/ jueves 9 de enero de 2020

Rojo y negro: una metáfora

Por: Omar Carreón Abud

Una vez más, contando con la benevolencia de mis posibles lectores, incursiono en un terreno en el que soy un simple aficionado: la interpretación de algunas de las grandes obras de la literatura.

Sólo seré un viajero no especializado que cuenta una tarde entre amigos cómo le fue y qué le gustó de su recorrido y, como se comprende, su narrativa en manos de un especialista en los sitios visitados, en la opinión de un conocedor, puede resultar toda una simpleza. No obstante, el viajero que cuenta disfrutó su andanza y gusta de mostrarla. Me permito ahora compartir brevemente qué vi en la obra de Marie-Henri Beyle, Stendhal, Rojo y Negro. Ustedes, amigos, dirán si los animo a hacer el viaje por su cuenta y luego dirán cuánta razón tuve si se animan, no importa que me otorguen poca o ninguna, ya habrán hecho el viaje, leído y paladeado una de las más grandes obras de la literatura mundial y, parafraseando un dicho frecuente, ya lo disfrutado nadie se los quitará.

La obra trata aparentemente de los amores de un joven francés, Julien Sorel, el “hijo del carpintero… que no es liberal y es latinista” quien se involucra primero con una mujer casada: “la señora de Renal (que) tenía unos treinta años pero era todavía bastante bonita”, a la que le cuida sus hijos y, por tanto vive en su casa. Ella “era un alma ingenua, que nunca se le había ocurrido siquiera juzgar a su marido y confesarse que la aburría”. El marido es el alcalde de una pequeña población y es el dueño de “una gran fábrica de clavos”, cuyo talento se limita “a cobrar puntualmente lo que le deben a él y a pagar lo más tarde posible lo que debe él”. O sea, es, en pocas y reducidas palabras, un burgués.

Desde mi punto de vista, en la metáfora que es la obra entera, Julien Sorel representa al pueblo de aquella época. De carácter reflexivo y fogoso, el libro que prefería a todos en sus lecturas era nada menos y nada más que el “Memorial de Santa Elena” con lo que Stendhal nos quiere decir que en 1830, 15 años después de la caída de Napoleón y 9 años después de su muerte en la isla de Santa Elena a 1900 kilómetros de la costa de África, su recuerdo, si bien de manera soterrada, seguía vivo en el pueblo que algún día lo siguió o lo admiró en sus batallas.

No olvidemos que Napoleón representó a la burguesía naciente que combatía por toda Europa a las cabezas coronadas y que, después de 1815 y hasta los días anteriores a la revolución de julio de 1830, había tenido lugar en Francia una restauración de la dominación de la aristocracia. Julien, el pueblo, le dice tajante a su padre cuando éste le propone un empleo de preceptor de los hijos del alcalde: “yo no quiero ser criado”. Y el pueblo no quería ser criado, por eso se involucró activamente en la revolución de 1830. Julien Sorel no sentía más que odio y horror por la alta sociedad en la que había sido admitido como educador de niños.

La obra inmortal no es una historia, no en el fondo, no en las intenciones de Stendhal, ni de amor ni de enredos amorosos, es como lo deja establecido desde el subtítulo de la obra el autor, una “Crónica de 1830”. El 26 de julio de 1830, el Rey, Carlos X, disolvió el parlamento y suprimió la libertad de prensa, ello desencadenó la Revolución de Julio, el Rey abdicó y ascendió al trono Luis Felipe (hijo de Felipe Igualdad), lo cual significó el triunfo de la burguesía en Francia. Rojo y Negro se publicó en 1831.

Sobre la Revolución de julio de 1830, dice Eric Hobsbawm “…marcó la derrota definitiva del poder aristocrático por el burgués en la Europa occidental… La clase dirigente de los próximos cincuenta años iba a ser la gran burguesía de banqueros, industriales y altos funcionarios civiles, aceptada por una aristocracia que se eliminaba a sí misma o accedía a una política principalmente burguesa…”. Los protagonistas principales, pues, de la revolución de julio de 1830, fueron la burguesía y la aristocracia, no obstante, para garantizar el triunfo tenían que hacerse con el apoyo del pueblo, pueblo que osciló durante los acontecimientos revolucionarios entre la burguesía y la aristocracia, para sellar finalmente el destino de la revolución apoyando a la burguesía.

Stendhal expone claramente el compromiso de Julien Sorel, el pueblo. “Había cumplido su deber, un deber heroico” y, poco más adelante, explicita la verdadera actitud de Julien Sorel: “El odio encarnizado que Julien sentía contra los ricos podía estallar en cualquier momento” y estaba plenamente consciente de su situación: “Estos niños me acarician -se decía- como acariciarían a un cachorro de caza que les hubieran comprado ayer”. Se dio, pues, una relación de conveniencia entre el pueblo y la burguesía, se utilizaron mutuamente en la revolución, Julien no amaba a la señora de Renal: “… si Julien la hubiera amado, la hubiera visto tras los postigos entreabiertos del primer piso con la frente apoyada en el cristal”, la utilizaba.

