/ domingo 26 de mayo de 2019

Nostalgias y recuerdos

Regresar al San Luis del terruño es regresar a los recuerdos de una ciudad perdida donde lo único que queda son los buenos amigos, porque de aquella ciudad majestuosa de mis aires de juventud sólo quedan los recuerdos entre calles destruidas, sucias, grafiteadas.

Caminar por la otrora majestuosa Avenida Carranza y recordar las "carranceadas" que solíamos hacer en esa época, llegar a Tequis y observar calles que, ante comentarios de taxistas, tal vez no necesitaban urgentemente las reparaciones que se les están haciendo, me hace reflexionar que probablemente hubiese sido mejor destinar esos recursos en calles menos vistosas pero con verdadera urgencia de reparaciónmpor lo que mi loca cabecita se cuestiona y no acaba de entender ¿qué sucedió en mi bello San Luis, el San Luis de los buenos modales, la cultura palpitante y sus bellas calles y plazas?

Al continuar recorriendo el San Luis de hoy, me sorprendió al caminar por la Plaza de Los Fundadores observar un intenso movimiento y una macro carpa cubriendo la Plaza, que burlonamente muestra su modernidad y costo poco económico, junto a la presencia de camionetas con elementos de seguridad (probablemente federal) disimulados, gente y más gente de la Comisión Federal de Electricidad, ambulancias, camionetas, plantas de luz trabajando desde tempranas horas, etcétera., etcétera. para cubrir un evento no tan concurrido que marcó la visita del Presidente de nuestro país –quien, cosa curiosa, no llegó puntual y nuevamente mi mente da vueltas ante congruencias y aparentes incongruencias–.

Como estoy hablando de nostalgias y recuerdos, omito el hablar de hechos políticos. Prefiero hablar de la vida real, la cotidiana que encierra los misterios del amor a nuestra ciudad y nuestros amigos de siempre, pues los recuerdos de juventud ahí están, al igual que las amigas de ayer, hoy y hasta que la muerte nos separe.

Negar como han pasado los años es imposible, tan imposible como negar que no es lo mismo los tres mosqueteros que treinta, cuarenta o más años después, aunque aparentemos deterioro físico, la realidad es que no nos hemos deteriorado, nos hemos vuelto ‘crujientes’. Cosa muy diferente al deterioro propio de los años y contentas estamos de que un día cruja la rodilla y otro cruja el cuello (o algo más) ya que estamos vivitas y coleando, aprendiendo que, a medida que nos volvemos crujientes, ganamos sabiduría, amistad y aceptamos que la vida pasa y el tiempo cambia; que lo bello es saber que a través de este tiempo se rompieron reglas y despedimos a personajes importantes que trascendieron en nuestra vida y tocaron nuestros sentimientos.

Así dijimos adiós (o más bien hasta pronto) a padres, abuelos, hijos y hermanos que dejaron un hueco tan profundo que sólo la amistad y el tiempo pueden suavizar, enseñándonos que la amistad es un bálsamo para todo aquello que duele y lacera y que la nostalgia es buena si se comparte. Por el contrario, la nostalgia solitaria nos lleva a la depresión y aumenta el dolor.

Por eso –aunque en la actualidad vivimos en constante sobresalto e inseguridad– cuando vemos las fotos del recuerdo se reflejan los ojos del niño que fuimos, de ese niño que permanece en nosotros y nos damos cuenta de la maravilla que es vivir y que en este vivir se encuentra la educación de vida diaria que nos deja lecciones y nos hace aprender a oír, mirar y amar diariamente cada acción y situación que se vive. También nos enseña que, con o sin años, debemos bailar, leer, jugar, extasiándonos cada día para aprender que la felicidad es posible y se basa en nuestra actitud frente a la vida y en el disfrutar todo, todos los días.

Vivir es una constante sorpresa, es darnos cuenta de lo poco que necesitamos para ser felices en un mundo muy afectado por la contaminación publicitaria, donde las historias de crímenes se han convertido en clima cotidiano y el sarcasmo cínico de algunos funcionarios lastima recordándonos que existe un crimen mayor y se llama pasividad (historia muy sabida por la mayoría de mis lectores), aunada a la desvergüenza de ciudadanos y autoridades que actúan como componentes ineludibles e ineficaces de la actividad cotidiana.

