/ domingo 7 de octubre de 2018

Opinión

Dicen que a cierta edad las personas nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo donde sólo cabe el ímpetu de los jóvenes.

Y no sabemos si esto sea cierto, pero nunca somos tan conscientes como en la edad madura, cuando no nos sentimos tan protagonistas, y disfrutamos cada momento de nuestra vida, porque descubrimos que no somos príncipes ni superhéroes de cuentos, sino que sencillamente somos humanos, con sus miserias y sus grandezas.

Descubrimos que no podemos permitirnos el lujo de ser perfectos, sino de estar llenos de defectos, de tener debilidades, de equivocarnos, de hacer cosas indebidas, y de no responder a las expectativas de los demás, y a pesar de ello, querernos mucho.

Cuando nos miramos al espejo ya no buscamos a los hombres que fuimos, sino que sonreímos al que ahora somos. Nos alegramos de nuestro camino andado y asumimos contradicciones. Le hemos dicho adiós al joven que fuimos, pues su mundo de ilusiones y fantasías ya no nos interesan.

Nos hemos dado cuenta que la vida es tan corta y nuestro verdadero oficio es vivirla. Hemos aprendido a soltar y a dejar de retener. Sabemos que al mar se le contempla, pues abriendo las manos se le puede tener, porque si las cerramos, se quedaran vacías. Ahora conocemos la fórmula para tener el viento, ya que tan solo con abrir los brazos, éste ya es nuestro.

Comprendemos que al hijo se le deja crecer, irse y luego volver, porque si lo retenemos, lo perdemos para siempre. Si queremos tener el sol y gozar de su luz, sólo tenemos que abrir los ojos, pues al cerrarlos nos quedaremos a obscuras, porque el gozo de la vida es liberarse de las manías de poseer y retener.

Adoptemos la vida de las mariposas. ¿De qué nos sirve la juventud si la verdadera belleza está cuando abrimos las alas? Ésta es la única manera de gozar la vida, sabiendo que la tenemos sin poseerla, y dejándola correr sin retenerla. Sin olvidar qué, con la edad, nos llega la verdadera sabiduría.

Ésta hermosa reflexión que hoy entrega “El Sol de San Luis a sus fieles lectores”, -la cual forma parte de las compilaciones del padre Fernando Castro Villanueva- retrata fielmente la vida de cada ser humano, que de acuerdo a la Ley de la Vida: Nace, crece, se reproduce y muere; pero muchos aunque ambicionan lograr todo, se quedan en el camino, sin llegar a la vejez; Esa es la voluntad del Creador, que unos alcen el vuelo hacía su Reino Celestial, y otros un poco o mucho después.

Por ello: ¡Viva y beba la vida, disfrute cada día, cada amanecer, cada anochecer, ría, llore, triunfe y ame como nunca antes lo había hecho!


Comentarios: altagracia_155@hotmail.com


Dicen que a cierta edad las personas nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo donde sólo cabe el ímpetu de los jóvenes.

Y no sabemos si esto sea cierto, pero nunca somos tan conscientes como en la edad madura, cuando no nos sentimos tan protagonistas, y disfrutamos cada momento de nuestra vida, porque descubrimos que no somos príncipes ni superhéroes de cuentos, sino que sencillamente somos humanos, con sus miserias y sus grandezas.

Descubrimos que no podemos permitirnos el lujo de ser perfectos, sino de estar llenos de defectos, de tener debilidades, de equivocarnos, de hacer cosas indebidas, y de no responder a las expectativas de los demás, y a pesar de ello, querernos mucho.

Cuando nos miramos al espejo ya no buscamos a los hombres que fuimos, sino que sonreímos al que ahora somos. Nos alegramos de nuestro camino andado y asumimos contradicciones. Le hemos dicho adiós al joven que fuimos, pues su mundo de ilusiones y fantasías ya no nos interesan.

Nos hemos dado cuenta que la vida es tan corta y nuestro verdadero oficio es vivirla. Hemos aprendido a soltar y a dejar de retener. Sabemos que al mar se le contempla, pues abriendo las manos se le puede tener, porque si las cerramos, se quedaran vacías. Ahora conocemos la fórmula para tener el viento, ya que tan solo con abrir los brazos, éste ya es nuestro.

Comprendemos que al hijo se le deja crecer, irse y luego volver, porque si lo retenemos, lo perdemos para siempre. Si queremos tener el sol y gozar de su luz, sólo tenemos que abrir los ojos, pues al cerrarlos nos quedaremos a obscuras, porque el gozo de la vida es liberarse de las manías de poseer y retener.

Adoptemos la vida de las mariposas. ¿De qué nos sirve la juventud si la verdadera belleza está cuando abrimos las alas? Ésta es la única manera de gozar la vida, sabiendo que la tenemos sin poseerla, y dejándola correr sin retenerla. Sin olvidar qué, con la edad, nos llega la verdadera sabiduría.

Ésta hermosa reflexión que hoy entrega “El Sol de San Luis a sus fieles lectores”, -la cual forma parte de las compilaciones del padre Fernando Castro Villanueva- retrata fielmente la vida de cada ser humano, que de acuerdo a la Ley de la Vida: Nace, crece, se reproduce y muere; pero muchos aunque ambicionan lograr todo, se quedan en el camino, sin llegar a la vejez; Esa es la voluntad del Creador, que unos alcen el vuelo hacía su Reino Celestial, y otros un poco o mucho después.

Por ello: ¡Viva y beba la vida, disfrute cada día, cada amanecer, cada anochecer, ría, llore, triunfe y ame como nunca antes lo había hecho!


Comentarios: altagracia_155@hotmail.com


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