/ domingo 7 de abril de 2019

Historias del Don

Historias del Don

Historias. ¡Me gustan las historias! Y, cuando me encuentro una en algún libro, al instante la transcribo en mi cuaderno de notas. A veces, sin embargo, no se trata de historias, sino de citas memorables, de pensamientos dignos de atención o de alguna anécdota ilustrativa o simplemente interesante.

Cuando Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa (1921-1999) nos daba clases en el Seminario, no paraba de decirnos a sus alumnos: “Leer es una actividad y, cuando lean, háganlo siempre con un lapicero entre los dedos y una libreta en el regazo. Entre las páginas de los libros están las historias que harán sus homilías mucho más atractivas e interesantes”. Yo he seguido su conejo al pie de la letra, y transcribo ahora algunos párrafos que me he encontrado aquí y allá en mis andanzas por el mundo de los libros, en espera de que interesen al lector tanto como me han interesado a mí.

1. “Aún recuerdo cuando, siendo todavía estudiante, me sentaba en la ventana y contemplaba a los presos que en el patio de la cárcel cortaban leña. Cierto día, una señora bien vestida y de agradable aspecto pasó por allí. Al punto no se dio cuenta de la presencia de aquella gente, pero más tarde se detuvo, sacó de su bolso una moneda y, acercándose a uno de los presidiarios, dijo solemnemente: ‘¡Tome, en nombre de Cristo!’. El individuo a quien tendía la moneda en vez de alargar la mano miró a la mujer con expresión torva y luego repuso con voz ronca y acento cruel: ‘¡No se enjuague demasiado la boca con el nombre de Cristo, señora! Él vino a salvarnos de la gente que ofrece cinco pesos, se aire de ofrecer cincuenta y roba cincuenta mil. Y esos cinco pesos los da porque desea obtener la ayuda de Dios para algún asunto provechoso, o para comprar a buen precio un pasaporte para el Paraíso. Pero no es fácil engatusar al Padre Eterno. ¡Farisea! ¡Estafadora! ¡No estoy dispuesto a servirle a usted de escalón para alcanzar el cielo’… El guardián arremetió contra el preso, y la dama, indignada, declaró que le demandaría inmediatamente por ultrajes. De este modo fue acogida una verdad expresada de manera inequívoca, aunque torpe. ¡Cómo me gustaría ahora encontrarme con aquel hombre! Me abrió más los ojos sobre la vida, en aquel encuentro fortuito, que todos los amigos y conocidos que tenía entonces” (SergiuszPiasecki, Un mundo desconocido).

2. “Cuando llega el invierno, todas las almas sensibles se emocionan pensando en los desdichados que no podrán resistir sus rigores. Los rigores del verano, en cambio, ¿a quién le producen una emoción objetiva? ¿Quién se conmueve, al borde del mar, acordándose del prójimo que tiene que aguantar toda la canícula en los aledaños de la Puerta del Sol? La insolación mata tanto como el frío, y, sin embargo, el prócer que en el invierno le dará fácilmente cinco duros a un infeliz para que se compre leña, no es probable que se los dé nunca en el verano para que adquiera un ventilador eléctrico… Y, por mi parte, confieso que, habiendo contribuido repetidas veces con mi modesto duro a la suscripción abierta para enviar en el invierno hacia el Mediodía a un amigo tuberculoso, no aporté jamás dos reales para costear en el verano el viaje de un camarada asmático a las playas del Norte… Decididamente, el verano es una estación tan importante como cualquier otra, pero carece de prestigio” (Julio Camba, Sobre casi nada).

3. “Cuando oigo alabar al millonario Rothschild que destina millones de sus cuantiosas rentas a educación de niños y curación de enfermos, le alabo, y hasta he llegado a enternecerme. Pero mientras me enternezco y le alabo, no puedo menos que recordar a una humilde familia de labriegos que recogió en su miserable choza a una huérfana, sobrina suya.

“-Si nos traemos a la Catalina –decía la mujer- gastaremos en ella hasta los últimos cuartos y no tendremos con qué comprar sal para sazonar la sopa.

“-Pues se comerá sin sazón, ¿sabes?

“Todavía le queda bastante que andar al millonario Rothschild para asemejarse a este labrador” (Iván Turguéniev, Senilia).

4. Estando sentado frente a su tienda, Abraham vio que se acercaba un hombre muy cansado que vino a sentarse debajo del árbol que se hallaba cerca. Se levantó Abraham para invitar al viajero a que entrara en su tienda para lavarse, descansar y comer. El forastero le dio las gracias, pero no quiso aceptar la hospitalidad.

“Sin embargo, Abraham insistió tanto, que el forastero aceptó finalmente. Cuando hubo acabado de comer, Abraham le dijo:

“-Ahora, da las gracias y la bendición al Eterno, Dios del cielo y de la tierra.

“-No conozco a tu dios, dijo el forastero, y no bendeciré más que al mío.

“Al oír tales palabras, Abraham le pidió que abandonara su tienda.

“Dios se enojó mucho con el proceder de Abraham y le dijo:

“-¡Cómo pudiste actuar así! Yo, que soy el Señor del mundo, pude mirar a ese hombre incrédulo durante muchos años con paciencia. Lo alimenté, lo vestí y le di todo lo que necesitaba. Pero tú no pudiste aguantarlo ni por un breve rato porque no comparte tu fe.

“Abraham se postró en tierra ante Dios y pidió perdón, pero Dios no lo perdonó hasta que Abraham fue en busca del idólatra al desierto y le imploró a su vez que le perdonara su acción inhospitalaria. Conmovido por el arrepentimiento de Abraham, el gentil lo perdonó. Y Dios miró a Abraham con favor” (Beatriz Borovich, Cuentos judíos de siempre).

