/ jueves 7 de abril de 2022

Las verdades complejas no se deciden por mayoría

Aquiles Córdova Morán

Tampoco es propaganda rusa la represión sangrienta que los nazis golpistas desencadenaron contra la población de las repúblicas independientes: “…en 2014 (…) el poder es tomado por una facción de neonazis, que desatan procesos de xenofobia, de homofobia y de exterminio racial. Sus métodos dicen más de ellos que cualquier tratado: crucifican a sus víctimas con clavos y cruz y los queman en hogueras; llegaron a incinerar vivos a cincuenta jóvenes en una sede sindical (en Odessa, añado yo), mientras que a un número cercano a cien lo lincharon, desgarrando sus cuerpos, entre ellos una señora embarazada a la que le destrozaron el cráneo a golpes de tubo.

Luego el presidente condecoró a quienes realizaron tal matanza. La mayoría de las víctimas civiles son de la región del Donbass, bombardeada por el ejército ucraniano; las cifras oficiales (de la ONU, aclaro yo) calculan 14,000 en ocho años de guerra, sin contar a los que ha matado de hambre y de sed, porque ha dejado a un millón de habitantes sin agua. Capítulo especial es el de las violaciones carnales que son masivas; han violado mujeres de todas las edades, incluso bebés de brazos en presencia de sus madres, las que también son abusadas” (José Darío Castrillón Orozco, El Quindiano, 6 de marzo). Y esta horrible situación, solo atenuada intermitentemente, duró ocho años.

El articulista concluye: “Tenían muchas razones las comunidades de Donetsk y Lugansk para pedir auxilio al ejército ruso…”.

Se demuestra aquí, con toda claridad, que el conflicto ruso-ucraniano no nació de la prepotencia y la ferocidad del “dictador populista ruso”, como propala la prensa occidental, incluida la mexicana; se trata de una operación larga y cuidadosamente preparada con varias metas posibles: a) obligar a Rusia a aceptar la absorción de Ucrania por la OTAN; b) forzarla a “invadir” Ucrania para tener el pretexto de intervenir en defensa de la nación “agredida”; c) Orillar a Ucrania, después de desconocer el acuerdo de Minsk, firmado entre ésta y las repúblicas independientes, con el aval de Francia, Alemania y la propia Rusia, a desencadenar el ataque militar en su contra para someterla por la fuerza y avanzar después sobre Crimea.

En cualquier caso, el objetivo era involucrar a Rusia en un conflicto armado con Ucrania para justificar su aniquilación total, ya mediante las armas, ya mediante el estrangulamiento económico, que es justamente lo que estamos presenciando hoy.

Putin leyó bien la jugada y se adelantó a sus enemigos. No invadió Ucrania ni esperó a que esta desencadenara un ataque armado contra el Donbass. Optó, primero, por reconocer la independencia de ambas repúblicas rebeldes y, a continuación, firmó con ellas un pacto de asistencia recíproca, incluida la ayuda militar.

Y solo después de cumplido ese protocolo, ordenó la “operación militar especial” para salvar del horror nazi al Donbass, lo cual, técnicamente hablando, no puede calificarse de invasión. Pero también es cierto que el presidente Putin sabía que la operación para colocarlo ante la disyuntiva de rendirse o morir estaba en marcha y que no le quedaba más remedio que actuar. Su certeza nació de dos fuentes: 1ª, la tupida campaña mediática que insistía, una y otra vez, en que Rusia se disponía a invadir Ucrania, dando incluso fecha y hora de tal evento, a pesar de los reiterados desmentidos oficiales del gobierno ruso. Putin conoce bien la estructura corporativa y centralizada de la prensa atlantista, y sabe que en ella no se publica nada sin filtro previo y sin la autorización de la más alta jerarquía.

Por tanto, la reiterada acusación solo podía ser la manifestación de un plan para atacar a Rusia. 2ª, El altanero rechazo de Estados Unidos a su propuesta de un acuerdo de seguridad indivisible para toda Europa, que incluía el retiro de la OTAN a sus fronteras anteriores a 1997, el regreso de las armas nucleares a su país de origen y el compromiso de no incluir a Ucrania y Georgia en la OTAN bajo ninguna circunstancia. Estados Unidos respondió que no abandonarían su política de “puertas abiertas” (¿¡¡) ni renunciarían al principio de que cada país es libre de elegir a sus aliados para garantizar su seguridad.

En una palabra: no renunciaban a su propósito de sumar a Ucrania a la OTAN, lo que equivalía a una virtual declaración de guerra. Por eso, no es una exageración decir que el conflicto Rusia-Ucrania es, en el fondo y en la realidad, el conflicto Rusia-OTAN (incluyendo a EE. UU.).

