/ miércoles 4 de julio de 2018

Joseph

Ahí por el lado norte de Guazarachi, trepando la sierra del estado de Chihuahua. Se encuentra una cabaña que pareciera haber sido arrancada de una tarjeta postal. Por las tardes, siempre frías. Invariablemente se observa una columna de humo saliendo de sus entrañas. Elevándose, -respetada por el viento-. Que tarde con tarde pareciera comprender al fino hilo de humo, en sus locos deseos de llegar al cielo.



A la cabaña llegas después de haber respirado un millón de veces. Subiendo y patinando por veredas resbalosas a causa de tantas hojas en alfombra, siempre húmedas por el rocío de muchas horas, acumulándose en un ambiente frío. Custodiado por la sombra de pinos y álamos, que tuvieron la ocurrencia de nacer por ahí, a la orilla de la minúscula vereda. Aún y que algunos aseguran que fue la vereda quien busco la protección de estos árboles. Y es por eso que serpentea entre ellos, amiguera y coqueta. Pero sin dejarse tocar, más que por las hojas.


La cabaña es sólida. Troncos y piedras forman su cuerpo, el techo está construido de madera forrada de palma. Ahí vive Joseph. A quien le da igual ponerse una semana corrida los mismos calcetines de lana, como el dejarlos de usar por 15 días…en un rincón habilitado para cocinar, un montón de trastes sucios se mesclan con latas vacías y botellas de diferentes tamaños y colores, revolviendo libremente sus diferentes aromas, dando como resultado el olor agrio, característico de una soledad sin límites.

El gringo-árabe. Tiene 3 vacas, gallinas y un caballo, en el que cada semana hace el recorrido de su cabaña al poblado. Con el fin de abastecerse de latas y botellas. Sabiendo que el contenido es para comer y beber… pero pareciera que también con el fin de llenar los 4 puntos cardinales de la cabaña con laminas apachurradas y vidrios de todos los colores.


Poco baja al pueblo, y cuando va, prefiere comprar el alimento para 20 días. Y todo, a razón de que en la última compra periódica de cada semana, se emborrachó. Y los fantasmas de su pasado se materializaron, escuchando Joseph, explosiones y tableteo de metralla.


Los recuerdos no perdonan. El hombre salió corriendo de la tienda-cantina hasta llegar a su caballo, los ahí presentes esperaban que saliera a galope y volverlo a ver hasta la próxima semana. Pero no, llegando al caballo desenrolló el costal en donde acarrea su latería y le dio el jalón a un rifle automático, compañero antiguo de alguna de sus guerras, para empezar a disparar a diestra y siniestra hasta terminar la última bala del cargador…cuando el arma dejó de bailar en sus brazos. Cayó de rodillas, alucinado y babeante. Con la mente en quien sabe qué lugar del cercano o lejano oriente.


Y ahí está ese hombre. En esa cabaña que pareciera haber sido arrancada de una tarjeta postal, solo, comiendo alimento enlatado, y en ocasiones, por cierto muy constantes. Quieto como estatua. Recordando lo que hizo en su pasado, y seguramente recriminándose por lo que dejó de hacer.


Ahí por el lado norte de Guazarachi, trepando la sierra del estado de Chihuahua. Se encuentra una cabaña que pareciera haber sido arrancada de una tarjeta postal. Por las tardes, siempre frías. Invariablemente se observa una columna de humo saliendo de sus entrañas. Elevándose, -respetada por el viento-. Que tarde con tarde pareciera comprender al fino hilo de humo, en sus locos deseos de llegar al cielo.



A la cabaña llegas después de haber respirado un millón de veces. Subiendo y patinando por veredas resbalosas a causa de tantas hojas en alfombra, siempre húmedas por el rocío de muchas horas, acumulándose en un ambiente frío. Custodiado por la sombra de pinos y álamos, que tuvieron la ocurrencia de nacer por ahí, a la orilla de la minúscula vereda. Aún y que algunos aseguran que fue la vereda quien busco la protección de estos árboles. Y es por eso que serpentea entre ellos, amiguera y coqueta. Pero sin dejarse tocar, más que por las hojas.


La cabaña es sólida. Troncos y piedras forman su cuerpo, el techo está construido de madera forrada de palma. Ahí vive Joseph. A quien le da igual ponerse una semana corrida los mismos calcetines de lana, como el dejarlos de usar por 15 días…en un rincón habilitado para cocinar, un montón de trastes sucios se mesclan con latas vacías y botellas de diferentes tamaños y colores, revolviendo libremente sus diferentes aromas, dando como resultado el olor agrio, característico de una soledad sin límites.

El gringo-árabe. Tiene 3 vacas, gallinas y un caballo, en el que cada semana hace el recorrido de su cabaña al poblado. Con el fin de abastecerse de latas y botellas. Sabiendo que el contenido es para comer y beber… pero pareciera que también con el fin de llenar los 4 puntos cardinales de la cabaña con laminas apachurradas y vidrios de todos los colores.


Poco baja al pueblo, y cuando va, prefiere comprar el alimento para 20 días. Y todo, a razón de que en la última compra periódica de cada semana, se emborrachó. Y los fantasmas de su pasado se materializaron, escuchando Joseph, explosiones y tableteo de metralla.


Los recuerdos no perdonan. El hombre salió corriendo de la tienda-cantina hasta llegar a su caballo, los ahí presentes esperaban que saliera a galope y volverlo a ver hasta la próxima semana. Pero no, llegando al caballo desenrolló el costal en donde acarrea su latería y le dio el jalón a un rifle automático, compañero antiguo de alguna de sus guerras, para empezar a disparar a diestra y siniestra hasta terminar la última bala del cargador…cuando el arma dejó de bailar en sus brazos. Cayó de rodillas, alucinado y babeante. Con la mente en quien sabe qué lugar del cercano o lejano oriente.


Y ahí está ese hombre. En esa cabaña que pareciera haber sido arrancada de una tarjeta postal, solo, comiendo alimento enlatado, y en ocasiones, por cierto muy constantes. Quieto como estatua. Recordando lo que hizo en su pasado, y seguramente recriminándose por lo que dejó de hacer.


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