/ domingo 29 de septiembre de 2019

Educación y Sindicalismo

Tlatelolco, uno... nueve... seis... ocho: En memoria de Toño

Sentí asco de estar entre humanos cuando la sangre escurrió entre mis manos

EN LA INMENSIDAD del cielo, allá, donde se fijan las estrellas, un flamazo interrumpe el devenir celeste rompiendo con su cascada la inmensidad de la noche; cientos de luces contestan su señal. Cientos de garras se aferran al fusil colocando el índice en el gatillo.

ABAJO, EN LA tierra, en esa tierra otrora ensangrentada por los fauces del mercader español, por los colmillos del mastín de la conquista, en el mismo lugar de la masacre de Tenochtitlán, en el mismo lugar del sacrificio se los caballeros tigres y de los caballeros águilas; en el mismo sitio en el que los templos y palacios rubricaron la fe en los dioses del firmamento de un pueblo. Ahí, en donde otrora se reunía el pueblo para adorar a los dioses, ahí hay otra muchedumbre que grita su palabra, que lanza su protesta, que agiganta el llamado de los parias.

ES CONTRA UN sistema caduco, viciado, corrompido; es contra los pocos que usurpa el derecho de los muchos; es contra los que roban, mienten y asesinan; es contra los que se enriquecen exprimiendo el sacrificio de un pueblo. Contra todo ello va la gente, esa gente que ya no adora falsos dioses, esa gente que ya no adora a falsos guías espirituales; esa gente que ya no rinde pleitesía a falsos líderes políticos.

ARRIBA, REVENTÓ LA señal, una bengala: abajo, reventó la palabra de alerta y a ella se contestó con la metralleta. “Nadie dio la orden de comenzar la matanza, nadie fue el culpable”, nadie cargo con la sangre derramada, nadie, nadie y sin embargo todo un sistema tembló de miedo, de asombro, de vergüenza, de odio. Cientos de cadáveres quedaron en la plaza, en las puertas, en los callejones, en las ventanas, en los patios, dentro y fuera, fuera y dentro, aquí y allá. Sangre que llamó a la sangre en un inútil grito de justicia.

LAS LUCES SE apagaron, retumbó el pavimento al paso de los tanques, de los vehículos de guerra.

SE APAGARON LAS luces y cientos de vidas se apagaron también junto con ellas. Ahí murió el hermano, el amigo, el compañero, ahí murió la palabra y el grito justiciero, ahí murió la sangre de una época, de un tiempo, de un anhelo. Eso fue Tlatelolco uno… Nueve… Seis… Ocho. En un día, en una hora, en un minuto y en miles de segundos de pánico, de metralla y de… muerte. En unas olimpiadas rúbricas con sangre, con sangre y esperanzas.

HOY, SE RECONOCEN la conquista, el cambio, la transformación de aquellos tiempos, hoy, el político de ayer, forjado bajo el espíritu de lucha en Tlatelolco, en las Tres Culturas, en las calles de los gritos y de la sangre, recuerda ese hecho, recuerda su amigo, a su hermano, a su compañero. Hoy, 51 años después se habla, se dice, se recuerda: Tlatelolco antes, Tlatelolco después; generación antes, generación después.

HOY, A 51 AÑOS de distancia, los jóvenes de ayer, los que estudiaban en ese tiempo, los que en verdad sintieron lo que en verdad es bien viven dentro del mismo cambio social provocado por los caídos en la Plaza de las Tres Culturas o en un jueves de Corpus del 71. Hoy los viejos del 68 se refugian en un gobierno con sangre del recuerdo bajo falsa democracia.

HACEMOS BIEN EN seguir empuñando la bandera del derecho, hay que seguir gritando, hay que seguir protestando, hay que seguir luchando sin que nada nos arredre, sin que nada ni nadie nos ponga enfrente la muralla del silencio. Hay que seguir lanzando al aire la palabra cuando se viola la justicia, cuando se encumbra al líder y este convierte en burla y carcajada las peticiones de los parias. Hay que seguir gritando, POR ELLOS, los de Tlatelolco, los de hace 51 años, los de hoy… los de siempre. Por la sangre del niño mojándome las manos.

