/ miércoles 8 de agosto de 2018

Silencio Soledad

Viajar en motocicleta a 60 millas por hora es una de las experiencias que no producen tanta adrenalina como pudiera esperarse. Pero hablar de viajar a una velocidad de 90 millas por hora con un motor de 750 centímetros cúbicos colocado bajo el tanque de la gasolina, y el cual va pegado a tu cuerpo al apretarlo fuertemente con tus piernas, eso es nada mas ni nada menos que referirse a un electroshock, que dura poco tiempo por razón de que 90-100 millas por hora, solo se pueden sostener en cortos espacios de carretera dado que un pequeño bache, una piedra del tamaño de una guayaba, un chorrito de diesel en el asfalto. Te pueden llevar a la fractura de los 206 huesos que tiene el cuerpo humano, claro, con todas sus consecuencia.


Menos de un metro es la distancia que media entre tus ojos y lo oscuro del asfalto que viene a tu encuentro en un negro brillante de chapopote en espejismo. A corta distancia, y que la velocidad hace aun más cercana, debes ver, oler o presentir todo lo que pudiera golpear la llanta delantera y así evitar las consecuencias que esto acarrea. Por eso lo normal son 50-60 millas por hora, acelerando para rebasar y sentir la sombra del camión devorándote por un instante, y las llantas del trailer a tu misma altura que hasta parecen llamarte a gritos para que te acerques a ellas, como en el mar el canto de las sirenas llama a los pescadores. Así las ruedas, de par en par y otro, y otro par, quedan atrás cuando las 90 millas se marcan en el velocímetro.


Vibrar completo y el miedo que sienten los 10 dedos de los pies, -y nada mas que por la cercanía que tienen con en suelo-. Los labios amoratados y los marfiles apretados por que en un pequeño salto te puedes morder –arrancar un pedazo de lengua. Vibración que inicia por las partes de tu cuerpo que están en contacto directo con la motocicleta y se trasmite a toda la piel como el aroma del “Monsieur rochas” lo hace en la ropa de limpio algodón. Vibración que te pone a circular la sangre al ritmo de los “credence” haciendo que tus ojos vean muy a lo lejos la manchita del diesel que te puede poner a bailar “rap”, montado en tu motocicleta y arriba de la carretera.


De esta forma dos ruedas hicieron posible llegar al sitio conocido como “la zona del silencio”. En él merito estado en donde esta enterrado el ombligo de Doroteo Arango. A vuelta de rueda... No es lugar en el que sobre leña, la tienda de campaña fue a dar sobre de la motocicleta y solo la bolsa de dormir ocupo su propio espacio. En verdad que el sitio aquel es poco común, muy diferente a lo que había observado en otros lugares. Por principio de cuentas ahí nada se mueve, los insectos, parece que fueron todos fumigados, el viento se fue a silbar por otros lares y aquello parece tan quieto como una fotografía, claro, en el ámbito de piso, por que lo que es en las alturas. Las estrellas parecen moverse en un desconcertante concierto, arrítmicamente, unas menos que otras, y aquellas rápidas persiguiendo a las que no pueden alcanzar. Algunas brillantes que de pronto se opacan hasta desaparecer, para resurgir en un grito de luz al que sientes que puedes tocar.


Así se paso la noche, tratando de encontrar algo que abajo se moviera, -una risotada de viento-, algún animal nocturno, y las ganas de haber podido hacer la fogata para ver si las llamas danzaban, -tal y como es su costumbre-, o bien se manifestarían como velas de pastel antes del soplido. Pero nada, abajo todo era nadamas que una fotografía. En tanto que el cielo bailaba y aun la estrella más quieta, en momentos parecía que te guiñaba un ojo.


Ya en el amanecer, el sol da tonos amarillentos y dorados, a su puro capricho y ante tu propia vista aun sin que parpadees, lo vez dorado y amarillo, amarillo y dorado. Y el canto de las aves por ningún lado aun y que el sol ya calienta. Las plantas mustias y aquellos piedrones parecidos a los del valle de los fantasmas. Ahí la soledad se hace sentir y no la puedes desdeñar. Pareciera que no quiere compañía. De ahí que yo crea, fielmente, en el que “La zona del silencio” debiera llamarse “zona de soledad”.


