El hombre sufre, porque no entiende el proceder de los demás, y vive atormentado por las dudas. Porque el otro, es un ser incomprensible.
Algunos viven tratando de entender a los demás, y otros, investigando los secretos de la naturaleza; pero ambos, se han olvidado de sí mismos.
Ya lo dijo Kierkegaard: “La desgracia de nuestra época es el haber aprendido demasiadas cosas, y así haberse olvidado de existir”. Queremos saber mucho de lo que sucede afuera, y nos hemos olvidado de lo que llevamos dentro.
Y si no sabemos de nosotros mismos, será más difícil entender a los demás.
Cuando Sócrates preguntó al oráculo de Delfos: ¿Cuál es el conocimiento más elevado al que un hombre puede aspirar?, la respuesta fue: “Conócete a ti mismo”.
Y al conocerte a ti, encontrarás el camino para llegar al otro; sino te entiendes ni a ti mismo, ¿Cómo pretendes comprender al otro?
Cuando preguntes por el otro, remite esa pregunta hacia ti mismo, y pregunta: ¿Quién soy yo?
La clave de la sabiduría es el conocimiento de uno mismo. Y si no te interesa saber de ti, entonces nunca entenderás al otro.