Entendiendo que no hay pena personal comparable al infinito dolor que por muchos años nos aqueja como comunidad. Ahora que retorno a mi México lindo y querido, me doy cuenta que no hay pena comparable con el infinito dolor causado por la ausencia de valores que nos aqueja como comunidad que en este momento necesita mascarilla de oxígeno –no solo por la contaminación ambiental existente, sino para evitar que se nos parta el corazón ante la indiferencia de adultos y gobernantes que traen su propio ‘cuento’ y no necesariamente el cuento de los más necesitados o de la defensa de nuestra patria–.

Hoy nuestros niños y jóvenes sufren y están tomando conciencia del mal país que les estamos heredando y como dijo Dostoievski: "No hay sufrimiento más absurdo y terrible que el de nuestros niños y hoy, ellos sufren y son víctimas de la fatalidad y pasividad de adultos inconscientes, víctimas de sistemas corruptos e ineptos que los están o estamos condenando a la miseria".

Por eso, ahora que vuelvo al terruño me pregunto hacia donde apunta la última palabra. Lo que yo digo es que no hay una sola palabra que no tengamos derecho a conocer ni acción que no podamos pronunciar para salvar y guardar nuestras ciudades, no solo con recuerdos, sino con hechos que les permitan guardar y resguardar la majestuosidad de un Mexico que crece en valores y autenticidad, mientras la nostalgia sigue en mí y la esperanza de los recuerdos prevalece con los sueños y luchas de la juventud presentes.

Sabiendo que los hombres tenemos un sexto sentido que casi siempre sirve para cancelar los otros cinco y para tomar la decisión equivocada, aun así, las circunstancias en las que actuar con sensatez parecerían lo más fácil del mundo porque nos prepara para desencadenar una catarsis que puede salvarnos o hundirnos en el abandono moral de nuestra sociedad.

De momento, yo espero sus réplicas en ángeldesofia@yahoo.com.mx agradeciendo sus comentarios y su lectura.

Regresar al San Luis del terruño es regresar a los recuerdos de una ciudad perdida donde lo único que queda son los buenos amigos, porque de aquella ciudad majestuosa de mis aires de juventud sólo quedan los recuerdos entre calles destruidas, sucias, grafiteadas.

Caminar por la otrora majestuosa Avenida Carranza y recordar las "carranceadas" que solíamos hacer en esa época, llegar a Tequis y observar calles que, ante comentarios de taxistas, tal vez no necesitaban urgentemente las reparaciones que se les están haciendo, me hace reflexionar que probablemente hubiese sido mejor destinar esos recursos en calles menos vistosas pero con verdadera urgencia de reparaciónmpor lo que mi loca cabecita se cuestiona y no acaba de entender ¿qué sucedió en mi bello San Luis, el San Luis de los buenos modales, la cultura palpitante y sus bellas calles y plazas?

Al continuar recorriendo el San Luis de hoy, me sorprendió al caminar por la Plaza de Los Fundadores observar un intenso movimiento y una macro carpa cubriendo la Plaza, que burlonamente muestra su modernidad y costo poco económico, junto a la presencia de camionetas con elementos de seguridad (probablemente federal) disimulados, gente y más gente de la Comisión Federal de Electricidad, ambulancias, camionetas, plantas de luz trabajando desde tempranas horas, etcétera., etcétera. para cubrir un evento no tan concurrido que marcó la visita del Presidente de nuestro país –quien, cosa curiosa, no llegó puntual y nuevamente mi mente da vueltas ante congruencias y aparentes incongruencias–.

Como estoy hablando de nostalgias y recuerdos, omito el hablar de hechos políticos. Prefiero hablar de la vida real, la cotidiana que encierra los misterios del amor a nuestra ciudad y nuestros amigos de siempre, pues los recuerdos de juventud ahí están, al igual que las amigas de ayer, hoy y hasta que la muerte nos separe.