De todo esto la prensa de México y del mundo no dice absolutamente nada. Como escribe Castrillón Orozco “…a finales de 1991 la OTAN reconoció a dos provincias separatistas en Yugoslavia, y cuando este país reaccionó militarmente, esa fuerza bombardeó su capital, Belgrado, sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; hoy Rusia reconoce a dos repúblicas que se independizan de Ucrania, referendo de por medio, y ante el bombardeo de Kiev las tropas rusas apoyan a los separatistas, a eso llaman invasión.

La demolición de Yugoslavia y su partición en siete republiquitas se autodenominó “intervención humanitaria.” (nota citada).

Y la prensa que hoy se desgarra las vestiduras y se desgañita gritando insultos, condenas y maldiciones contra el feroz dictador ruso, no dijo nada entonces, añado yo.

Este trabajo, como ya dije, me fue impuesto por la desazón que me causa ver que quienes critican con razón el reduccionismo absurdo de López Obrador, incurran a su vez en un reduccionismo mayor y de más graves consecuencias, como es el de formular un juicio sobre la guerra (en apariencia) ruso-ucraniana y condenar frontalmente a Rusia prescindiendo absolutamente del contexto de espacio y tiempo en que se da y se explica el conflicto.

No me preocupan el rechazo y la condena; es un derecho de todo mundo opinar libremente de lo que sea y yo respeto ese derecho.

Pero todo juicio conclusivo exige un previo análisis, riguroso y objetivo; de lo contrario se incurre en un prejuicio, es decir, en un acto arbitrario y caprichoso, contrario a la razón y a la sana inteligencia.

Estoy convencido de que los tiempos en que los países pobres y subdesarrollados cifraban sus esperanzas en lo que pudiera hacer por ellos algún país poderoso y desarrollado, quedaron definitivamente atrás. Lo bueno y lo malo que ocurra en México será obra y responsabilidad de los mexicanos exclusivamente.

Nada espero de Rusia ni de Estados Unidos, salvo que respeten nuestra libertad, soberanía e independencia para elegir nuestro propio camino, nuestro propio destino. Sin embargo, coincido plenamente con el juicio de José Darío Castrillón: “En el escenario mundial se proyectan sombras de una guerra mundial, también de una confrontación nuclear y el fin de la humanidad.

Eso hace parte de las posibilidades y la sensatez de los gobernantes viene en dosis tan precarias que cualquier disparate puede ocurrir”. Y creo que es nuestro deber no contribuir al desastre.

Aquiles Córdova Morán

Tampoco es propaganda rusa la represión sangrienta que los nazis golpistas desencadenaron contra la población de las repúblicas independientes: “…en 2014 (…) el poder es tomado por una facción de neonazis, que desatan procesos de xenofobia, de homofobia y de exterminio racial. Sus métodos dicen más de ellos que cualquier tratado: crucifican a sus víctimas con clavos y cruz y los queman en hogueras; llegaron a incinerar vivos a cincuenta jóvenes en una sede sindical (en Odessa, añado yo), mientras que a un número cercano a cien lo lincharon, desgarrando sus cuerpos, entre ellos una señora embarazada a la que le destrozaron el cráneo a golpes de tubo.

Luego el presidente condecoró a quienes realizaron tal matanza. La mayoría de las víctimas civiles son de la región del Donbass, bombardeada por el ejército ucraniano; las cifras oficiales (de la ONU, aclaro yo) calculan 14,000 en ocho años de guerra, sin contar a los que ha matado de hambre y de sed, porque ha dejado a un millón de habitantes sin agua. Capítulo especial es el de las violaciones carnales que son masivas; han violado mujeres de todas las edades, incluso bebés de brazos en presencia de sus madres, las que también son abusadas” (José Darío Castrillón Orozco, El Quindiano, 6 de marzo). Y esta horrible situación, solo atenuada intermitentemente, duró ocho años.

El articulista concluye: “Tenían muchas razones las comunidades de Donetsk y Lugansk para pedir auxilio al ejército ruso…”.

Se demuestra aquí, con toda claridad, que el conflicto ruso-ucraniano no nació de la prepotencia y la ferocidad del “dictador populista ruso”, como propala la prensa occidental, incluida la mexicana; se trata de una operación larga y cuidadosamente preparada con varias metas posibles: a) obligar a Rusia a aceptar la absorción de Ucrania por la OTAN; b) forzarla a “invadir” Ucrania para tener el pretexto de intervenir en defensa de la nación “agredida”; c) Orillar a Ucrania, después de desconocer el acuerdo de Minsk, firmado entre ésta y las repúblicas independientes, con el aval de Francia, Alemania y la propia Rusia, a desencadenar el ataque militar en su contra para someterla por la fuerza y avanzar después sobre Crimea.