Historias del Don

Historias. ¡Me gustan las historias! Y, cuando me encuentro una en algún libro, al instante la transcribo en mi cuaderno de notas. A veces, sin embargo, no se trata de historias, sino de citas memorables, de pensamientos dignos de atención o de alguna anécdota ilustrativa o simplemente interesante.

Cuando Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa (1921-1999) nos daba clases en el Seminario, no paraba de decirnos a sus alumnos: “Leer es una actividad y, cuando lean, háganlo siempre con un lapicero entre los dedos y una libreta en el regazo. Entre las páginas de los libros están las historias que harán sus homilías mucho más atractivas e interesantes”. Yo he seguido su conejo al pie de la letra, y transcribo ahora algunos párrafos que me he encontrado aquí y allá en mis andanzas por el mundo de los libros, en espera de que interesen al lector tanto como me han interesado a mí.

1. “Aún recuerdo cuando, siendo todavía estudiante, me sentaba en la ventana y contemplaba a los presos que en el patio de la cárcel cortaban leña. Cierto día, una señora bien vestida y de agradable aspecto pasó por allí. Al punto no se dio cuenta de la presencia de aquella gente, pero más tarde se detuvo, sacó de su bolso una moneda y, acercándose a uno de los presidiarios, dijo solemnemente: ‘¡Tome, en nombre de Cristo!’. El individuo a quien tendía la moneda en vez de alargar la mano miró a la mujer con expresión torva y luego repuso con voz ronca y acento cruel: ‘¡No se enjuague demasiado la boca con el nombre de Cristo, señora! Él vino a salvarnos de la gente que ofrece cinco pesos, se aire de ofrecer cincuenta y roba cincuenta mil. Y esos cinco pesos los da porque desea obtener la ayuda de Dios para algún asunto provechoso, o para comprar a buen precio un pasaporte para el Paraíso. Pero no es fácil engatusar al Padre Eterno. ¡Farisea! ¡Estafadora! ¡No estoy dispuesto a servirle a usted de escalón para alcanzar el cielo’… El guardián arremetió contra el preso, y la dama, indignada, declaró que le demandaría inmediatamente por ultrajes. De este modo fue acogida una verdad expresada de manera inequívoca, aunque torpe. ¡Cómo me gustaría ahora encontrarme con aquel hombre! Me abrió más los ojos sobre la vida, en aquel encuentro fortuito, que todos los amigos y conocidos que tenía entonces” (SergiuszPiasecki, Un mundo desconocido).

2. “Cuando llega el invierno, todas las almas sensibles se emocionan pensando en los desdichados que no podrán resistir sus rigores. Los rigores del verano, en cambio, ¿a quién le producen una emoción objetiva? ¿Quién se conmueve, al borde del mar, acordándose del prójimo que tiene que aguantar toda la canícula en los aledaños de la Puerta del Sol? La insolación mata tanto como el frío, y, sin embargo, el prócer que en el invierno le dará fácilmente cinco duros a un infeliz para que se compre leña, no es probable que se los dé nunca en el verano para que adquiera un ventilador eléctrico… Y, por mi parte, confieso que, habiendo contribuido repetidas veces con mi modesto duro a la suscripción abierta para enviar en el invierno hacia el Mediodía a un amigo tuberculoso, no aporté jamás dos reales para costear en el verano el viaje de un camarada asmático a las playas del Norte… Decididamente, el verano es una estación tan importante como cualquier otra, pero carece de prestigio” (Julio Camba, Sobre casi nada).

3. “Cuando oigo alabar al millonario Rothschild que destina millones de sus cuantiosas rentas a educación de niños y curación de enfermos, le alabo, y hasta he llegado a enternecerme. Pero mientras me enternezco y le alabo, no puedo menos que recordar a una humilde familia de labriegos que recogió en su miserable choza a una huérfana, sobrina suya.

“-Si nos traemos a la Catalina –decía la mujer- gastaremos en ella hasta los últimos cuartos y no tendremos con qué comprar sal para sazonar la sopa.

“-Pues se comerá sin sazón, ¿sabes?

“Todavía le queda bastante que andar al millonario Rothschild para asemejarse a este labrador” (Iván Turguéniev, Senilia).

4. Estando sentado frente a su tienda, Abraham vio que se acercaba un hombre muy cansado que vino a sentarse debajo del árbol que se hallaba cerca. Se levantó Abraham para invitar al viajero a que entrara en su tienda para lavarse, descansar y comer. El forastero le dio las gracias, pero no quiso aceptar la hospitalidad.

“Sin embargo, Abraham insistió tanto, que el forastero aceptó finalmente. Cuando hubo acabado de comer, Abraham le dijo:

“-Ahora, da las gracias y la bendición al Eterno, Dios del cielo y de la tierra.

“-No conozco a tu dios, dijo el forastero, y no bendeciré más que al mío.

“Al oír tales palabras, Abraham le pidió que abandonara su tienda.

“Dios se enojó mucho con el proceder de Abraham y le dijo:

“-¡Cómo pudiste actuar así! Yo, que soy el Señor del mundo, pude mirar a ese hombre incrédulo durante muchos años con paciencia. Lo alimenté, lo vestí y le di todo lo que necesitaba. Pero tú no pudiste aguantarlo ni por un breve rato porque no comparte tu fe.

“Abraham se postró en tierra ante Dios y pidió perdón, pero Dios no lo perdonó hasta que Abraham fue en busca del idólatra al desierto y le imploró a su vez que le perdonara su acción inhospitalaria. Conmovido por el arrepentimiento de Abraham, el gentil lo perdonó. Y Dios miró a Abraham con favor” (Beatriz Borovich, Cuentos judíos de siempre).