/ miércoles 23 de mayo de 2018

Bigotes al Estilo Defensa del Ferrocarril

De tanto ir y venir al D.F., hoy llamado pomposamente Ciudad de México, hice amistad con una chava pandillera a quien bauticé como “Mago-Margarita”. Un buen día me invitó a San Lorenzo, sitio de su residencia. El motivo era llevarle dinero a la mamá.

Lejos, lejos quedaba San Lorenzo; taxi, trolebús, camión, en fin. Llegamos y el primer encuentro fue con el papá de la Mago, como si nos estuviera esperando. Hombre flaco, camisa negra, pantalón deslavado, botines tallados que alguna vez tuvieron color, los tacones gastados por fuera casi los 45 grados, y es que el viejo tenía las piernas tan chuecas y retorcidas como sus pensamientos…, paliacate seboso alrededor del pescuezo, cachucha roja y esos bigotes del tipo defensa de ferrocarril, en los que se adivinaban mocos, piojos, liendres y hasta algún sobrante de comida. En la cintura, La daga de jeme y medio que cargaba siempre -como el seminarista carga rosario y misal-. Mala facha tenía el hombre llamado Gaspar ―me dijo en la presentación “na´ más Gaspar, rotito. Acá en la loma no tenemos apelativos”―.

En cuanto nos vio, lo primero que dijo fue:

― ¿y este wey, qué?

―Neeeel jefe. No más es mi carnalito ―le contesto la Mago y agregó quitándose la chamarrota de piel y entregándola al papá―: Ay’ le traje esa gruesa.

En tanto que se la ponía, sentenció:

― ¿Ya llegaste con la jefa? ¿No si hasta le hayas dejado la marmaja?

Y sus ojos de rata se volvieron de sapo escudriñando en lo que respondería la Mago-Margarita…

― ¡Cómo criollos jefe! Ahí está el chivo en una bolsa de la gruesa.

La Mago se despidió del Gaspar y viéndome de reojo me preguntó:

― ¿Ya se quiere regresar?

― ¿Y cómo, pues? ―le respondí―. ¡Ni siquiera sé en dónde estamos!

―Estamos en San Lorenzo. Aguánteme nomás para llevarle este clavo a la jefa. Fue lo único que me dejó el jefe. Luego ya nos vamos ―dijo.

Brincando cercas y apedreando perros llegamos a la casa de la Mago: con la mamá un abrazo sin llanto, una cena de dos sopes por cabeza, su jarrote de pulque y el rincón para dormir.

La noche estaba encima y boca a oído platicamos la Mago-Margarita y yo. Me dijo la Mago:

―Carnalito, mi jefe cincho y le baja la lana a mi jefita ¡Es bien maldito! No debe una ni dos. Por aquí todos lo conocen. Tiene otras viejas allá abajo en los llanos, de donde vienen las tolvaneras. El maldito… ―dijo y guardó silencio con su boca pegada a mi oído, platicando.

Sus lágrimas mojaron mi cara… Me movió los entresijos y hablé:

―Magaza, carnalita, no sé cómo decirte…

―Po’s nomás suéltala ―dijo―. Ya sé que te quieres regresar.

¡No es eso! , respondí, Pero no quiero que lo que diga lo tomes a mal.

Al oído me gritó:

― ¡No sé si es tamal, torta o taco! ¡Nomas suéltala!

―Va, le dije―. Si tú quieres yo mero paro al ese tu jefe el Gaspar.

― ¿Lo paras? ¿Y cómo?

― ¡Pos qué te importa! , contesté, ― Esa es mi bronca-…


Se levantó del rincón para ir a sentarse al tablón hasta acabarse el jarrote de pulque. Amaneció, se regreso al rincón y me abrazó. Así se durmió hasta medio día…

Bañarse a jicarazos no es tan incómodo como el volver a ponerse la misma ropa… El menú para desayuno, comida y cena era de alta cocina: sopes y pulque…. El tiempo es nada en esa soledad de piedras, laminas que se llaman techo y llanto de mil niños lamidos por mil perros.

De regreso a la ciudad, el silencio en el camión, el trolebús y dentro del taxi. Fue en la plaza de San Fernando en donde la Mago-Margarita se detuvo y dijo:

―Déjame pensarlo. Mientras: ¡No te dije nada! ¡No viste nada! Déjame pensarlo.

