/ domingo 17 de marzo de 2019

Mayores cosas veréis

Mayores cosas veréis (Juan 1,50). Esto fue lo que dijiste un día a un muchacho, paisano tuyo, llamado Natanael; son, pues, palabras pronunciadas hace veinte siglos, pero hoy quiero hacerlas mías, y tan mías que he decidido convertirlas en el lema de mi vida.

Si esta frase hubiese sido dicha por uno de esos demagogos que pululan en estos rincones o confines del mundo, más de una razón tendría para burlarme de ella; pero la dijiste tú, y por eso, sólo por eso, debo creer que no se trata de una mentira y mucho menos de una burla.

Mayores cosas veréis. ¿Qué debo entender cuando dices esto? ¿Que aún no he visto nada, que aún no he vivido nada y que lo mejor está todavía por venir?

Mayores cosas veréis. ¿Me dices esto también a mí? ¿Estás hablando a mi desesperanza, a mi dolor? ¡Ah, es tan fácil perder la confianza! Hay días en que uno quisiera echarlo todo por la borda, en que todo parece tan insípido, tan igual, que uno ya no quisiera vivir más.

Mayores cosas veréis. Dilo fuerte para que crea, para que me convenza. Dímelo al oído sobre todo en los momentos de desolación, cuando crea que todas las puertas están cerradas y no existe una salida: cuando me sienta atrapado y dude del futuro, de mi futuro.

En uno de sus sermones, el cardenal John Henry Newman (1801-1879) pedía a sus oyentes que se atrevieran a sacra todas las consecuencias que se desprenden de aquello que dicen cada domingo en el Credo, a la hora de la Misa. ¿No dicen creer en un Padre es que es además omnipotente? “Observaréis –dijo en aquella ocasión el cardenal- que este atributo de Dios es el único mencionado aquí: Creo en Dios Padre Todopoderoso. No se dice: Creo en Dios Padre Misericordioso, o Santísimo, o Sabio, aunque todos estos atributos son suyos también. ¿Por qué? Es claro; porque este atributo es la razón por la cual yo creo. La fe es el principio de la religión y, por eso, la omnipotencia de Dios se presenta como el primero y fundamental de sus atributos, y, precisamente, el que debe mencionarse en el Credo… La fe está fundada en el conocimiento de que Dios es omnipotente; la esperanza lo está en el conocimiento de que es también misericordioso”.

¿Qué significa esto? Es muy sencillo: que nada es imposible para Dios. Tal es la razón por la que la desesperanza me está prohibida como un pecado más; mejor dicho, como el mayor de los pecados. Las puertas están cerradas, sí, pero tú puedes abrirlas; yo, en el horizonte, no veo más ve brumas, pero tú, desde el cielo, ves con entera claridad y sabes lo que me espera al final de este túnel que ahora atravieso con los hombros caídos, el corazón muerto y las manos temblorosas.

“Por lo tanto, decid –continuaba el cardenal en aquel sermón inolvidable-: yo creo esto y aquello porque Dios es omnipotente. No adoro a una criatura. No soy siervo de un dios de poder restringido. Puesto que Dios puede hacer todas las cosas, yo puedo creer todas las cosas. Nada es demasiado difícil para que Él lo haga, y nada es demasiado difícil para que yo lo crea… Esto es lo que Nuestro Señor manifestó al santo Natanael. Y Natanael, impresionado por algo que dijo Nuestro Señor, gritó: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Él contestó: ¿Por lo que te he dicho crees? Mayores cosas veréis. No hay límite para el poder de Dios. Es inagotable. No haya, pues, límite a nuestra fe. No nos asustemos por lo que hemos de creer; busquemos más todavía”.

Para el desesperado el mañana no existe porque todo le parece idéntico a lo que ya vivió: una repetición monótona y angustiosa de lo mismo. Desesperarse es no poder distinguir lo que hace diferente una hora de otra, un día de otro, hoy de mañana.

Mayores cosas veréis. ¿Cuáles son estas cosas que aún me quedan por ver? ¿Es que hay algo que me queda todavía por vivir?

Confío en tu palabra, me abrazo a tu poder. Esta promesa tuya –porque es una promesa mucho más que una simple declaración ocasional- me saca de la mediocridad y me devuelve las ganas de vivir.

Mayores cosas veréis. Díselo también a los ancianos, que creen que ya nada deben esperar. Noventa años tenía Abraham cuando engendró a Isaac. Si a los ochenta y nueve él hubiera pensado que ya todo estaba perdido, habría pecado contra la esperanza. Se puede, pues, empezar a vivir a los noventa años; a los cien años aún es posible creer. ¿E Isabel no era una anciana al concebir a Juan el Bautista? Si poco antes alguien le hubiera dicho a esta mujer: “Mayores cosas veréis”, ella simplemente se habría echado a llorar de pena; y, sin embargo, pese a su edad, dio a luz un hijo, porque nada es imposible para Ti.

Mayores cosas veréis. Di estas palabras a los viejos para que sigan esperando; a los jóvenes, para que vivan con ilusión; a los que creen haberlo visto todo; a los que hoy, en el silencio de la noche, traman el suicidio y piensan en él como en la solución de todos sus problemas. A éstos, sobre todo, diles lo que le dijiste un día a Natanael para que se detengan, arrojen el arma el suelo y empiecen a soñar la vida que, contigo, no puede ser infeliz.

¿Por qué todo ha de acabar mal? ¿Por qué no puede haber futuro, puesto que existes y todo lo puedes?

Mayores cosas veréis. Conoceremos tiempos mejores. Dinos a todos una y otra vez estas palabras cuando se nos corte el aliento y ya no queramos caminar; dínoslas mil veces para que creyendo esperemos y esperando salgamos del sepulcro y comencemos con nuevas fuerzas. Amén.