Tlatelolco, uno... nueve... seis... ocho: En memoria de Toño

Sentí asco de estar entre humanos cuando la sangre escurrió entre mis manos

EN LA INMENSIDAD del cielo, allá, donde se fijan las estrellas, un flamazo interrumpe el devenir celeste rompiendo con su cascada la inmensidad de la noche; cientos de luces contestan su señal. Cientos de garras se aferran al fusil colocando el índice en el gatillo.

ABAJO, EN LA tierra, en esa tierra otrora ensangrentada por los fauces del mercader español, por los colmillos del mastín de la conquista, en el mismo lugar de la masacre de Tenochtitlán, en el mismo lugar del sacrificio se los caballeros tigres y de los caballeros águilas; en el mismo sitio en el que los templos y palacios rubricaron la fe en los dioses del firmamento de un pueblo. Ahí, en donde otrora se reunía el pueblo para adorar a los dioses, ahí hay otra muchedumbre que grita su palabra, que lanza su protesta, que agiganta el llamado de los parias.

ES CONTRA UN sistema caduco, viciado, corrompido; es contra los pocos que usurpa el derecho de los muchos; es contra los que roban, mienten y asesinan; es contra los que se enriquecen exprimiendo el sacrificio de un pueblo. Contra todo ello va la gente, esa gente que ya no adora falsos dioses, esa gente que ya no adora a falsos guías espirituales; esa gente que ya no rinde pleitesía a falsos líderes políticos.

ARRIBA, REVENTÓ LA señal, una bengala: abajo, reventó la palabra de alerta y a ella se contestó con la metralleta. “Nadie dio la orden de comenzar la matanza, nadie fue el culpable”, nadie cargo con la sangre derramada, nadie, nadie y sin embargo todo un sistema tembló de miedo, de asombro, de vergüenza, de odio. Cientos de cadáveres quedaron en la plaza, en las puertas, en los callejones, en las ventanas, en los patios, dentro y fuera, fuera y dentro, aquí y allá. Sangre que llamó a la sangre en un inútil grito de justicia.

LAS LUCES SE apagaron, retumbó el pavimento al paso de los tanques, de los vehículos de guerra.

SE APAGARON LAS luces y cientos de vidas se apagaron también junto con ellas. Ahí murió el hermano, el amigo, el compañero, ahí murió la palabra y el grito justiciero, ahí murió la sangre de una época, de un tiempo, de un anhelo. Eso fue Tlatelolco uno… Nueve… Seis… Ocho. En un día, en una hora, en un minuto y en miles de segundos de pánico, de metralla y de… muerte. En unas olimpiadas rúbricas con sangre, con sangre y esperanzas.

HOY, SE RECONOCEN la conquista, el cambio, la transformación de aquellos tiempos, hoy, el político de ayer, forjado bajo el espíritu de lucha en Tlatelolco, en las Tres Culturas, en las calles de los gritos y de la sangre, recuerda ese hecho, recuerda su amigo, a su hermano, a su compañero. Hoy, 51 años después se habla, se dice, se recuerda: Tlatelolco antes, Tlatelolco después; generación antes, generación después.

HOY, A 51 AÑOS de distancia, los jóvenes de ayer, los que estudiaban en ese tiempo, los que en verdad sintieron lo que en verdad es bien viven dentro del mismo cambio social provocado por los caídos en la Plaza de las Tres Culturas o en un jueves de Corpus del 71. Hoy los viejos del 68 se refugian en un gobierno con sangre del recuerdo bajo falsa democracia.

HACEMOS BIEN EN seguir empuñando la bandera del derecho, hay que seguir gritando, hay que seguir protestando, hay que seguir luchando sin que nada nos arredre, sin que nada ni nadie nos ponga enfrente la muralla del silencio. Hay que seguir lanzando al aire la palabra cuando se viola la justicia, cuando se encumbra al líder y este convierte en burla y carcajada las peticiones de los parias. Hay que seguir gritando, POR ELLOS, los de Tlatelolco, los de hace 51 años, los de hoy… los de siempre. Por la sangre del niño mojándome las manos.