/ domingo 12 de diciembre de 2021

Elogio de los Salmos

¿Qué tienen los salmos que parecen leerte el corazón? Todos los estados de ánimo que pueda experimentar un ser humano están ya en ellos y, quien los ora, se siente al punto comprendido.

“¡Dios me entiende!”: esto es lo que yo he experimentado al recitar los salmos, y ya sentirse comprendido es, de alguna manera, saberse justificado.

En cierta ocasión me enteré de que alguien se había dado a la tarea de hablar mal de mí un poco por todas partes, y yo quería morirme de pura pesadumbre. Sabía que mis enemigos me ponían zancadillas, y éstos eran más fuertes que yo. Lo fueron, mejor dicho, hasta el momento en que la Liturgia de las Horas ofreció a mi plegaria las siguientes palabras:

Oh Dios, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica;

atiéndeme, respóndeme, que mis penas me tienen angustiado.

Me inquieta la voz del enemigo, la opresión del malvado,

pues amontonan desgracias sobre mí y me persiguen con rabia.

Tengo el corazón encogido, me asalta el miedo a la muerte,

el temor y el terror me invaden, me abruma el pánico.

Pienso: “¡Quién me diera alas de paloma para volar y luego descansar!”.

Me iría lejos, viviría en el desierto;

en seguida encontraría un refugio contra el viento impetuoso y el huracán…

Sí, yo también quería huir, irme allá donde nadie me encontrara; me sentía cansado, con deseos de muerte. Mas luego el salmo continuaba así:

Pero yo, en cambio, invoco a Dios: el Señor me salvará.

Por la tarde, por la mañana, al mediodía

gimo y me lamento; pero él escuchará mi grito.

Él me rescatará y me dará la victoria,

aunque sean muchos los que me ataquen (Salmo 54).

Al leer estas palabras, el alma me volvió al cuerpo y ya no tenía miedo de nada, ni de nadie. Todos mis temores de desvanecieron de pronto, misteriosamente.

¡Qué poder sanador tienen los salmos! Por eso, ya los santos de los primeros siglos cristianos aconsejaban encarecidamente su recitación. “Los salmos –decía, por ejemplo, San Basilio Magno (330-379)- son tranquilidad para el alma, principio de paz que tranquiliza los atormentados e inquietos pensamientos, que no solamente dominan la turbulenta ira, la despertada cólera, sino que la conducen a la misericordia. Los salmos fortifican a los consagrados, reconcilian a los ofendidos e inducen al amor a los amigos. ¿Quién puede tener por enemigo a aquel con quien eleva salmos a Dios? Este canto es como si encontrara un porvenir, una esperanza, una predisposición a una actitud conciliadora… Los demonios huyen de los himnos y viene la perfección de los ángeles. Los salmos son un arma buena contra los temores nocturnos y para el descanso en los trabajos cotidianos. Los salmos son seguridad para los niños, belleza para los jóvenes, alegría para los ancianos y el mejor escudo para las mujeres. Los salmos, para los principiantes, son comienzo; crecimiento para los perfectos; son la voz de la Iglesia, alegría para los días festivos que despeja la tristeza, para la salvación en Dios. Los salmos hacen brotar lágrimas del corazón de piedra. Los salmos son cuerpo de los ángeles, estadía celestial, espiritual incienso” (Homilía sobre el salmo 1).

Decía a su vez Nicetas de Remesiana (siglo IV) en su tratado Sobre el canto cristiano: “¿Qué no podrás encontrar en los salmos que no sea de utilidad, edificación y consuelo del género humano, de cualquier raza, sexo y edad? El niño encuentra en ellos la leche que lo nutre; el muchacho, palabras para la alabanza; el adolescente, consejos para corregir su camino; el joven lo que seguir; el anciano lo que rezar. La mujer aprende el pudor, los huérfanos encuentran un padre, las viudas un juez que las defienda, los pobres un protector, los extranjeros un defensor. Un salmo consuela al triste, modera al alegre, calma al airado, alienta al pobre y reprende al rico para que se conozca a sí mismo. Un salmo proporciona todo el que lo reza el medicamento apropiado… Evidentemente, el Espíritu Santo ha previsto y prevé el modo cómo incluso los corazones más duros y reticentes reciban poco a poco y con deleite las palabras divinas. Dado que la naturaleza humana rehúye y rechaza lo duro, aunque sea saludable, y a duras penas acepta algo si no parece ofrecerle algún atractivo, el Señor por medio de su siervo David confeccionó esta bebida dulce al paladar y eficaz para curar las heridas. El salmo se escucha con agrado mientras se canta. Penetra en el alma en tanto que deleita”.

No se enojen mis señores si les recomiendo, pues, rezar los salmos. En ellos siempre encontrará el alma lo que necesita: si está triste, alegría; si cansada, solaz; si atemorizada, aplomo; si se siente perseguida, la protección de Dios. ¡Hagan la prueba y verán!

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,

postrado hacia tu santo templo.

Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu fidelidad,

pues tu promesa ha superado tu fama.

cuando te invoqué, me escuchaste, y me llenaste de valor (Salmo 137).

