Nadie puede amar a un desconocido. Ya que para amar, es necesario conocer al amado. Y quién no te conoce, no puede asegurar que te ama.
El amor va creciendo, mientras más conocemos a la persona. Y el que no te ama, es porque no te conoce bien.
Por tanto, quien te odia nunca te conoció; algo supo de ti, pero jamás llegó hasta tu corazón.
El que no te quiere, es porque no sabe de ti. Y esa, es la razón de su desprecio.
Son pocos los que miran hacia el corazón; porque la mayoría solo observa las acciones. Y pocos son, los que llegan hasta el fondo del alma. Y solo así, es como pueden entenderte.
En la tradición judía, conocer y amar son sinónimos. Porque el que te ama, querrá saber de ti; y el que no te ama, solo le importa que tú sepas de él.
Quien no te conoce, tampoco podrá entenderte; él, querrá explicar tu vida, a partir de la suya, y no desde donde tú te encuentras.
Es cierto, que nuestros enemigos saben algo de nosotros; pero solo lo que a ellos les importa.
El enemigo investiga tus movimientos, pero nunca llega hasta tu corazón. Porque a él no le interesa entenderte, tan solo perjudicarte.
Pero Dios, que si nos ama, nos conoce profundamente. Ya lo dice el Salmo: …tú me escrutas y conoces; sabes cuándo me siento y cuando me levanto, mis pensamientos calas desde lejos; esté yo en camino o acostado, tu lo adviertes, familiares te son todas mis sendas”.(Salm.138,1-3).
Dios nos conoce, porque nos ama. Y está atento a nuestros pasos, no para perjudicarnos, sino para cuidarnos del tropiezo.
Y si eso es el amor, que lejos estamos de vivir amando. Porque es poco lo que conocemos del amado; sabemos de sus acciones, pero ignoramos lo que guarda dentro.