Mayores cosas veréis (Juan 1,50). Esto fue lo que dijiste un día a un muchacho, paisano tuyo, llamado Natanael; son, pues, palabras pronunciadas hace veinte siglos, pero hoy quiero hacerlas mías, y tan mías que he decidido convertirlas en el lema de mi vida.

Si esta frase hubiese sido dicha por uno de esos demagogos que pululan en estos rincones o confines del mundo, más de una razón tendría para burlarme de ella; pero la dijiste tú, y por eso, sólo por eso, debo creer que no se trata de una mentira y mucho menos de una burla.

Mayores cosas veréis. ¿Qué debo entender cuando dices esto? ¿Que aún no he visto nada, que aún no he vivido nada y que lo mejor está todavía por venir?

Mayores cosas veréis. ¿Me dices esto también a mí? ¿Estás hablando a mi desesperanza, a mi dolor? ¡Ah, es tan fácil perder la confianza! Hay días en que uno quisiera echarlo todo por la borda, en que todo parece tan insípido, tan igual, que uno ya no quisiera vivir más.

Mayores cosas veréis. Dilo fuerte para que crea, para que me convenza. Dímelo al oído sobre todo en los momentos de desolación, cuando crea que todas las puertas están cerradas y no existe una salida: cuando me sienta atrapado y dude del futuro, de mi futuro.

En uno de sus sermones, el cardenal John Henry Newman (1801-1879) pedía a sus oyentes que se atrevieran a sacra todas las consecuencias que se desprenden de aquello que dicen cada domingo en el Credo, a la hora de la Misa. ¿No dicen creer en un Padre es que es además omnipotente? “Observaréis –dijo en aquella ocasión el cardenal- que este atributo de Dios es el único mencionado aquí: Creo en Dios Padre Todopoderoso. No se dice: Creo en Dios Padre Misericordioso, o Santísimo, o Sabio, aunque todos estos atributos son suyos también. ¿Por qué? Es claro; porque este atributo es la razón por la cual yo creo. La fe es el principio de la religión y, por eso, la omnipotencia de Dios se presenta como el primero y fundamental de sus atributos, y, precisamente, el que debe mencionarse en el Credo… La fe está fundada en el conocimiento de que Dios es omnipotente; la esperanza lo está en el conocimiento de que es también misericordioso”.

¿Qué significa esto? Es muy sencillo: que nada es imposible para Dios. Tal es la razón por la que la desesperanza me está prohibida como un pecado más; mejor dicho, como el mayor de los pecados. Las puertas están cerradas, sí, pero tú puedes abrirlas; yo, en el horizonte, no veo más ve brumas, pero tú, desde el cielo, ves con entera claridad y sabes lo que me espera al final de este túnel que ahora atravieso con los hombros caídos, el corazón muerto y las manos temblorosas.

“Por lo tanto, decid –continuaba el cardenal en aquel sermón inolvidable-: yo creo esto y aquello porque Dios es omnipotente. No adoro a una criatura. No soy siervo de un dios de poder restringido. Puesto que Dios puede hacer todas las cosas, yo puedo creer todas las cosas. Nada es demasiado difícil para que Él lo haga, y nada es demasiado difícil para que yo lo crea… Esto es lo que Nuestro Señor manifestó al santo Natanael. Y Natanael, impresionado por algo que dijo Nuestro Señor, gritó: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Él contestó: ¿Por lo que te he dicho crees? Mayores cosas veréis. No hay límite para el poder de Dios. Es inagotable. No haya, pues, límite a nuestra fe. No nos asustemos por lo que hemos de creer; busquemos más todavía”.

Para el desesperado el mañana no existe porque todo le parece idéntico a lo que ya vivió: una repetición monótona y angustiosa de lo mismo. Desesperarse es no poder distinguir lo que hace diferente una hora de otra, un día de otro, hoy de mañana.

Mayores cosas veréis. ¿Cuáles son estas cosas que aún me quedan por ver? ¿Es que hay algo que me queda todavía por vivir?

Confío en tu palabra, me abrazo a tu poder. Esta promesa tuya –porque es una promesa mucho más que una simple declaración ocasional- me saca de la mediocridad y me devuelve las ganas de vivir.

Mayores cosas veréis. Díselo también a los ancianos, que creen que ya nada deben esperar. Noventa años tenía Abraham cuando engendró a Isaac. Si a los ochenta y nueve él hubiera pensado que ya todo estaba perdido, habría pecado contra la esperanza. Se puede, pues, empezar a vivir a los noventa años; a los cien años aún es posible creer. ¿E Isabel no era una anciana al concebir a Juan el Bautista? Si poco antes alguien le hubiera dicho a esta mujer: “Mayores cosas veréis”, ella simplemente se habría echado a llorar de pena; y, sin embargo, pese a su edad, dio a luz un hijo, porque nada es imposible para Ti.

Mayores cosas veréis. Di estas palabras a los viejos para que sigan esperando; a los jóvenes, para que vivan con ilusión; a los que creen haberlo visto todo; a los que hoy, en el silencio de la noche, traman el suicidio y piensan en él como en la solución de todos sus problemas. A éstos, sobre todo, diles lo que le dijiste un día a Natanael para que se detengan, arrojen el arma el suelo y empiecen a soñar la vida que, contigo, no puede ser infeliz.

¿Por qué todo ha de acabar mal? ¿Por qué no puede haber futuro, puesto que existes y todo lo puedes?

Mayores cosas veréis. Conoceremos tiempos mejores. Dinos a todos una y otra vez estas palabras cuando se nos corte el aliento y ya no queramos caminar; dínoslas mil veces para que creyendo esperemos y esperando salgamos del sepulcro y comencemos con nuevas fuerzas. Amén.