Por Pbro. Lic. Salvador González Vásquez
Nuestras acciones, tienen un doble efecto; porque al dañar a algunos, estamos perjudicando a otros.
Quien le habla mal a los hijos, de su papá, hace más daño a los hijos, que al mismo padre de familia.
Por eso, antes de hablar, hay que pensar, en lo que vamos a decir, ya que al perjudicar a uno, acabamos lastimando a muchos otros.
Más aún, cuando se habla mal de un pastor o de un guía espiritual, estamos dejando que se pierdan las ovejas; y aquellos que buscan a Dios, acaban por perder el rumbo.
Ya lo dice el profeta Zacarías: “Hiere al pastor y se dispersarán las ovejas…”.(Zacarías 13,7).
Quien habla mal, de un buen pastor, no sólo daña al guía, también lástima y confunde a los que le siguen. Y los que son acompañados por él, acaban por perderse.
Por dañar al pastor, perjudicaste a las ovejas; herimos al pastor, y se perdió el rebaño.
Hay que preguntarnos: ¿A cuánta gente hemos perdido, por causa de nuestros comentarios?.
Y cuántos han perdido el gozo de creer; y todo, por los errores cometidos, o por los falsos levantados, en contra de un pastor.
Por tanto, hay que pedir a Dios, el don de la prudencia, para que no dañemos de manera inconsciente, a los que nunca hubiéramos querido lastimar.
Ya que por herir a uno, acabamos con la ilusión de otros.