/ jueves 21 de junio de 2018

La Pobreza es el Enemigo

Los publicistas se devanan los sesos para encontrar fórmulas atractivas para el uso de los candidatos en sus campañas políticas, con el propósito de hacerles ganar simpatías y conquistar el voto popular, como resultado de ese trabajo, caro, seguramente, he sufrido la pena ajena de ver algunas verdaderamente ridículas. No las cito por respeto al lector, pero estoy absolutamente seguro que sabe que no miento y por sí mismo podrá recordar algunas muy representativas. Pienso que no hay para que dar tantos brincos estando el suelo tan parejo: ¿no se nota, no salta a la vista que el gran problema que azota a los mexicanos es la pobreza en todas sus manifestaciones? ¿No es evidente que contraer compromisos puntuales atraería de inmediato la adhesión firme de millones de mexicanos que aspiran desde hace ya muchos años a una vida mejor?


El combate y la supuesta derrota a la corrupción, a esa lacra de nuestro sistema económico que ya es monomanía en algún personaje y que solo por eso, pronto dará el salto a chascarrillo popular, no es más que un sucedáneo, otra modalidad de fórmula atractiva para ganar adeptos, fórmula que, si bien es cierto es más real y menos artificial como aspiración del pueblo mexicano, no deja de ser otra forma de evadir la esencia del problema de los oprimidos. Las viejas cuentas de vidrio cambiadas por oro en la tragedia de la conquista de los antiguos mexicanos. Asegurar que la corrupción se va a desvanecer de nuestro país sin que desaparezca del planeta entero y que para ello solo bastará con “el buen ejemplo” del gobernante en turno, es una utopía y una patraña del tamaño del Popocatépetl. ¿Cómo explicar entonces a Judas?


Como no podía ser de otra forma, la pobreza estuvo presente en el último debate de los candidatos, pero nadie escuchó a nadie decir de manera convincente cómo va a enfrentarla. El problema de la pobreza es un problema mundial: 80 personas poseen la misma riqueza que media humanidad y, en México, el 10 por ciento más rico se queda con el 65 por ciento de la riqueza nacional. Este fenómeno, inocultable como un elefante en medio de la sala, no se explica solamente con la corrupción de los gobernantes, ni a nivel mundial ni en México. Se explica por las inmensas ganancias que el régimen en vigor le reconoce y concede al dueño de los medios de producción, pero no por lo que producen los medios de producción por sí mismos, pues ya se sabe que éstos no producen nuevo valor, ni siquiera los robots asombrosos, sino por lo que produce el hombre con su esfuerzo diario. Al obrero se le paga lo que necesita para sobrevivir, y sobrevive hasta 30 o 40 años, pero no se le paga, no se le liquida, todo el valor que produce. Así de sencillo.


“Un asalto a la sociedad”, dijo hace más de 150 años un economista prusiano, terrateniente agredido por el capital, que se llamaba Johann Karl Rodbertus. Hoy se sabe que no fue el descubridor de la plusvalía -que, con el perdón, así se llama- ni fue el que entendió mejor el fenómeno y, por tanto, tampoco fue el que pudo deducir todas las implicaciones de esta categoría, pero vale la pena recordar su manera de nombrarla ahora que la etiqueta “corrupción”, sirve para reducir el número de los implicados, falsear escandalosamente el origen de la riqueza acumulada y sembrar falsas esperanzas de redención al pueblo solo con el poder avasallador de “el ejemplo”. Rodbertus, que solo ha pasado a la historia porque Marx y Engels se ocuparon de refutarlo, tenía más claro el fenómeno, a su modo, pero se refería a la ganancia de toda la clase y no solo a lo robado por los miembros del Estado y, como se ve, lo expresaba con mayor contundencia.


