/ lunes 27 de junio de 2022

Opinión | Que las emociones, no sean causa de nuestros errores

Se ocupa inteligencia, para saber cómo manejar las emociones. Porque éstas, son una efervescencia pasajera, que nos impide pensar con claridad.

Las emociones, nos hacen tomar decisiones incorrectas; porque nos orillan a decir, lo que no hubiéramos querido hablar.

La embriaguez de la emoción, no nos deja ver claramente.

Y si las emociones, son efervescentes, entonces, hay que esperar a que pasen, para que así, podamos pensar bien, lo que vamos a decir, o tendremos que decidir.

Algunos dicen, que nos falta inteligencia emocional, para poner en equilibrio nuestras emociones. Porque éstas, nos vuelven inestables.

Hay personas, que estando emocionados, asumen compromisos. Y la emoción, no les permite inteligir; y no piensan, en el precio que pagarán, por sus malas decisiones.

Porque olvidamos, que la emoción es momentánea, y una vez que ésta pase, vamos a sentir, y a pensar de manera distinta.

El Evangelio de Lucas, nos habla de un hombre, que embriagado por la emoción, le dijo a Jesús: “Te seguiré a dondequiera que vayas”.

Jesús le respondió: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.(Lc.9).

Que fácil es prometer, cuando nos embarga la emoción.

Pero, es mejor, usar la inteligencia, para ver, más allá del momento.

Por eso, Jesús nos ayuda a pensar bien, para entender mejor; y así, ser conscientes, de lo que estamos prometiendo.

Porque al seguir a Jesús, hay que desprenderse de todo; sin contar ni siquiera con una almohada en donde sostener la cabeza.

Hay que usar la inteligencia, y caer en la cuenta: que las emociones son pasajeras, que nos ciegan, y que solo duran un instante; pero, no dejan de ser una barrera, para el buen uso de la inteligencia.

Y por no manejar lo que sentimos, podemos empeñar nuestra vida, en algo que en el fondo, nunca hubiéramos querido.

Por una euforia momentánea, nos podemos condenar, a llevar una vida equivocada.

Dejemos pues, que sea la inteligencia, y no las emociones, lo que conduzca nuestra vida.

Se ocupa inteligencia, para saber cómo manejar las emociones. Porque éstas, son una efervescencia pasajera, que nos impide pensar con claridad.

Las emociones, nos hacen tomar decisiones incorrectas; porque nos orillan a decir, lo que no hubiéramos querido hablar.

La embriaguez de la emoción, no nos deja ver claramente.

Y si las emociones, son efervescentes, entonces, hay que esperar a que pasen, para que así, podamos pensar bien, lo que vamos a decir, o tendremos que decidir.

Algunos dicen, que nos falta inteligencia emocional, para poner en equilibrio nuestras emociones. Porque éstas, nos vuelven inestables.

Hay personas, que estando emocionados, asumen compromisos. Y la emoción, no les permite inteligir; y no piensan, en el precio que pagarán, por sus malas decisiones.

Porque olvidamos, que la emoción es momentánea, y una vez que ésta pase, vamos a sentir, y a pensar de manera distinta.

El Evangelio de Lucas, nos habla de un hombre, que embriagado por la emoción, le dijo a Jesús: “Te seguiré a dondequiera que vayas”.

Jesús le respondió: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.(Lc.9).

Que fácil es prometer, cuando nos embarga la emoción.

Pero, es mejor, usar la inteligencia, para ver, más allá del momento.

Por eso, Jesús nos ayuda a pensar bien, para entender mejor; y así, ser conscientes, de lo que estamos prometiendo.

Porque al seguir a Jesús, hay que desprenderse de todo; sin contar ni siquiera con una almohada en donde sostener la cabeza.

Hay que usar la inteligencia, y caer en la cuenta: que las emociones son pasajeras, que nos ciegan, y que solo duran un instante; pero, no dejan de ser una barrera, para el buen uso de la inteligencia.

Y por no manejar lo que sentimos, podemos empeñar nuestra vida, en algo que en el fondo, nunca hubiéramos querido.

Por una euforia momentánea, nos podemos condenar, a llevar una vida equivocada.

Dejemos pues, que sea la inteligencia, y no las emociones, lo que conduzca nuestra vida.