/ miércoles 3 de octubre de 2018

El Álamo

Mentiría si escribiera que busqué un árbol para recostarme a su vera, descansar mi cansancio y dormir mi borrachera. No. Vengo creyendo, desde hace tiempo, que él fue quien me buscó: álamo blanco, raíces de fuera, tejedor de paxtle y nido de ardillones… Grande y fuerte, de seguro abuelo de más de cien, expandidos por todo aquel manchón de bosque y aún mas allá. Porque este gran álamo era parecido a Gabino Barrera, aquel que dejaba hijos por donde quiera.

Ciertamente que yo buscaba una sombra grande en donde descansar…, dormir pues. Pero el árbol tenía mucho que platicar y aquella tarde-noche se fue en puro escuchar su hablar… Igual discurría sobre de verdades difíciles de imaginar que palabras y frases cortas de quienes por ahí pasaban. Y cuando le cuestioné de cómo era que con alguna palabra o frase suelta podía el montar un discurso completo, me contestó:

―Observa que un camino pasa por un lado y otro sendero discurre por el otro lado de mi sombra y también fíjate en que tres veredas vienen directamente hacia mí. Con tantos seres como he visto y en tantísimos años, aprendí a ver a distancia lo que dicen, hablan y piensan las gentes ―afirmó, y agregó―: Caminar, moverse y gesticular es un idioma completo que tiene puntos, comas, acentos y todo lo demás.

Hubiera preferido que aquella charla, tan larga como mi desvelo, hubiera sido preferentemente, de hombre con mujer, de pasiones en revuelco. El piso era tierra blanda y contaba con una alfombra de color dorado-otoño ―hojas en abundancia, cúmulo de blandura con la sola prisa de esperar el otoño que siempre llega―. Pero no, muchas veces dijo:

―Mi anchura y fortaleza sirvieron como escudo de balas que iban dirigidas a hombres quienes se arrastraron protegidos por mis visibles raíces, huyendo sanos y salvos― ¡el álamo sentía orgullo por ello!, y continuaba diciendo―: Sentí sus cuerpos pegados a mi tronco y raíces, probé lo salado del sudor y lo más salado de su propio llanto, aprendí sus rezos y promesas al cielo si salían libres de esa persecución…

En fin, al álamo le gustaba platicar de eso. Pero también charló de los ahorcados. Sus grandes ramas eran criadero de paxtle y paseo de ardillas, cierto que sí, y, claro, mucho servían para sostener una reata y ahí mismo colgara un hombre al que siempre conducían bien amarrado…Recuerdo que extrañado preguntó ¿tú sabes el por qué a los que van a ahorcar no gritan, no maldicen, no piden clemencia, no lloran ni tratan de negociar un disparo en la cabeza por la reata de ahorcar?

-No, tampoco parpadean-, ―decía el álamo―. Hazte de cuenta que ya vienen muertos. Muy parecido es ―dijo― a cuando el cristiano, moro o pentecostés viene conmigo para suicidarse: trae la reata colgada del hombro y la voluntad para hacerlo. No habla, no reza ni deja papel alguno con letras de despedida –dijo el álamo―. Nunca he comprendido el por qué se quitan la vida ¿será porque son humanos? ¡Porque los animales no se suicidan!

¿Qué crees? ―continuó ―: Hubo un suicida que trajo una reata muy corta y, por más que lo intentó, no pudo matarse… Se fue, pero regresó con otro mecate largo, ¡pero este se reventó! ¡Era mecate, no reata para ahorcar!... Se fue pero regresó esta vez con la reata adecuada para ahorcarse y, por fin, se mató. Las tres veces llegó igual, el mismo caminar, mismo menearse y el mismo gesticular.

<<Cuando te enseñas a observar a los hombres ―concluyó el álamo―, te das cuenta de que no es necesario oírles hablar: sabes de ellos por su caminar, moverse y gesticular>> ―así dijo el álamo blanco, y continuó platicando de otras cosas hasta que amaneció.