No acaba así la historia, no culmina de esta manera la Crónica de 1830. El pueblo, Julien Sorel, todavía habría de liarse con la aristocracia. El joven Sorel se relaciona con otra dama, esta ya no de la burguesía, sino de la aristocracia que en la revolución de ese año, defendía sus privilegios. “… la señora marquesa (Mathilde) de La Mole… una mujer alta, rubia, piadosa, altanera, extraordinariamente bien educada y aún más anodina… hija del viejo Duque de Chaulnes, conocidísimo por sus prejuicios aristocráticos.

Esta gran señora es una especie de compendio, en alto relieve, de lo que constituye en el fondo el carácter de las mujeres de su rango. No disimula que la única cualidad que valora es la de haber tenido antepasados que hayan ido a las Cruzadas. El dinero cuenta mucho menos”. La aristocracia decadente que se resignará a sobrevivir bajo la dominación de la burguesía como lo señala Hobsbawm.

“Julien trataba de no sobrevalorar aquella extraña amistad. La comparaba, para sí mismo, con una situación de paz armada”, es decir, la que durante un cierto lapso tuvo lugar entre el pueblo y la aristocracia. Y los aristócratas tampoco le confiaban al plebeyo Sorel. “Tenga mucho cuidado con ese joven tan enérgico -exclamó su hermano- si vuelve la revolución, nos mandará a todos a la guillotina”. Entre Julien y la señorita de La Mole había una amistad llena de contradicciones: “Nada más divertido que el diálogo entre aquellos dos jóvenes amantes; sin saberlo ellos, a los dos les movía el odio más intenso”.

Rojo y Negro es la historia de una etapa de la lucha de clases en Francia. “Una novela es un espejo que se pasea por un camino real”, escribió Stendhal. Su obra, en síntesis, es, como todas las grandes obras de la literatura mundial, como La Celestina, como El Quijote, La Metamorfosis o La montaña mágica, un espejo de la vida, Stendhal nos lo hace saber, nos lo reitera mediante un epígrafe al inicio de la primera parte, epígrafe que es una cita lapidaria de Dantón: “La verdad, la áspera verdad”. Y eso es lo que cuenta Rojo y Negro

Por: Omar Carreón Abud

Una vez más, contando con la benevolencia de mis posibles lectores, incursiono en un terreno en el que soy un simple aficionado: la interpretación de algunas de las grandes obras de la literatura.

Sólo seré un viajero no especializado que cuenta una tarde entre amigos cómo le fue y qué le gustó de su recorrido y, como se comprende, su narrativa en manos de un especialista en los sitios visitados, en la opinión de un conocedor, puede resultar toda una simpleza. No obstante, el viajero que cuenta disfrutó su andanza y gusta de mostrarla. Me permito ahora compartir brevemente qué vi en la obra de Marie-Henri Beyle, Stendhal, Rojo y Negro. Ustedes, amigos, dirán si los animo a hacer el viaje por su cuenta y luego dirán cuánta razón tuve si se animan, no importa que me otorguen poca o ninguna, ya habrán hecho el viaje, leído y paladeado una de las más grandes obras de la literatura mundial y, parafraseando un dicho frecuente, ya lo disfrutado nadie se los quitará.

La obra trata aparentemente de los amores de un joven francés, Julien Sorel, el “hijo del carpintero… que no es liberal y es latinista” quien se involucra primero con una mujer casada: “la señora de Renal (que) tenía unos treinta años pero era todavía bastante bonita”, a la que le cuida sus hijos y, por tanto vive en su casa. Ella “era un alma ingenua, que nunca se le había ocurrido siquiera juzgar a su marido y confesarse que la aburría”. El marido es el alcalde de una pequeña población y es el dueño de “una gran fábrica de clavos”, cuyo talento se limita “a cobrar puntualmente lo que le deben a él y a pagar lo más tarde posible lo que debe él”. O sea, es, en pocas y reducidas palabras, un burgués.

Desde mi punto de vista, en la metáfora que es la obra entera, Julien Sorel representa al pueblo de aquella época. De carácter reflexivo y fogoso, el libro que prefería a todos en sus lecturas era nada menos y nada más que el “Memorial de Santa Elena” con lo que Stendhal nos quiere decir que en 1830, 15 años después de la caída de Napoleón y 9 años después de su muerte en la isla de Santa Elena a 1900 kilómetros de la costa de África, su recuerdo, si bien de manera soterrada, seguía vivo en el pueblo que algún día lo siguió o lo admiró en sus batallas.