En cualquier caso, el objetivo era involucrar a Rusia en un conflicto armado con Ucrania para justificar su aniquilación total, ya mediante las armas, ya mediante el estrangulamiento económico, que es justamente lo que estamos presenciando hoy.

Putin leyó bien la jugada y se adelantó a sus enemigos. No invadió Ucrania ni esperó a que esta desencadenara un ataque armado contra el Donbass. Optó, primero, por reconocer la independencia de ambas repúblicas rebeldes y, a continuación, firmó con ellas un pacto de asistencia recíproca, incluida la ayuda militar.

Y solo después de cumplido ese protocolo, ordenó la “operación militar especial” para salvar del horror nazi al Donbass, lo cual, técnicamente hablando, no puede calificarse de invasión. Pero también es cierto que el presidente Putin sabía que la operación para colocarlo ante la disyuntiva de rendirse o morir estaba en marcha y que no le quedaba más remedio que actuar. Su certeza nació de dos fuentes: 1ª, la tupida campaña mediática que insistía, una y otra vez, en que Rusia se disponía a invadir Ucrania, dando incluso fecha y hora de tal evento, a pesar de los reiterados desmentidos oficiales del gobierno ruso. Putin conoce bien la estructura corporativa y centralizada de la prensa atlantista, y sabe que en ella no se publica nada sin filtro previo y sin la autorización de la más alta jerarquía.

Por tanto, la reiterada acusación solo podía ser la manifestación de un plan para atacar a Rusia. 2ª, El altanero rechazo de Estados Unidos a su propuesta de un acuerdo de seguridad indivisible para toda Europa, que incluía el retiro de la OTAN a sus fronteras anteriores a 1997, el regreso de las armas nucleares a su país de origen y el compromiso de no incluir a Ucrania y Georgia en la OTAN bajo ninguna circunstancia. Estados Unidos respondió que no abandonarían su política de “puertas abiertas” (¿¡¡) ni renunciarían al principio de que cada país es libre de elegir a sus aliados para garantizar su seguridad.

En una palabra: no renunciaban a su propósito de sumar a Ucrania a la OTAN, lo que equivalía a una virtual declaración de guerra. Por eso, no es una exageración decir que el conflicto Rusia-Ucrania es, en el fondo y en la realidad, el conflicto Rusia-OTAN (incluyendo a EE. UU.).

De todo esto la prensa de México y del mundo no dice absolutamente nada. Como escribe Castrillón Orozco “…a finales de 1991 la OTAN reconoció a dos provincias separatistas en Yugoslavia, y cuando este país reaccionó militarmente, esa fuerza bombardeó su capital, Belgrado, sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; hoy Rusia reconoce a dos repúblicas que se independizan de Ucrania, referendo de por medio, y ante el bombardeo de Kiev las tropas rusas apoyan a los separatistas, a eso llaman invasión.

La demolición de Yugoslavia y su partición en siete republiquitas se autodenominó “intervención humanitaria.” (nota citada).

Y la prensa que hoy se desgarra las vestiduras y se desgañita gritando insultos, condenas y maldiciones contra el feroz dictador ruso, no dijo nada entonces, añado yo.

Este trabajo, como ya dije, me fue impuesto por la desazón que me causa ver que quienes critican con razón el reduccionismo absurdo de López Obrador, incurran a su vez en un reduccionismo mayor y de más graves consecuencias, como es el de formular un juicio sobre la guerra (en apariencia) ruso-ucraniana y condenar frontalmente a Rusia prescindiendo absolutamente del contexto de espacio y tiempo en que se da y se explica el conflicto.

No me preocupan el rechazo y la condena; es un derecho de todo mundo opinar libremente de lo que sea y yo respeto ese derecho.

Pero todo juicio conclusivo exige un previo análisis, riguroso y objetivo; de lo contrario se incurre en un prejuicio, es decir, en un acto arbitrario y caprichoso, contrario a la razón y a la sana inteligencia.

Estoy convencido de que los tiempos en que los países pobres y subdesarrollados cifraban sus esperanzas en lo que pudiera hacer por ellos algún país poderoso y desarrollado, quedaron definitivamente atrás. Lo bueno y lo malo que ocurra en México será obra y responsabilidad de los mexicanos exclusivamente.

Nada espero de Rusia ni de Estados Unidos, salvo que respeten nuestra libertad, soberanía e independencia para elegir nuestro propio camino, nuestro propio destino. Sin embargo, coincido plenamente con el juicio de José Darío Castrillón: “En el escenario mundial se proyectan sombras de una guerra mundial, también de una confrontación nuclear y el fin de la humanidad.

Eso hace parte de las posibilidades y la sensatez de los gobernantes viene en dosis tan precarias que cualquier disparate puede ocurrir”. Y creo que es nuestro deber no contribuir al desastre.