/ domingo 8 de abril de 2018

Pídele a Dios, que viva el que ya murió

No hay momento más oportuno para pensar en la vida, que cuando se vive la experiencia de la muerte; no de nuestra muerte, sino la muerte de los que amamos. Alguien dijo, que cuando muere el amado, una parte de nosotros también muere. Y es ésta, la experiencia que tenemos de la muerte; cuando el amado muere, yo también muero con él.

En esta vida, para sobrevivir, necesitamos convivir. Esto significa, que no es posible vivir sin los demás. Por eso, es necesaria la convivencia, porque nuestra vida, se encuentra ligada a otras vidas; sobre todo, a la vida de los que queremos.

Algunos filósofos dicen, que “el hombre es un ser con los demás, y para los demás”. Y sin los demás, no somos nada.

Cuando San Agustín pierde a su mejor amigo, decía que había perdido la otra mitad de su alma; y que ahora estaba incompleto. Porque una parte de él, había muerto con su amigo. Y todo, por la estrecha vinculación de nuestra vida con otras vidas.

Cuando se pierde al amado, surge el anhelo de que trascienda; queremos que el amado siga viviendo. Y aunque ya no está con nosotros, deseamos que siga vivo. Y es cuando más quisiéramos creer en otra vida; más allá de esta vida.

Por cierto, el vacío que deja el que partió provoca un dolor inexplicable; y nadie sabe lo que esto duele, solo quien lo está viviendo. Y viene el anhelo de que el amado se encuentre vivo; aunque sea en otra parte, pero vivo. Y si el ser querido está viviendo con Dios, esa certeza nos traerá mucha paz, a pesar del dolor.

Por eso, cuando alguien muere, hay que pedirle a Dios que viva; que el amado se encuentre viviendo con Él. Porque no hay mayor gozo, que la certeza de saber, que quien ha muerto, está viviendo con su Padre.

Y ahora que estamos en Pascua; tiempos de resurrección. Es bueno recordar, que Cristo murió y resurgió a una nueva vida. Y con esto, se nos ofrece la posibilidad de trascender; ahora podemos confiar, en que nuestra muerte va a ser trasformada. Porque vamos a resucitar. Y hay que pedirla fe, para creer y aceptar que después de esta vida temporal, empezaremos a vivir una vida plenamente feliz.

No hay momento más oportuno para pensar en la vida, que cuando se vive la experiencia de la muerte; no de nuestra muerte, sino la muerte de los que amamos. Alguien dijo, que cuando muere el amado, una parte de nosotros también muere. Y es ésta, la experiencia que tenemos de la muerte; cuando el amado muere, yo también muero con él.

En esta vida, para sobrevivir, necesitamos convivir. Esto significa, que no es posible vivir sin los demás. Por eso, es necesaria la convivencia, porque nuestra vida, se encuentra ligada a otras vidas; sobre todo, a la vida de los que queremos.

Algunos filósofos dicen, que “el hombre es un ser con los demás, y para los demás”. Y sin los demás, no somos nada.

Cuando San Agustín pierde a su mejor amigo, decía que había perdido la otra mitad de su alma; y que ahora estaba incompleto. Porque una parte de él, había muerto con su amigo. Y todo, por la estrecha vinculación de nuestra vida con otras vidas.

Cuando se pierde al amado, surge el anhelo de que trascienda; queremos que el amado siga viviendo. Y aunque ya no está con nosotros, deseamos que siga vivo. Y es cuando más quisiéramos creer en otra vida; más allá de esta vida.

Por cierto, el vacío que deja el que partió provoca un dolor inexplicable; y nadie sabe lo que esto duele, solo quien lo está viviendo. Y viene el anhelo de que el amado se encuentre vivo; aunque sea en otra parte, pero vivo. Y si el ser querido está viviendo con Dios, esa certeza nos traerá mucha paz, a pesar del dolor.

Por eso, cuando alguien muere, hay que pedirle a Dios que viva; que el amado se encuentre viviendo con Él. Porque no hay mayor gozo, que la certeza de saber, que quien ha muerto, está viviendo con su Padre.

Y ahora que estamos en Pascua; tiempos de resurrección. Es bueno recordar, que Cristo murió y resurgió a una nueva vida. Y con esto, se nos ofrece la posibilidad de trascender; ahora podemos confiar, en que nuestra muerte va a ser trasformada. Porque vamos a resucitar. Y hay que pedirla fe, para creer y aceptar que después de esta vida temporal, empezaremos a vivir una vida plenamente feliz.