién en la Rusia de los años 70 no lo era, al menos oficialmente?-, le preguntó: “¿Crees en Dios?”.

El hombre dijo que no con la cabeza. Entonces el padre Wasili le hizo esta otra pregunta: “¿Quieres vivir?”.

Esta vez el hombre, bajando humildemente la cabeza, respondió que sí. “Y tras escuchar la respuesta afirmativa –comenta nuestra autora-, el padre Wasili curó sin más al enfermo, porque todo anhelo y ansia de vivir proceden del Espíritu Santo, dador y Señor de la vida”.

¡La de cosas que pasan en Rusia! Pero no pasan solo en Rusia, sino en todo lugar donde un hombre o una mujer se ponen en las manos de Aquel para quien, como dice la Biblia en casi todas sus páginas, capítulos y versículos, todo es posible.