Por P. Chava
En la vida nunca falta un “pero”. Es decir, siempre hay algo que va a estar faltando. Las personas podrán decirnos que estamos del todo bien, y nosotros responder, si “pero”, algo no va bien. Y esa expresión, es la señal de que nunca estamos completos. Y en esta vida, siempre hay un hueco.
Todo parece indicar, que nunca estaremos completos. Porque siempre hay algo que lamentar, y alguien a quien echar de menos. Y la vida, también está hecha de nostalgias.
El hombre siempre se la pasa diciendo: “ya nadamas que se solucione esto, y ya estaremos completos”. Pero, componemos una cosa y se desarregla otra. Y esas situaciones, son las que nos hacen conscientes de nuestros límites. El hombre es poderoso, pero no deja de ser impotente.
Y al pensar que todo lo podemos, también sentimos el dolor de la espina. Y ese dolor, es la clara señal de nuestros límites. Si el hombre no sufriera de impotencia, tal vez ya se habría destruido; y habría terminado con la vida de quienes le rodean.
Es por eso, que Dios ha permitido que llevemos una espina, difícil de quitar; pero muy necesaria, para no perder el equilibrio.
La espina clavada en la carne, nos recuerda que tenemos límites. Y esa espina nos ayuda a regular la vida; sino sintiéramos el peso del dolor, no mediríamos nuestros límites. Y con eso, podríamos hacer mucho daño, y dañarnos a nosotros mismos.
Mientras el hombre no sepa manejar el poder, es necesario que lleve clavada esa espina. Y ésta, puede ser un dolor, una pena, una enfermedad, un enemigo, etc. Y todo eso, es una espina clavada en la carne; para no llenarnos de soberbia, y olvidarnos de lo que estamos hechos.
Y ningún hombre se salva de llevar esas cadenas; ni siquiera los hombres de Dios. Eso, le sucedió a San Pablo, que siendo un gran evangelizador, y habiendo recibido sublimes revelaciones, llevaba clavada en su carne una espina; que lo humillaba, para que no se llenara de soberbia, por tan grandes dones.