El mundo de la plusvalía está en su última etapa, se ahoga en su propia riqueza. Y no es metáfora. Para producir la plusvalía se necesita contratar fuerza de trabajo y ponerla en acción para que, en ese proceso, el obrero entregue, en forma de mercancía acabada, el tiempo de trabajo que no se le ha pagado. La producción constante, frenética, desquiciada de mercancías es, por tanto, consustancial al sistema, pero, no la producción como tal, pues si ahí se detuviera el proceso, la plusvalía se pudriría, es indispensable venderla para hacer realidad el valor contenido en ella, es decir, es de vida o muerte para el capital, transformarla en dinero. Pero ¿cómo va a comprar la mercancía un obrero que ganó por producirla mucho menos de lo que vale puesto que no se le pagó todo el valor de lo producido? ¿Cómo va a comprar con su mísero salario toda la inmensa riqueza que produce? Aquí ya no le salen las cuentas al capital. La burguesía -y no solo la mafia del poder (whateverthatmeans)- es la clase que tiene más riqueza (en forma de mercancías) en toda la historia de la humanidad y ya no halla cómo venderla.


Por eso hay guerra comercial. Por eso las sanciones a Rusia, las amenazas para que los países de Europa no compren gas ruso sino gas esquisto norteamericano llevado en barco; por eso los aranceles a Canadá y a México para proteger a la industria norteamericana del acero y del aluminio que produce más caro; por eso los aranceles a China; por eso la guerra en el medio oriente a través de pseudoterroristas; por eso el caos controlado en numerosos países del mundo; por eso, finalmente, la nueva política de la última etapa de la plusvalía, toma forma en un presidente altanero que agrede y hace a un lado todas las formas diplomáticas. Así se explica tanta resistencia a firmar el TLC con México y Canadá y la reforma energética por medio de la cual se va petróleo crudo y regresa refinado (otra vez el mundo de las mercancías). ¿Todo esto, que no es otra cosa que los intentos por reforzar y perpetuar la producción y reproducción de la pobreza y la opresión, se va a acabar con “el ejemplo” de un gobernante? No me hagan reír porque traigo los labios partidos.


No nos hagamos ilusiones. Las personalidades, con todo lo desatacadas que sean, no son las que hacen la historia, la hacen los pueblos. Por tanto, solo el pueblo organizado y consciente puede cambiar el modelo económico que les concede a unos pocos casi todo y a la inmensa mayoría de los seres humanos, casi nada. A un gigante solo otro gigante más grande lo puede derrotar. El pueblo no ha alcanzado todavía ese estado de fuerza, pero va hacia allá. Las condiciones objetivas lo empujan cada día más.



Los publicistas se devanan los sesos para encontrar fórmulas atractivas para el uso de los candidatos en sus campañas políticas, con el propósito de hacerles ganar simpatías y conquistar el voto popular, como resultado de ese trabajo, caro, seguramente, he sufrido la pena ajena de ver algunas verdaderamente ridículas. No las cito por respeto al lector, pero estoy absolutamente seguro que sabe que no miento y por sí mismo podrá recordar algunas muy representativas. Pienso que no hay para que dar tantos brincos estando el suelo tan parejo: ¿no se nota, no salta a la vista que el gran problema que azota a los mexicanos es la pobreza en todas sus manifestaciones? ¿No es evidente que contraer compromisos puntuales atraería de inmediato la adhesión firme de millones de mexicanos que aspiran desde hace ya muchos años a una vida mejor?


El combate y la supuesta derrota a la corrupción, a esa lacra de nuestro sistema económico que ya es monomanía en algún personaje y que solo por eso, pronto dará el salto a chascarrillo popular, no es más que un sucedáneo, otra modalidad de fórmula atractiva para ganar adeptos, fórmula que, si bien es cierto es más real y menos artificial como aspiración del pueblo mexicano, no deja de ser otra forma de evadir la esencia del problema de los oprimidos. Las viejas cuentas de vidrio cambiadas por oro en la tragedia de la conquista de los antiguos mexicanos. Asegurar que la corrupción se va a desvanecer de nuestro país sin que desaparezca del planeta entero y que para ello solo bastará con “el buen ejemplo” del gobernante en turno, es una utopía y una patraña del tamaño del Popocatépetl. ¿Cómo explicar entonces a Judas?