Se dio la vuelta y corrió. Arrastrando llevaba 16 años de vida, hambre, golpes, miedo…

De tanto ir y venir al D.F., hoy llamado pomposamente Ciudad de México, hice amistad con una chava pandillera a quien bauticé como “Mago-Margarita”. Un buen día me invitó a San Lorenzo, sitio de su residencia. El motivo era llevarle dinero a la mamá.

Lejos, lejos quedaba San Lorenzo; taxi, trolebús, camión, en fin. Llegamos y el primer encuentro fue con el papá de la Mago, como si nos estuviera esperando. Hombre flaco, camisa negra, pantalón deslavado, botines tallados que alguna vez tuvieron color, los tacones gastados por fuera casi los 45 grados, y es que el viejo tenía las piernas tan chuecas y retorcidas como sus pensamientos…, paliacate seboso alrededor del pescuezo, cachucha roja y esos bigotes del tipo defensa de ferrocarril, en los que se adivinaban mocos, piojos, liendres y hasta algún sobrante de comida. En la cintura, La daga de jeme y medio que cargaba siempre -como el seminarista carga rosario y misal-. Mala facha tenía el hombre llamado Gaspar ―me dijo en la presentación “na´ más Gaspar, rotito. Acá en la loma no tenemos apelativos”―.

En cuanto nos vio, lo primero que dijo fue:

― ¿y este wey, qué?

―Neeeel jefe. No más es mi carnalito ―le contesto la Mago y agregó quitándose la chamarrota de piel y entregándola al papá―: Ay’ le traje esa gruesa.

En tanto que se la ponía, sentenció:

― ¿Ya llegaste con la jefa? ¿No si hasta le hayas dejado la marmaja?

Y sus ojos de rata se volvieron de sapo escudriñando en lo que respondería la Mago-Margarita…

― ¡Cómo criollos jefe! Ahí está el chivo en una bolsa de la gruesa.

La Mago se despidió del Gaspar y viéndome de reojo me preguntó:

― ¿Ya se quiere regresar?

― ¿Y cómo, pues? ―le respondí―. ¡Ni siquiera sé en dónde estamos!

―Estamos en San Lorenzo. Aguánteme nomás para llevarle este clavo a la jefa. Fue lo único que me dejó el jefe. Luego ya nos vamos ―dijo.

Brincando cercas y apedreando perros llegamos a la casa de la Mago: con la mamá un abrazo sin llanto, una cena de dos sopes por cabeza, su jarrote de pulque y el rincón para dormir.

La noche estaba encima y boca a oído platicamos la Mago-Margarita y yo. Me dijo la Mago:

―Carnalito, mi jefe cincho y le baja la lana a mi jefita ¡Es bien maldito! No debe una ni dos. Por aquí todos lo conocen. Tiene otras viejas allá abajo en los llanos, de donde vienen las tolvaneras. El maldito… ―dijo y guardó silencio con su boca pegada a mi oído, platicando.

Sus lágrimas mojaron mi cara… Me movió los entresijos y hablé:

―Magaza, carnalita, no sé cómo decirte…

―Po’s nomás suéltala ―dijo―. Ya sé que te quieres regresar.

¡No es eso! , respondí, Pero no quiero que lo que diga lo tomes a mal.

Al oído me gritó:

― ¡No sé si es tamal, torta o taco! ¡Nomas suéltala!

―Va, le dije―. Si tú quieres yo mero paro al ese tu jefe el Gaspar.

― ¿Lo paras? ¿Y cómo?

― ¡Pos qué te importa! , contesté, ― Esa es mi bronca-…


Se levantó del rincón para ir a sentarse al tablón hasta acabarse el jarrote de pulque. Amaneció, se regreso al rincón y me abrazó. Así se durmió hasta medio día…

Bañarse a jicarazos no es tan incómodo como el volver a ponerse la misma ropa… El menú para desayuno, comida y cena era de alta cocina: sopes y pulque…. El tiempo es nada en esa soledad de piedras, laminas que se llaman techo y llanto de mil niños lamidos por mil perros.

De regreso a la ciudad, el silencio en el camión, el trolebús y dentro del taxi. Fue en la plaza de San Fernando en donde la Mago-Margarita se detuvo y dijo:

―Déjame pensarlo. Mientras: ¡No te dije nada! ¡No viste nada! Déjame pensarlo.

Se dio la vuelta y corrió. Arrastrando llevaba 16 años de vida, hambre, golpes, miedo…

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