/ domingo 16 de diciembre de 2018

No dejes que se pierda la esperanza

Ni lo material, ni el éxito temporal son suficientes para sentirnos plenos

Sin Dios, es imposible vivir la plenitud

P. Chava

No es fácil vivir con esperanza, esta es un don muy elevado; pero el hombre es frágil, y fácilmente la pierde. Todos sabemos, que el fracaso nos puede llevar a perder la esperanza. Pero olvidamos, que en la abundancia y en tiempos de bonanza, también se llega a perder la esperanza.

Esta vida, que es temporal, hay que vivirla en equilibrio; porque si vamos al extremo, caemos en el vicio, y tanto la abundancia, como la escasez nos llevan al extremo. Por esa razón, dicen los sabios, que en el medio está la virtud. Y la esperanza, es una virtud. Pero ésta, viene de Dios, y por eso se llama Virtud Teologal.

Agustín Basave, dice: “Como virtud, la esperanza es un justo medio. Su exceso es la presunción y su defecto la desesperación”. Hay personas que creen tenerlo todo; y sienten que no tienen nada que esperar. Ellos pueden creer, que gracias a su esfuerzo e inteligencia, han logrado obtener lo que poseen; y nada tienen que esperar de un ser superior.

Y con respecto a los que así piensan, el mismo Agustín B. dice: “La presunción es una anticipación antinatural de la plenitud…”. Quien se conforma con el éxito temporal, olvida que hay que esperar el triunfo eterno. Y sabemos perfectamente, que ni lo material, ni el éxito temporal son suficientes para sentirnos plenos. Sin Dios, es imposible vivir la plenitud.

Y por otro lado, está el extremo opuesto, que es la desesperación, dice Agustín B: “…la desesperación es una anticipación antinatural del fracaso,de la condena”. El desesperado, se da por vencido antes de tiempo. Y todo, porque en tiempos de bonanza dejo de esperar en Dios, y al perder lo que tenía, se desesperó; ya que todo lo esperaba de sí mismo, y al verse desvalido, cayó en la desesperación.

Dice Agustín B. “El presumido es un iluso; el desesperado es un autodestructor; ambos son soberbios”. El desesperado, atrapado en su desesperación, acaba por destruirse.

Y sucede, que cuando nos va bien, ya no queremos seguir luchando por algo que trascienda; y olvidamos que lo mejor está siempre por venir. Y entonces, nos instalamos en lo que San Agustín llama, una “perversa securitas”. Es decir, vivimos en una seguridad perversa. Y esto, porque lo temporal no es eterno. Es decir, todo lo que nos sucede y lo que tenemos, no es permanente, pasa, y con facilidad se pierde. Por eso, no es bueno poner la seguridad en lo pasajero.

Pero caemos en la tentación, de quedar instalados en los éxitos y en los bienes temporales; olvidando que está vida es, “inseguridad vital”, esto, lo afirman algunos pensadores.

La vida es insegura. Y por eso, para ayudarnos a vivir, se necesita la esperanza; no es suficiente pensarla, también hay que vivirla.

Ya lo dice Agustín B: “Esperanza nunca puede ser seguridad. Dónde acaba mi propio poder y confío en alguien empieza la esperanza”. Y como no somos autosuficientes, es necesario confiar en alguien que esté más allá de uno mismo. Y de esa confianza, nacerá el gozo de la esperanza.

Ni lo material, ni el éxito temporal son suficientes para sentirnos plenos

Sin Dios, es imposible vivir la plenitud

P. Chava

No es fácil vivir con esperanza, esta es un don muy elevado; pero el hombre es frágil, y fácilmente la pierde. Todos sabemos, que el fracaso nos puede llevar a perder la esperanza. Pero olvidamos, que en la abundancia y en tiempos de bonanza, también se llega a perder la esperanza.

Esta vida, que es temporal, hay que vivirla en equilibrio; porque si vamos al extremo, caemos en el vicio, y tanto la abundancia, como la escasez nos llevan al extremo. Por esa razón, dicen los sabios, que en el medio está la virtud. Y la esperanza, es una virtud. Pero ésta, viene de Dios, y por eso se llama Virtud Teologal.

Agustín Basave, dice: “Como virtud, la esperanza es un justo medio. Su exceso es la presunción y su defecto la desesperación”. Hay personas que creen tenerlo todo; y sienten que no tienen nada que esperar. Ellos pueden creer, que gracias a su esfuerzo e inteligencia, han logrado obtener lo que poseen; y nada tienen que esperar de un ser superior.

Y con respecto a los que así piensan, el mismo Agustín B. dice: “La presunción es una anticipación antinatural de la plenitud…”. Quien se conforma con el éxito temporal, olvida que hay que esperar el triunfo eterno. Y sabemos perfectamente, que ni lo material, ni el éxito temporal son suficientes para sentirnos plenos. Sin Dios, es imposible vivir la plenitud.

Y por otro lado, está el extremo opuesto, que es la desesperación, dice Agustín B: “…la desesperación es una anticipación antinatural del fracaso,de la condena”. El desesperado, se da por vencido antes de tiempo. Y todo, porque en tiempos de bonanza dejo de esperar en Dios, y al perder lo que tenía, se desesperó; ya que todo lo esperaba de sí mismo, y al verse desvalido, cayó en la desesperación.

Dice Agustín B. “El presumido es un iluso; el desesperado es un autodestructor; ambos son soberbios”. El desesperado, atrapado en su desesperación, acaba por destruirse.

Y sucede, que cuando nos va bien, ya no queremos seguir luchando por algo que trascienda; y olvidamos que lo mejor está siempre por venir. Y entonces, nos instalamos en lo que San Agustín llama, una “perversa securitas”. Es decir, vivimos en una seguridad perversa. Y esto, porque lo temporal no es eterno. Es decir, todo lo que nos sucede y lo que tenemos, no es permanente, pasa, y con facilidad se pierde. Por eso, no es bueno poner la seguridad en lo pasajero.

Pero caemos en la tentación, de quedar instalados en los éxitos y en los bienes temporales; olvidando que está vida es, “inseguridad vital”, esto, lo afirman algunos pensadores.

La vida es insegura. Y por eso, para ayudarnos a vivir, se necesita la esperanza; no es suficiente pensarla, también hay que vivirla.

Ya lo dice Agustín B: “Esperanza nunca puede ser seguridad. Dónde acaba mi propio poder y confío en alguien empieza la esperanza”. Y como no somos autosuficientes, es necesario confiar en alguien que esté más allá de uno mismo. Y de esa confianza, nacerá el gozo de la esperanza.