Mentiría si escribiera que busqué un árbol para recostarme a su vera, descansar mi cansancio y dormir mi borrachera. No. Vengo creyendo, desde hace tiempo, que él fue quien me buscó: álamo blanco, raíces de fuera, tejedor de paxtle y nido de ardillones… Grande y fuerte, de seguro abuelo de más de cien, expandidos por todo aquel manchón de bosque y aún mas allá. Porque este gran álamo era parecido a Gabino Barrera, aquel que dejaba hijos por donde quiera.

Ciertamente que yo buscaba una sombra grande en donde descansar…, dormir pues. Pero el árbol tenía mucho que platicar y aquella tarde-noche se fue en puro escuchar su hablar… Igual discurría sobre de verdades difíciles de imaginar que palabras y frases cortas de quienes por ahí pasaban. Y cuando le cuestioné de cómo era que con alguna palabra o frase suelta podía el montar un discurso completo, me contestó:

―Observa que un camino pasa por un lado y otro sendero discurre por el otro lado de mi sombra y también fíjate en que tres veredas vienen directamente hacia mí. Con tantos seres como he visto y en tantísimos años, aprendí a ver a distancia lo que dicen, hablan y piensan las gentes ―afirmó, y agregó―: Caminar, moverse y gesticular es un idioma completo que tiene puntos, comas, acentos y todo lo demás.

Hubiera preferido que aquella charla, tan larga como mi desvelo, hubiera sido preferentemente, de hombre con mujer, de pasiones en revuelco. El piso era tierra blanda y contaba con una alfombra de color dorado-otoño ―hojas en abundancia, cúmulo de blandura con la sola prisa de esperar el otoño que siempre llega―. Pero no, muchas veces dijo:

―Mi anchura y fortaleza sirvieron como escudo de balas que iban dirigidas a hombres quienes se arrastraron protegidos por mis visibles raíces, huyendo sanos y salvos― ¡el álamo sentía orgullo por ello!, y continuaba diciendo―: Sentí sus cuerpos pegados a mi tronco y raíces, probé lo salado del sudor y lo más salado de su propio llanto, aprendí sus rezos y promesas al cielo si salían libres de esa persecución…

En fin, al álamo le gustaba platicar de eso. Pero también charló de los ahorcados. Sus grandes ramas eran criadero de paxtle y paseo de ardillas, cierto que sí, y, claro, mucho servían para sostener una reata y ahí mismo colgara un hombre al que siempre conducían bien amarrado…Recuerdo que extrañado preguntó ¿tú sabes el por qué a los que van a ahorcar no gritan, no maldicen, no piden clemencia, no lloran ni tratan de negociar un disparo en la cabeza por la reata de ahorcar?

-No, tampoco parpadean-, ―decía el álamo―. Hazte de cuenta que ya vienen muertos. Muy parecido es ―dijo― a cuando el cristiano, moro o pentecostés viene conmigo para suicidarse: trae la reata colgada del hombro y la voluntad para hacerlo. No habla, no reza ni deja papel alguno con letras de despedida –dijo el álamo―. Nunca he comprendido el por qué se quitan la vida ¿será porque son humanos? ¡Porque los animales no se suicidan!

¿Qué crees? ―continuó ―: Hubo un suicida que trajo una reata muy corta y, por más que lo intentó, no pudo matarse… Se fue, pero regresó con otro mecate largo, ¡pero este se reventó! ¡Era mecate, no reata para ahorcar!... Se fue pero regresó esta vez con la reata adecuada para ahorcarse y, por fin, se mató. Las tres veces llegó igual, el mismo caminar, mismo menearse y el mismo gesticular.

<<Cuando te enseñas a observar a los hombres ―concluyó el álamo―, te das cuenta de que no es necesario oírles hablar: sabes de ellos por su caminar, moverse y gesticular>> ―así dijo el álamo blanco, y continuó platicando de otras cosas hasta que amaneció.

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