Viajar en motocicleta a 60 millas por hora es una de las experiencias que no producen tanta adrenalina como pudiera esperarse. Pero hablar de viajar a una velocidad de 90 millas por hora con un motor de 750 centímetros cúbicos colocado bajo el tanque de la gasolina, y el cual va pegado a tu cuerpo al apretarlo fuertemente con tus piernas, eso es nada mas ni nada menos que referirse a un electroshock, que dura poco tiempo por razón de que 90-100 millas por hora, solo se pueden sostener en cortos espacios de carretera dado que un pequeño bache, una piedra del tamaño de una guayaba, un chorrito de diesel en el asfalto. Te pueden llevar a la fractura de los 206 huesos que tiene el cuerpo humano, claro, con todas sus consecuencia.


Menos de un metro es la distancia que media entre tus ojos y lo oscuro del asfalto que viene a tu encuentro en un negro brillante de chapopote en espejismo. A corta distancia, y que la velocidad hace aun más cercana, debes ver, oler o presentir todo lo que pudiera golpear la llanta delantera y así evitar las consecuencias que esto acarrea. Por eso lo normal son 50-60 millas por hora, acelerando para rebasar y sentir la sombra del camión devorándote por un instante, y las llantas del trailer a tu misma altura que hasta parecen llamarte a gritos para que te acerques a ellas, como en el mar el canto de las sirenas llama a los pescadores. Así las ruedas, de par en par y otro, y otro par, quedan atrás cuando las 90 millas se marcan en el velocímetro.


Vibrar completo y el miedo que sienten los 10 dedos de los pies, -y nada mas que por la cercanía que tienen con en suelo-. Los labios amoratados y los marfiles apretados por que en un pequeño salto te puedes morder –arrancar un pedazo de lengua. Vibración que inicia por las partes de tu cuerpo que están en contacto directo con la motocicleta y se trasmite a toda la piel como el aroma del “Monsieur rochas” lo hace en la ropa de limpio algodón. Vibración que te pone a circular la sangre al ritmo de los “credence” haciendo que tus ojos vean muy a lo lejos la manchita del diesel que te puede poner a bailar “rap”, montado en tu motocicleta y arriba de la carretera.


De esta forma dos ruedas hicieron posible llegar al sitio conocido como “la zona del silencio”. En él merito estado en donde esta enterrado el ombligo de Doroteo Arango. A vuelta de rueda... No es lugar en el que sobre leña, la tienda de campaña fue a dar sobre de la motocicleta y solo la bolsa de dormir ocupo su propio espacio. En verdad que el sitio aquel es poco común, muy diferente a lo que había observado en otros lugares. Por principio de cuentas ahí nada se mueve, los insectos, parece que fueron todos fumigados, el viento se fue a silbar por otros lares y aquello parece tan quieto como una fotografía, claro, en el ámbito de piso, por que lo que es en las alturas. Las estrellas parecen moverse en un desconcertante concierto, arrítmicamente, unas menos que otras, y aquellas rápidas persiguiendo a las que no pueden alcanzar. Algunas brillantes que de pronto se opacan hasta desaparecer, para resurgir en un grito de luz al que sientes que puedes tocar.


Así se paso la noche, tratando de encontrar algo que abajo se moviera, -una risotada de viento-, algún animal nocturno, y las ganas de haber podido hacer la fogata para ver si las llamas danzaban, -tal y como es su costumbre-, o bien se manifestarían como velas de pastel antes del soplido. Pero nada, abajo todo era nadamas que una fotografía. En tanto que el cielo bailaba y aun la estrella más quieta, en momentos parecía que te guiñaba un ojo.


Ya en el amanecer, el sol da tonos amarillentos y dorados, a su puro capricho y ante tu propia vista aun sin que parpadees, lo vez dorado y amarillo, amarillo y dorado. Y el canto de las aves por ningún lado aun y que el sol ya calienta. Las plantas mustias y aquellos piedrones parecidos a los del valle de los fantasmas. Ahí la soledad se hace sentir y no la puedes desdeñar. Pareciera que no quiere compañía. De ahí que yo crea, fielmente, en el que “La zona del silencio” debiera llamarse “zona de soledad”.


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