/ lunes 16 de mayo de 2022

El perro, es mudo

Las palabras buenas, son vitaminas para el alma. Porque una frase bien dicha, llega a sanar un corazón herido.

Y el hombre, necesita escuchar palabras de afecto, y de aceptación.

El proceso de enamoramiento, se da, gracias al diálogo. Porque éste, pone de manifiesto la belleza interior.

Pero, en estos tiempos, el hombre ha ido endureciendo el corazón; y parece, que es más el afecto hacia su perro, que el amor, hacia los hombres.

Todo indica, que los perros han venido a ocupar, el centro de nuestra atención. Y eso, porque no sabemos, cómo amar a nuestros semejantes.

Hay matrimonios, que prefieren tener un perro, en lugar de concebir un hijo. Y todo, porque un perro no causa problemas; y para evitarse el dolor, se conforman con un animal.

Porque engendrar, duele; y educar, también. Pero, no hay amor que no duela. Dios, se lo dijo a Eva: “ Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás a los hijos”. (Gn.3,16).

Tus hijos, te dolerán toda la vida; porque a ellos, no los puedes domesticar, como se domestica a un perro. Al perro lo dominas con un hueso; pero eso, no lo puedes hacer con un hijo.

Por eso, no hay comparación entre tener un hijo, a quedarse con un perro.

El perro no sabe sonreír, porque eso, no está en su naturaleza; en cambio, el niño, desde antes de hablar, ya te está sonriendo.

Un perro, nunca hablará para decir: te quiero; ni te llamará: papá o mamá, como lo hace tu hijo. Porque el perro es mudo.

Por tanto, no dejes de amar a la persona, por atender al perro.

Con un perro, no se tiene un diálogo, como lo haces con un hombre.

No dejemos, que el centro de nuestra vida, lo ocupe un animal. Porque éste, por muy hermoso que sea, nunca será tan grandioso, como lo es el hombre.

Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.

Las palabras buenas, son vitaminas para el alma. Porque una frase bien dicha, llega a sanar un corazón herido.

Y el hombre, necesita escuchar palabras de afecto, y de aceptación.

El proceso de enamoramiento, se da, gracias al diálogo. Porque éste, pone de manifiesto la belleza interior.

Pero, en estos tiempos, el hombre ha ido endureciendo el corazón; y parece, que es más el afecto hacia su perro, que el amor, hacia los hombres.

Todo indica, que los perros han venido a ocupar, el centro de nuestra atención. Y eso, porque no sabemos, cómo amar a nuestros semejantes.

Hay matrimonios, que prefieren tener un perro, en lugar de concebir un hijo. Y todo, porque un perro no causa problemas; y para evitarse el dolor, se conforman con un animal.

Porque engendrar, duele; y educar, también. Pero, no hay amor que no duela. Dios, se lo dijo a Eva: “ Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás a los hijos”. (Gn.3,16).

Tus hijos, te dolerán toda la vida; porque a ellos, no los puedes domesticar, como se domestica a un perro. Al perro lo dominas con un hueso; pero eso, no lo puedes hacer con un hijo.

Por eso, no hay comparación entre tener un hijo, a quedarse con un perro.

El perro no sabe sonreír, porque eso, no está en su naturaleza; en cambio, el niño, desde antes de hablar, ya te está sonriendo.

Un perro, nunca hablará para decir: te quiero; ni te llamará: papá o mamá, como lo hace tu hijo. Porque el perro es mudo.

Por tanto, no dejes de amar a la persona, por atender al perro.

Con un perro, no se tiene un diálogo, como lo haces con un hombre.

No dejemos, que el centro de nuestra vida, lo ocupe un animal. Porque éste, por muy hermoso que sea, nunca será tan grandioso, como lo es el hombre.

Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.