Como no podía ser de otra forma, la pobreza estuvo presente en el último debate de los candidatos, pero nadie escuchó a nadie decir de manera convincente cómo va a enfrentarla. El problema de la pobreza es un problema mundial: 80 personas poseen la misma riqueza que media humanidad y, en México, el 10 por ciento más rico se queda con el 65 por ciento de la riqueza nacional. Este fenómeno, inocultable como un elefante en medio de la sala, no se explica solamente con la corrupción de los gobernantes, ni a nivel mundial ni en México. Se explica por las inmensas ganancias que el régimen en vigor le reconoce y concede al dueño de los medios de producción, pero no por lo que producen los medios de producción por sí mismos, pues ya se sabe que éstos no producen nuevo valor, ni siquiera los robots asombrosos, sino por lo que produce el hombre con su esfuerzo diario. Al obrero se le paga lo que necesita para sobrevivir, y sobrevive hasta 30 o 40 años, pero no se le paga, no se le liquida, todo el valor que produce. Así de sencillo.


“Un asalto a la sociedad”, dijo hace más de 150 años un economista prusiano, terrateniente agredido por el capital, que se llamaba Johann Karl Rodbertus. Hoy se sabe que no fue el descubridor de la plusvalía -que, con el perdón, así se llama- ni fue el que entendió mejor el fenómeno y, por tanto, tampoco fue el que pudo deducir todas las implicaciones de esta categoría, pero vale la pena recordar su manera de nombrarla ahora que la etiqueta “corrupción”, sirve para reducir el número de los implicados, falsear escandalosamente el origen de la riqueza acumulada y sembrar falsas esperanzas de redención al pueblo solo con el poder avasallador de “el ejemplo”. Rodbertus, que solo ha pasado a la historia porque Marx y Engels se ocuparon de refutarlo, tenía más claro el fenómeno, a su modo, pero se refería a la ganancia de toda la clase y no solo a lo robado por los miembros del Estado y, como se ve, lo expresaba con mayor contundencia.


El mundo de la plusvalía está en su última etapa, se ahoga en su propia riqueza. Y no es metáfora. Para producir la plusvalía se necesita contratar fuerza de trabajo y ponerla en acción para que, en ese proceso, el obrero entregue, en forma de mercancía acabada, el tiempo de trabajo que no se le ha pagado. La producción constante, frenética, desquiciada de mercancías es, por tanto, consustancial al sistema, pero, no la producción como tal, pues si ahí se detuviera el proceso, la plusvalía se pudriría, es indispensable venderla para hacer realidad el valor contenido en ella, es decir, es de vida o muerte para el capital, transformarla en dinero. Pero ¿cómo va a comprar la mercancía un obrero que ganó por producirla mucho menos de lo que vale puesto que no se le pagó todo el valor de lo producido? ¿Cómo va a comprar con su mísero salario toda la inmensa riqueza que produce? Aquí ya no le salen las cuentas al capital. La burguesía -y no solo la mafia del poder (whateverthatmeans)- es la clase que tiene más riqueza (en forma de mercancías) en toda la historia de la humanidad y ya no halla cómo venderla.


Por eso hay guerra comercial. Por eso las sanciones a Rusia, las amenazas para que los países de Europa no compren gas ruso sino gas esquisto norteamericano llevado en barco; por eso los aranceles a Canadá y a México para proteger a la industria norteamericana del acero y del aluminio que produce más caro; por eso los aranceles a China; por eso la guerra en el medio oriente a través de pseudoterroristas; por eso el caos controlado en numerosos países del mundo; por eso, finalmente, la nueva política de la última etapa de la plusvalía, toma forma en un presidente altanero que agrede y hace a un lado todas las formas diplomáticas. Así se explica tanta resistencia a firmar el TLC con México y Canadá y la reforma energética por medio de la cual se va petróleo crudo y regresa refinado (otra vez el mundo de las mercancías). ¿Todo esto, que no es otra cosa que los intentos por reforzar y perpetuar la producción y reproducción de la pobreza y la opresión, se va a acabar con “el ejemplo” de un gobernante? No me hagan reír porque traigo los labios partidos.


No nos hagamos ilusiones. Las personalidades, con todo lo desatacadas que sean, no son las que hacen la historia, la hacen los pueblos. Por tanto, solo el pueblo organizado y consciente puede cambiar el modelo económico que les concede a unos pocos casi todo y a la inmensa mayoría de los seres humanos, casi nada. A un gigante solo otro gigante más grande lo puede derrotar. El pueblo no ha alcanzado todavía ese estado de fuerza, pero va hacia allá. Las condiciones objetivas lo empujan cada día más.