/ domingo 26 de enero de 2020

Las fotos de los amigos

Frankie Blue es un agente inmobiliario que desde hace tiempo mantiene ciertas relaciones de tipo sentimental con una joven patóloga llamada Verónica. Para decirlo ya, son novios, y piensan casarse en fechas próximas. Ahora bien, con el fin de confeccionar una cuidadosa lista de invitados para la cena de bodas, él se pone a revisar junto a ella su viejo álbum fotográfico. Ah, pero no lo he dicho todavía: todo esto tiene lugar en una novela de Tim Lott, el escritor norteamericano, titulada White City Blue. Ella ve las fotografías de su novio con interés, pero él las ve con nostalgia. ¡Era tan joven cuando todas aquellas fotografías habían sido tomadas! Muchas de ellas hasta habían perdido el color. ¿Pues cuánto hacía que no se molestaba en abrir el álbum? ¡Dios mío, qué de caras antes queridas y hoy ya olvidadas estaban allí! De muchas de ellas ni siquiera se acordaba ya. ¿Cómo se llamaba, por ejemplo, este muchacho de cabellera encrespada que aparecía junto a él con un balón de fútbol en la mano? ¿Quién era esta señorita que aparecía en esta otra instantánea ya amarillenta por el ácido del tiempo? Frankie trataba de recordarlo, pero no lo conseguía. “¡Ah! –pensó, suspirando-. Docenas, veintenas de caras me devuelven la mirada, rostros con los que he reído, compartido secretos, bebido, jugado a juegos tontos y que, a mi manera, he amado. La mayoría de ellos se han ido. Están casados o trabajan para empresas informáticas en el extranjero. No pueden o no quieren hablar. Amistades rotas o perdidas. Buenos amigos que no he visto desde hace años, no sólo por culpa de la geografía, sino también de la erosión natural”.

¿Dónde estaban todas esas caras? ¿Qué viento se las llevó, hacia qué partes las arrastró? Verónica, la novia, capta la nostalgia de Frankie, pero no hace nada por cambiar la conversación; hablar hace bien, desahogarse es mejor. Entonces le pregunta por sus amigos: cuántos son, qué hacen en la vida, dónde están. Responde él: “¿Dónde están? No tengo ni idea. ¿Cuántos son? Se me ocurren unos cuantos… Creo que la media debe ser de unos diez realmente buenos. Más diez superficiales. Una veintena o así en el límite de ese círculo, poco más que conocidos. Unos cuantos que me quedan del colegio, otros pocos de la universidad, algunos compañeros del trabajo, quizá una ex en alguna parte. Unos dos o tres que tomé prestados o robé a otros amigos. Uno o dos ex compañeros de piso. Eso es todo”.

¿Diez amigos realmente buenos? ¡Vaya, no son pocos! Frankie debía sentirse afortunado. Con ésos, según Verónica, basta y aún sobra. Pero ella quiere saber más. Quiere saber, por ejemplo, qué entiende él cuando pronuncia la palabra amigo. Pero tampoco a él le queda muy claro. ¿Amigo? ¿Qué es en realidad un amigo? ¡Nunca se había hecho esta pregunta! No obstante, responde así:

“-No estoy seguro de qué es un amigo. ¿Es sólo alguien que te gusta? ¿Puede ser alguien a quien no has visto desde hace diez años y no tienes la menor intención de volver a ver? ¿Muere la amistad? ¿Qué diferencia hay entre un amigo y un conocido? Es muy difícil de decir”.

Frankie está ya muy entrado en su monólogo y Verónica se limita a escucharlo en silencio. “Para empezar –sigue diciendo aquél-, están los amigos que te caen bien. De esos tengo muchos. Después están los amigos que te gustan, pero a los que nunca te molestas en buscar. Luego, están aquellos a los que realmente aprecias mucho, pero cuyas parejas te resultan insoportables. También están los que mantienes por puro hábito y no puedes quitarte de encima. Y están aquellos de los que eres amigo, pero no porque te caigan bien, sino porque son enormemente atractivos y como que mola ser su amigo. En la mayoría de los casos, son éstos los que yo llamo EMA, es decir, Egoístas Muy Atractivos. Yo conozco a dos que son así, y a un tercero que está en el límite. Son personas que te mantienen pendiente de un hilo. Cuando notan que te estás alejando lo suficiente como para que el hilo se rompa, despliegan todo su encanto y te engullen de nuevo. Te hacen sentir que eres una persona única en el mundo, pero sólo durante diez minutos. Después, cuando han acabado, te dejan ir de nuevo, porque necesitan tirar de los hilos de otra gente. Buscan la cantidad por encima de la calidad. Tienen necesidad del subidón, de la teatralidad. Necesitan cautivar a la gente para así sentirse reales”.

