/ domingo 12 de junio de 2022

Santas palabras

“En nuestros días, en Occidente, la peor enfermedad no es la tuberculosis o la lepra, sino el sentirse indeseable, abandonado, privado de amor. Sabemos cuidar las enfermedades del cuerpo por medio de la medicina, pero el único remedio para la soledad, el descontento y la desesperación es el amor. Hay mucha gente que muere en el mundo por falta de un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren por falta de un poco de amor. La pobreza de Occidente es una pobreza distinta. No es sólo una pobreza de soledad, sino también de falta de espiritualidad. Existe un hambre de amor como existe un hambre de Dios” (Santa Teresa de Calcuta, Camino de sencillez).

“La paz es el camino de la perfección, o, mejor aún, la perfección se encuentra en la paz. Y el demonio, que sabe muy bien todo esto, pone su mayor esfuerzo en hacernos perder la paz. El alma no debe entristecerse más que por un motivo: ofender a Dios. Pero, incluso en este punto, hemos de ser prudentes: debemos lamentar, sí, nuestros fallos, pero con un dolor paciente, confiando siempre en la misericordia divina” (San Pío de Pieltrecina, Epistolario).

“Un monje dijo un día a Abbá Poemén: “He cometido un grave pecado y quiero hacer penitencia durante tres años.

“-Es mucho tiempo –respondió el anciano.

“-¿Me aconsejas, pues, sólo un año, padre mío?

“-Sigue siendo mucho tiempo.

“-¿Son suficientes cuarenta días?

“-Sigue siendo mucho tiempo. A mi modo de ver, cuando un hombre se arrepiente con todo su corazón y no vuelve a cometer ese pecado, Dios se satisface con tres días de penitencia, y no se hable más del asunto” (Apotegmas de los Padres del desierto).

“Tenéis un gran anhelo de perfección y no podéis tener otro mejor. Alimentadlo y hacedlo crecer más y más cada día. Siendo casada, los medios de alcanzarla son el amor a Dios y al prójimo. Yo le aconsejaría que fuera de cuando en cuando al hospital a visitar a los enfermos para rezar por ellos y procurarles algún socorro, pero debe hacerlo de modo que no desagrade con ello a su esposo ni a las otras personas allegadas a usted, permaneciendo demasiado tiempo en la iglesia, y menos aún descuidando sus obligaciones en el hogar. No solamente debe ser devota y amar la devoción, sino que debe hacerla amar a los demás, y eso lo conseguirá siempre y cuando la haga útil y agradable a todos. Los enfermos amarán su devoción si son caritativamente consolados; la familia, si la nota más solícita, más preocupada por su bienestar, si la ve más amable para con todos, más suave en el reprender, y así en todo lo demás. Que su esposo vea que a medida que su devoción aumenta, su afecto para con él es más profundo y sus mutuas relaciones se tornan más cálidas y cordiales” (San Francisco de Sales, Carta a la señora Brulart, 3 de mayo de 1604).

Rose Bourgeois, abadesa de Puits d’Orbe, era un alma muy quisquillosa e inquieta; tanto, que San Francisco de Sales, en 1604, hubo de reprenderla con las siguientes palabras: “Es menester vivir pacíficamente en todo, y en todo lugar. Si nos sobreviene una pena, sea ésta interior o exterior, debemos acogerla sosegadamente y sin estremecernos con exageración. ¿Es necesario rehuir el mal? Pues bien, hay que hacerlo con sosiego y sin turbarnos, pues si así no lo hiciéramos muy bien podríamos resbalar y caer en nuestra huida y de este modo dar tiempo al enemigo para matarnos. ¿Tenemos que hacer el bien? Debemos hacerlo sosegadamente, so pena de cometer muchos errores en nuestro apresuramiento. Hasta la misma penitencia hay que hacerla con calma”

“Siempre ten a Dios en la mente y así podrás estar siempre alegre. ¿Alguien empañó tu gloria? Entonces orienta la atención a la gloria que te espera en el cielo por tu paciencia. ¿Te han causado disgusto? Contempla las riquezas celestiales y el tesoro que has atesorado con tus buenas obras. ¿Te han expulsado de tu patria? Piensa entonces en tu patria verdadera: la Jerusalén celestial. Si así haces, nada podrá ya entristecerte” (San Basilio Magno, El tesoro espiritual II, 7).

“Si no perdonas a tu enemigo, no le perjudicas a él, sino que te perjudicas a ti… Porque nada aborrece Dios como al hombre aferrado al recuerdo del mal que le hicieron, al corazón altanero y al alma que se abrasa en la ira” (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la traición de Judas).

“Arranca de ti la tristeza y no aflijas al Espíritu Santo que habita en ti. Porque el Espíritu de Dios, que ha sido dado a esta carne tuya, no tolera la tristeza ni la angustia. Así pues, vístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y no hace caso de la tristeza. En cambio, el hombre triste siempre va por mal camino. En primer lugar, hace mal entristeciendo al Espíritu Santo que fue dado en alegría al hombre. En segundo lugar, comete iniquidad al no orar ni dar gracias a Dios, ya que la oración del hombre triste no tiene fuerza para remontarse hasta el altar de Dios… Purifícate de esta malvada tristeza, y vivirás para Dios. Y asimismo vivirán para Dios cuantos arrojen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría” (Hermas, Pastor, escrito cristiano del siglo II).