Negar como han pasado los años es imposible, tan imposible como negar que no es lo mismo los tres mosqueteros que treinta, cuarenta o más años después, aunque aparentemos deterioro físico, la realidad es que no nos hemos deteriorado, nos hemos vuelto ‘crujientes’. Cosa muy diferente al deterioro propio de los años y contentas estamos de que un día cruja la rodilla y otro cruja el cuello (o algo más) ya que estamos vivitas y coleando, aprendiendo que, a medida que nos volvemos crujientes, ganamos sabiduría, amistad y aceptamos que la vida pasa y el tiempo cambia; que lo bello es saber que a través de este tiempo se rompieron reglas y despedimos a personajes importantes que trascendieron en nuestra vida y tocaron nuestros sentimientos.

Así dijimos adiós (o más bien hasta pronto) a padres, abuelos, hijos y hermanos que dejaron un hueco tan profundo que sólo la amistad y el tiempo pueden suavizar, enseñándonos que la amistad es un bálsamo para todo aquello que duele y lacera y que la nostalgia es buena si se comparte. Por el contrario, la nostalgia solitaria nos lleva a la depresión y aumenta el dolor.

Por eso –aunque en la actualidad vivimos en constante sobresalto e inseguridad– cuando vemos las fotos del recuerdo se reflejan los ojos del niño que fuimos, de ese niño que permanece en nosotros y nos damos cuenta de la maravilla que es vivir y que en este vivir se encuentra la educación de vida diaria que nos deja lecciones y nos hace aprender a oír, mirar y amar diariamente cada acción y situación que se vive. También nos enseña que, con o sin años, debemos bailar, leer, jugar, extasiándonos cada día para aprender que la felicidad es posible y se basa en nuestra actitud frente a la vida y en el disfrutar todo, todos los días.

Vivir es una constante sorpresa, es darnos cuenta de lo poco que necesitamos para ser felices en un mundo muy afectado por la contaminación publicitaria, donde las historias de crímenes se han convertido en clima cotidiano y el sarcasmo cínico de algunos funcionarios lastima recordándonos que existe un crimen mayor y se llama pasividad (historia muy sabida por la mayoría de mis lectores), aunada a la desvergüenza de ciudadanos y autoridades que actúan como componentes ineludibles e ineficaces de la actividad cotidiana.

Entendiendo que no hay pena personal comparable al infinito dolor que por muchos años nos aqueja como comunidad. Ahora que retorno a mi México lindo y querido, me doy cuenta que no hay pena comparable con el infinito dolor causado por la ausencia de valores que nos aqueja como comunidad que en este momento necesita mascarilla de oxígeno –no solo por la contaminación ambiental existente, sino para evitar que se nos parta el corazón ante la indiferencia de adultos y gobernantes que traen su propio ‘cuento’ y no necesariamente el cuento de los más necesitados o de la defensa de nuestra patria–.

Hoy nuestros niños y jóvenes sufren y están tomando conciencia del mal país que les estamos heredando y como dijo Dostoievski: "No hay sufrimiento más absurdo y terrible que el de nuestros niños y hoy, ellos sufren y son víctimas de la fatalidad y pasividad de adultos inconscientes, víctimas de sistemas corruptos e ineptos que los están o estamos condenando a la miseria".

Por eso, ahora que vuelvo al terruño me pregunto hacia donde apunta la última palabra. Lo que yo digo es que no hay una sola palabra que no tengamos derecho a conocer ni acción que no podamos pronunciar para salvar y guardar nuestras ciudades, no solo con recuerdos, sino con hechos que les permitan guardar y resguardar la majestuosidad de un Mexico que crece en valores y autenticidad, mientras la nostalgia sigue en mí y la esperanza de los recuerdos prevalece con los sueños y luchas de la juventud presentes.

Sabiendo que los hombres tenemos un sexto sentido que casi siempre sirve para cancelar los otros cinco y para tomar la decisión equivocada, aun así, las circunstancias en las que actuar con sensatez parecerían lo más fácil del mundo porque nos prepara para desencadenar una catarsis que puede salvarnos o hundirnos en el abandono moral de nuestra sociedad.

De momento, yo espero sus réplicas en ángeldesofia@yahoo.com.mx agradeciendo sus comentarios y su lectura.