Bien, dejemos aquí a Frankie y pongámonos a hablar de esta gente, aunque sea a la rápida, como se dice. Tú los quieres de verdad, y ellos lo saben, aunque no valoran tu cariño porque ya lo tienen; no se sienten en el deber de ganarlo o de merecerlo: ¿para qué, si ya cuentan con él y además lo saben? Tú te desanimas porque no sientes recibir en la medida en que das: la relación es, en todo caso, asimétrica y desigual. Y sobreviene el cansancio, y te alejas, y ellos lo notan: notan que no eres el mismo de antes, que estás exhausto y a punto de dejarlos. ¿Qué hacen éstos, entonces? Ya lo sabemos: agitan la cabeza, es decir, reaccionan y vuelven a lanzar las redes: despliegan, como dice Frankie, todo su encanto. Sí, te hacen sentir que eres una persona importante para ellos, pero sólo durante diez minutos. Tú, pues, regresas, y ellos, al ver que no te han perdido, vuelven a dejarte solo. En realidad, no es que tú les intereses mucho; es que no les interesa perder los beneficios que pueden obtener de tu amistad. ¡El mecanismo es tan conocido, y tan sencillo que no hay para qué hablar más de él!

Abra usted también su viejo álbum fotográfico. ¿Se ha preguntado alguna vez qué ha pasado con toda esa gente que aparece en él? Sería bueno que lo hiciera por lo menos una vez en su vida y, de ser posible, la tarde de un domingo lluvioso y especialmente frío. Por el puro placer de que el olvido no tenga en su vida la última palabra. ¿O le parece ésta una mala idea? Si le parece mala, por favor no la realice; pero si le parece buena, hágala lo más pronto posible.


Frankie Blue es un agente inmobiliario que desde hace tiempo mantiene ciertas relaciones de tipo sentimental con una joven patóloga llamada Verónica. Para decirlo ya, son novios, y piensan casarse en fechas próximas. Ahora bien, con el fin de confeccionar una cuidadosa lista de invitados para la cena de bodas, él se pone a revisar junto a ella su viejo álbum fotográfico. Ah, pero no lo he dicho todavía: todo esto tiene lugar en una novela de Tim Lott, el escritor norteamericano, titulada White City Blue. Ella ve las fotografías de su novio con interés, pero él las ve con nostalgia. ¡Era tan joven cuando todas aquellas fotografías habían sido tomadas! Muchas de ellas hasta habían perdido el color. ¿Pues cuánto hacía que no se molestaba en abrir el álbum? ¡Dios mío, qué de caras antes queridas y hoy ya olvidadas estaban allí! De muchas de ellas ni siquiera se acordaba ya. ¿Cómo se llamaba, por ejemplo, este muchacho de cabellera encrespada que aparecía junto a él con un balón de fútbol en la mano? ¿Quién era esta señorita que aparecía en esta otra instantánea ya amarillenta por el ácido del tiempo? Frankie trataba de recordarlo, pero no lo conseguía. “¡Ah! –pensó, suspirando-. Docenas, veintenas de caras me devuelven la mirada, rostros con los que he reído, compartido secretos, bebido, jugado a juegos tontos y que, a mi manera, he amado. La mayoría de ellos se han ido. Están casados o trabajan para empresas informáticas en el extranjero. No pueden o no quieren hablar. Amistades rotas o perdidas. Buenos amigos que no he visto desde hace años, no sólo por culpa de la geografía, sino también de la erosión natural”.

