/ domingo 22 de julio de 2018

Con una espina en la carne

Por P. Chava

En la vida nunca falta un “pero”. Es decir, siempre hay algo que va a estar faltando. Las personas podrán decirnos que estamos del todo bien, y nosotros responder, si “pero”, algo no va bien. Y esa expresión, es la señal de que nunca estamos completos. Y en esta vida, siempre hay un hueco.

Todo parece indicar, que nunca estaremos completos. Porque siempre hay algo que lamentar, y alguien a quien echar de menos. Y la vida, también está hecha de nostalgias.

El hombre siempre se la pasa diciendo: “ya nadamas que se solucione esto, y ya estaremos completos”. Pero, componemos una cosa y se desarregla otra. Y esas situaciones, son las que nos hacen conscientes de nuestros límites. El hombre es poderoso, pero no deja de ser impotente.

Y al pensar que todo lo podemos, también sentimos el dolor de la espina. Y ese dolor, es la clara señal de nuestros límites. Si el hombre no sufriera de impotencia, tal vez ya se habría destruido; y habría terminado con la vida de quienes le rodean.

Es por eso, que Dios ha permitido que llevemos una espina, difícil de quitar; pero muy necesaria, para no perder el equilibrio.

La espina clavada en la carne, nos recuerda que tenemos límites. Y esa espina nos ayuda a regular la vida; sino sintiéramos el peso del dolor, no mediríamos nuestros límites. Y con eso, podríamos hacer mucho daño, y dañarnos a nosotros mismos.

Mientras el hombre no sepa manejar el poder, es necesario que lleve clavada esa espina. Y ésta, puede ser un dolor, una pena, una enfermedad, un enemigo, etc. Y todo eso, es una espina clavada en la carne; para no llenarnos de soberbia, y olvidarnos de lo que estamos hechos.

Y ningún hombre se salva de llevar esas cadenas; ni siquiera los hombres de Dios. Eso, le sucedió a San Pablo, que siendo un gran evangelizador, y habiendo recibido sublimes revelaciones, llevaba clavada en su carne una espina; que lo humillaba, para que no se llenara de soberbia, por tan grandes dones.


Por P. Chava

En la vida nunca falta un “pero”. Es decir, siempre hay algo que va a estar faltando. Las personas podrán decirnos que estamos del todo bien, y nosotros responder, si “pero”, algo no va bien. Y esa expresión, es la señal de que nunca estamos completos. Y en esta vida, siempre hay un hueco.

Todo parece indicar, que nunca estaremos completos. Porque siempre hay algo que lamentar, y alguien a quien echar de menos. Y la vida, también está hecha de nostalgias.

El hombre siempre se la pasa diciendo: “ya nadamas que se solucione esto, y ya estaremos completos”. Pero, componemos una cosa y se desarregla otra. Y esas situaciones, son las que nos hacen conscientes de nuestros límites. El hombre es poderoso, pero no deja de ser impotente.

Y al pensar que todo lo podemos, también sentimos el dolor de la espina. Y ese dolor, es la clara señal de nuestros límites. Si el hombre no sufriera de impotencia, tal vez ya se habría destruido; y habría terminado con la vida de quienes le rodean.

Es por eso, que Dios ha permitido que llevemos una espina, difícil de quitar; pero muy necesaria, para no perder el equilibrio.

La espina clavada en la carne, nos recuerda que tenemos límites. Y esa espina nos ayuda a regular la vida; sino sintiéramos el peso del dolor, no mediríamos nuestros límites. Y con eso, podríamos hacer mucho daño, y dañarnos a nosotros mismos.

Mientras el hombre no sepa manejar el poder, es necesario que lleve clavada esa espina. Y ésta, puede ser un dolor, una pena, una enfermedad, un enemigo, etc. Y todo eso, es una espina clavada en la carne; para no llenarnos de soberbia, y olvidarnos de lo que estamos hechos.

Y ningún hombre se salva de llevar esas cadenas; ni siquiera los hombres de Dios. Eso, le sucedió a San Pablo, que siendo un gran evangelizador, y habiendo recibido sublimes revelaciones, llevaba clavada en su carne una espina; que lo humillaba, para que no se llenara de soberbia, por tan grandes dones.