¿Qué tienen los salmos que parecen leerte el corazón? Todos los estados de ánimo que pueda experimentar un ser humano están ya en ellos y, quien los ora, se siente al punto comprendido.

“¡Dios me entiende!”: esto es lo que yo he experimentado al recitar los salmos, y ya sentirse comprendido es, de alguna manera, saberse justificado.

En cierta ocasión me enteré de que alguien se había dado a la tarea de hablar mal de mí un poco por todas partes, y yo quería morirme de pura pesadumbre. Sabía que mis enemigos me ponían zancadillas, y éstos eran más fuertes que yo. Lo fueron, mejor dicho, hasta el momento en que la Liturgia de las Horas ofreció a mi plegaria las siguientes palabras:

Oh Dios, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica;

atiéndeme, respóndeme, que mis penas me tienen angustiado.

Me inquieta la voz del enemigo, la opresión del malvado,

pues amontonan desgracias sobre mí y me persiguen con rabia.

Tengo el corazón encogido, me asalta el miedo a la muerte,

el temor y el terror me invaden, me abruma el pánico.

Pienso: “¡Quién me diera alas de paloma para volar y luego descansar!”.

Me iría lejos, viviría en el desierto;

en seguida encontraría un refugio contra el viento impetuoso y el huracán…

Sí, yo también quería huir, irme allá donde nadie me encontrara; me sentía cansado, con deseos de muerte. Mas luego el salmo continuaba así:

Pero yo, en cambio, invoco a Dios: el Señor me salvará.

Por la tarde, por la mañana, al mediodía

gimo y me lamento; pero él escuchará mi grito.

Él me rescatará y me dará la victoria,

aunque sean muchos los que me ataquen (Salmo 54).

Al leer estas palabras, el alma me volvió al cuerpo y ya no tenía miedo de nada, ni de nadie. Todos mis temores de desvanecieron de pronto, misteriosamente.

¡Qué poder sanador tienen los salmos! Por eso, ya los santos de los primeros siglos cristianos aconsejaban encarecidamente su recitación. “Los salmos –decía, por ejemplo, San Basilio Magno (330-379)- son tranquilidad para el alma, principio de paz que tranquiliza los atormentados e inquietos pensamientos, que no solamente dominan la turbulenta ira, la despertada cólera, sino que la conducen a la misericordia. Los salmos fortifican a los consagrados, reconcilian a los ofendidos e inducen al amor a los amigos. ¿Quién puede tener por enemigo a aquel con quien eleva salmos a Dios? Este canto es como si encontrara un porvenir, una esperanza, una predisposición a una actitud conciliadora… Los demonios huyen de los himnos y viene la perfección de los ángeles. Los salmos son un arma buena contra los temores nocturnos y para el descanso en los trabajos cotidianos. Los salmos son seguridad para los niños, belleza para los jóvenes, alegría para los ancianos y el mejor escudo para las mujeres. Los salmos, para los principiantes, son comienzo; crecimiento para los perfectos; son la voz de la Iglesia, alegría para los días festivos que despeja la tristeza, para la salvación en Dios. Los salmos hacen brotar lágrimas del corazón de piedra. Los salmos son cuerpo de los ángeles, estadía celestial, espiritual incienso” (Homilía sobre el salmo 1).

Decía a su vez Nicetas de Remesiana (siglo IV) en su tratado Sobre el canto cristiano: “¿Qué no podrás encontrar en los salmos que no sea de utilidad, edificación y consuelo del género humano, de cualquier raza, sexo y edad? El niño encuentra en ellos la leche que lo nutre; el muchacho, palabras para la alabanza; el adolescente, consejos para corregir su camino; el joven lo que seguir; el anciano lo que rezar. La mujer aprende el pudor, los huérfanos encuentran un padre, las viudas un juez que las defienda, los pobres un protector, los extranjeros un defensor. Un salmo consuela al triste, modera al alegre, calma al airado, alienta al pobre y reprende al rico para que se conozca a sí mismo. Un salmo proporciona todo el que lo reza el medicamento apropiado… Evidentemente, el Espíritu Santo ha previsto y prevé el modo cómo incluso los corazones más duros y reticentes reciban poco a poco y con deleite las palabras divinas. Dado que la naturaleza humana rehúye y rechaza lo duro, aunque sea saludable, y a duras penas acepta algo si no parece ofrecerle algún atractivo, el Señor por medio de su siervo David confeccionó esta bebida dulce al paladar y eficaz para curar las heridas. El salmo se escucha con agrado mientras se canta. Penetra en el alma en tanto que deleita”.

No se enojen mis señores si les recomiendo, pues, rezar los salmos. En ellos siempre encontrará el alma lo que necesita: si está triste, alegría; si cansada, solaz; si atemorizada, aplomo; si se siente perseguida, la protección de Dios. ¡Hagan la prueba y verán!

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,

postrado hacia tu santo templo.

Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu fidelidad,

pues tu promesa ha superado tu fama.

cuando te invoqué, me escuchaste, y me llenaste de valor (Salmo 137).