¿Dónde estaban todas esas caras? ¿Qué viento se las llevó, hacia qué partes las arrastró? Verónica, la novia, capta la nostalgia de Frankie, pero no hace nada por cambiar la conversación; hablar hace bien, desahogarse es mejor. Entonces le pregunta por sus amigos: cuántos son, qué hacen en la vida, dónde están. Responde él: “¿Dónde están? No tengo ni idea. ¿Cuántos son? Se me ocurren unos cuantos… Creo que la media debe ser de unos diez realmente buenos. Más diez superficiales. Una veintena o así en el límite de ese círculo, poco más que conocidos. Unos cuantos que me quedan del colegio, otros pocos de la universidad, algunos compañeros del trabajo, quizá una ex en alguna parte. Unos dos o tres que tomé prestados o robé a otros amigos. Uno o dos ex compañeros de piso. Eso es todo”.

¿Diez amigos realmente buenos? ¡Vaya, no son pocos! Frankie debía sentirse afortunado. Con ésos, según Verónica, basta y aún sobra. Pero ella quiere saber más. Quiere saber, por ejemplo, qué entiende él cuando pronuncia la palabra amigo. Pero tampoco a él le queda muy claro. ¿Amigo? ¿Qué es en realidad un amigo? ¡Nunca se había hecho esta pregunta! No obstante, responde así:

“-No estoy seguro de qué es un amigo. ¿Es sólo alguien que te gusta? ¿Puede ser alguien a quien no has visto desde hace diez años y no tienes la menor intención de volver a ver? ¿Muere la amistad? ¿Qué diferencia hay entre un amigo y un conocido? Es muy difícil de decir”.

Frankie está ya muy entrado en su monólogo y Verónica se limita a escucharlo en silencio. “Para empezar –sigue diciendo aquél-, están los amigos que te caen bien. De esos tengo muchos. Después están los amigos que te gustan, pero a los que nunca te molestas en buscar. Luego, están aquellos a los que realmente aprecias mucho, pero cuyas parejas te resultan insoportables. También están los que mantienes por puro hábito y no puedes quitarte de encima. Y están aquellos de los que eres amigo, pero no porque te caigan bien, sino porque son enormemente atractivos y como que mola ser su amigo. En la mayoría de los casos, son éstos los que yo llamo EMA, es decir, Egoístas Muy Atractivos. Yo conozco a dos que son así, y a un tercero que está en el límite. Son personas que te mantienen pendiente de un hilo. Cuando notan que te estás alejando lo suficiente como para que el hilo se rompa, despliegan todo su encanto y te engullen de nuevo. Te hacen sentir que eres una persona única en el mundo, pero sólo durante diez minutos. Después, cuando han acabado, te dejan ir de nuevo, porque necesitan tirar de los hilos de otra gente. Buscan la cantidad por encima de la calidad. Tienen necesidad del subidón, de la teatralidad. Necesitan cautivar a la gente para así sentirse reales”.

Bien, dejemos aquí a Frankie y pongámonos a hablar de esta gente, aunque sea a la rápida, como se dice. Tú los quieres de verdad, y ellos lo saben, aunque no valoran tu cariño porque ya lo tienen; no se sienten en el deber de ganarlo o de merecerlo: ¿para qué, si ya cuentan con él y además lo saben? Tú te desanimas porque no sientes recibir en la medida en que das: la relación es, en todo caso, asimétrica y desigual. Y sobreviene el cansancio, y te alejas, y ellos lo notan: notan que no eres el mismo de antes, que estás exhausto y a punto de dejarlos. ¿Qué hacen éstos, entonces? Ya lo sabemos: agitan la cabeza, es decir, reaccionan y vuelven a lanzar las redes: despliegan, como dice Frankie, todo su encanto. Sí, te hacen sentir que eres una persona importante para ellos, pero sólo durante diez minutos. Tú, pues, regresas, y ellos, al ver que no te han perdido, vuelven a dejarte solo. En realidad, no es que tú les intereses mucho; es que no les interesa perder los beneficios que pueden obtener de tu amistad. ¡El mecanismo es tan conocido, y tan sencillo que no hay para qué hablar más de él!

Abra usted también su viejo álbum fotográfico. ¿Se ha preguntado alguna vez qué ha pasado con toda esa gente que aparece en él? Sería bueno que lo hiciera por lo menos una vez en su vida y, de ser posible, la tarde de un domingo lluvioso y especialmente frío. Por el puro placer de que el olvido no tenga en su vida la última palabra. ¿O le parece ésta una mala idea? Si le parece mala, por favor no la realice; pero si le parece buena, hágala lo más pronto posible.