“En nuestros días, en Occidente, la peor enfermedad no es la tuberculosis o la lepra, sino el sentirse indeseable, abandonado, privado de amor. Sabemos cuidar las enfermedades del cuerpo por medio de la medicina, pero el único remedio para la soledad, el descontento y la desesperación es el amor. Hay mucha gente que muere en el mundo por falta de un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren por falta de un poco de amor. La pobreza de Occidente es una pobreza distinta. No es sólo una pobreza de soledad, sino también de falta de espiritualidad. Existe un hambre de amor como existe un hambre de Dios” (Santa Teresa de Calcuta, Camino de sencillez).

“La paz es el camino de la perfección, o, mejor aún, la perfección se encuentra en la paz. Y el demonio, que sabe muy bien todo esto, pone su mayor esfuerzo en hacernos perder la paz. El alma no debe entristecerse más que por un motivo: ofender a Dios. Pero, incluso en este punto, hemos de ser prudentes: debemos lamentar, sí, nuestros fallos, pero con un dolor paciente, confiando siempre en la misericordia divina” (San Pío de Pieltrecina, Epistolario).

“Un monje dijo un día a Abbá Poemén: “He cometido un grave pecado y quiero hacer penitencia durante tres años.

“-Es mucho tiempo –respondió el anciano.

“-¿Me aconsejas, pues, sólo un año, padre mío?

“-Sigue siendo mucho tiempo.

“-¿Son suficientes cuarenta días?

“-Sigue siendo mucho tiempo. A mi modo de ver, cuando un hombre se arrepiente con todo su corazón y no vuelve a cometer ese pecado, Dios se satisface con tres días de penitencia, y no se hable más del asunto” (Apotegmas de los Padres del desierto).

“Tenéis un gran anhelo de perfección y no podéis tener otro mejor. Alimentadlo y hacedlo crecer más y más cada día. Siendo casada, los medios de alcanzarla son el amor a Dios y al prójimo. Yo le aconsejaría que fuera de cuando en cuando al hospital a visitar a los enfermos para rezar por ellos y procurarles algún socorro, pero debe hacerlo de modo que no desagrade con ello a su esposo ni a las otras personas allegadas a usted, permaneciendo demasiado tiempo en la iglesia, y menos aún descuidando sus obligaciones en el hogar. No solamente debe ser devota y amar la devoción, sino que debe hacerla amar a los demás, y eso lo conseguirá siempre y cuando la haga útil y agradable a todos. Los enfermos amarán su devoción si son caritativamente consolados; la familia, si la nota más solícita, más preocupada por su bienestar, si la ve más amable para con todos, más suave en el reprender, y así en todo lo demás. Que su esposo vea que a medida que su devoción aumenta, su afecto para con él es más profundo y sus mutuas relaciones se tornan más cálidas y cordiales” (San Francisco de Sales, Carta a la señora Brulart, 3 de mayo de 1604).

Rose Bourgeois, abadesa de Puits d’Orbe, era un alma muy quisquillosa e inquieta; tanto, que San Francisco de Sales, en 1604, hubo de reprenderla con las siguientes palabras: “Es menester vivir pacíficamente en todo, y en todo lugar. Si nos sobreviene una pena, sea ésta interior o exterior, debemos acogerla sosegadamente y sin estremecernos con exageración. ¿Es necesario rehuir el mal? Pues bien, hay que hacerlo con sosiego y sin turbarnos, pues si así no lo hiciéramos muy bien podríamos resbalar y caer en nuestra huida y de este modo dar tiempo al enemigo para matarnos. ¿Tenemos que hacer el bien? Debemos hacerlo sosegadamente, so pena de cometer muchos errores en nuestro apresuramiento. Hasta la misma penitencia hay que hacerla con calma”

“Siempre ten a Dios en la mente y así podrás estar siempre alegre. ¿Alguien empañó tu gloria? Entonces orienta la atención a la gloria que te espera en el cielo por tu paciencia. ¿Te han causado disgusto? Contempla las riquezas celestiales y el tesoro que has atesorado con tus buenas obras. ¿Te han expulsado de tu patria? Piensa entonces en tu patria verdadera: la Jerusalén celestial. Si así haces, nada podrá ya entristecerte” (San Basilio Magno, El tesoro espiritual II, 7).

“Si no perdonas a tu enemigo, no le perjudicas a él, sino que te perjudicas a ti… Porque nada aborrece Dios como al hombre aferrado al recuerdo del mal que le hicieron, al corazón altanero y al alma que se abrasa en la ira” (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la traición de Judas).

“Arranca de ti la tristeza y no aflijas al Espíritu Santo que habita en ti. Porque el Espíritu de Dios, que ha sido dado a esta carne tuya, no tolera la tristeza ni la angustia. Así pues, vístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y no hace caso de la tristeza. En cambio, el hombre triste siempre va por mal camino. En primer lugar, hace mal entristeciendo al Espíritu Santo que fue dado en alegría al hombre. En segundo lugar, comete iniquidad al no orar ni dar gracias a Dios, ya que la oración del hombre triste no tiene fuerza para remontarse hasta el altar de Dios… Purifícate de esta malvada tristeza, y vivirás para Dios. Y asimismo vivirán para Dios cuantos arrojen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría” (Hermas, Pastor, escrito cristiano del siglo II).