No olvidemos que Napoleón representó a la burguesía naciente que combatía por toda Europa a las cabezas coronadas y que, después de 1815 y hasta los días anteriores a la revolución de julio de 1830, había tenido lugar en Francia una restauración de la dominación de la aristocracia. Julien, el pueblo, le dice tajante a su padre cuando éste le propone un empleo de preceptor de los hijos del alcalde: “yo no quiero ser criado”. Y el pueblo no quería ser criado, por eso se involucró activamente en la revolución de 1830. Julien Sorel no sentía más que odio y horror por la alta sociedad en la que había sido admitido como educador de niños.

La obra inmortal no es una historia, no en el fondo, no en las intenciones de Stendhal, ni de amor ni de enredos amorosos, es como lo deja establecido desde el subtítulo de la obra el autor, una “Crónica de 1830”. El 26 de julio de 1830, el Rey, Carlos X, disolvió el parlamento y suprimió la libertad de prensa, ello desencadenó la Revolución de Julio, el Rey abdicó y ascendió al trono Luis Felipe (hijo de Felipe Igualdad), lo cual significó el triunfo de la burguesía en Francia. Rojo y Negro se publicó en 1831.

Sobre la Revolución de julio de 1830, dice Eric Hobsbawm “…marcó la derrota definitiva del poder aristocrático por el burgués en la Europa occidental… La clase dirigente de los próximos cincuenta años iba a ser la gran burguesía de banqueros, industriales y altos funcionarios civiles, aceptada por una aristocracia que se eliminaba a sí misma o accedía a una política principalmente burguesa…”. Los protagonistas principales, pues, de la revolución de julio de 1830, fueron la burguesía y la aristocracia, no obstante, para garantizar el triunfo tenían que hacerse con el apoyo del pueblo, pueblo que osciló durante los acontecimientos revolucionarios entre la burguesía y la aristocracia, para sellar finalmente el destino de la revolución apoyando a la burguesía.

Stendhal expone claramente el compromiso de Julien Sorel, el pueblo. “Había cumplido su deber, un deber heroico” y, poco más adelante, explicita la verdadera actitud de Julien Sorel: “El odio encarnizado que Julien sentía contra los ricos podía estallar en cualquier momento” y estaba plenamente consciente de su situación: “Estos niños me acarician -se decía- como acariciarían a un cachorro de caza que les hubieran comprado ayer”. Se dio, pues, una relación de conveniencia entre el pueblo y la burguesía, se utilizaron mutuamente en la revolución, Julien no amaba a la señora de Renal: “… si Julien la hubiera amado, la hubiera visto tras los postigos entreabiertos del primer piso con la frente apoyada en el cristal”, la utilizaba.

No acaba así la historia, no culmina de esta manera la Crónica de 1830. El pueblo, Julien Sorel, todavía habría de liarse con la aristocracia. El joven Sorel se relaciona con otra dama, esta ya no de la burguesía, sino de la aristocracia que en la revolución de ese año, defendía sus privilegios. “… la señora marquesa (Mathilde) de La Mole… una mujer alta, rubia, piadosa, altanera, extraordinariamente bien educada y aún más anodina… hija del viejo Duque de Chaulnes, conocidísimo por sus prejuicios aristocráticos.

Esta gran señora es una especie de compendio, en alto relieve, de lo que constituye en el fondo el carácter de las mujeres de su rango. No disimula que la única cualidad que valora es la de haber tenido antepasados que hayan ido a las Cruzadas. El dinero cuenta mucho menos”. La aristocracia decadente que se resignará a sobrevivir bajo la dominación de la burguesía como lo señala Hobsbawm.

“Julien trataba de no sobrevalorar aquella extraña amistad. La comparaba, para sí mismo, con una situación de paz armada”, es decir, la que durante un cierto lapso tuvo lugar entre el pueblo y la aristocracia. Y los aristócratas tampoco le confiaban al plebeyo Sorel. “Tenga mucho cuidado con ese joven tan enérgico -exclamó su hermano- si vuelve la revolución, nos mandará a todos a la guillotina”. Entre Julien y la señorita de La Mole había una amistad llena de contradicciones: “Nada más divertido que el diálogo entre aquellos dos jóvenes amantes; sin saberlo ellos, a los dos les movía el odio más intenso”.

Rojo y Negro es la historia de una etapa de la lucha de clases en Francia. “Una novela es un espejo que se pasea por un camino real”, escribió Stendhal. Su obra, en síntesis, es, como todas las grandes obras de la literatura mundial, como La Celestina, como El Quijote, La Metamorfosis o La montaña mágica, un espejo de la vida, Stendhal nos lo hace saber, nos lo reitera mediante un epígrafe al inicio de la primera parte, epígrafe que es una cita lapidaria de Dantón: “La verdad, la áspera verdad”. Y eso es lo que cuenta Rojo y Negro